ESTADO VEGETATIVO

 

 

Hace tiempo que España dejó de ser un país gobernable. Las ministras de Vivienda

y de Sanidad reconocen abiertamente que no pueden tomar medidas enérgicas en sus

respectivos ámbitos de actuación porque las competencias fundamentales para

acometer sus reformas están en manos de las autonomías, y éstas se hallan en

manos del PP o de los egosocialistas locales. En materia de educación tampoco se

puede hacer nada: hace ya años que el Estado dejó abandonados a los ciudadanos

catalanes que deseaban que sus hijos estudiasen en castellano. La polémica sobre

la enseñanza de la religión es sólo una cortina de humo más para escenificar el

enfrentamiento entre izquierda y derecha, después de haber claudicado

miserablemente en algo tan fundamental como es la libertad de elección de una de

las lenguas cooficiales como lengua de enseñanza. Mientras, diversos informes

muestran que el dominio del inglés por parte de los escolares españoles es

irrisorio. Eso sí, chapurrean las lenguas locales lo suficiente para que

interfieran en su dominio de ese idioma colonialista llamada español, con

consecuencias negativas generales para la capacidad de aprendizaje, como

demuestra el informe PISA. ¿De qué diablos nos sirve a algunos votar socialista

si luego el Gobierno está atado de pies y manos y tiene que supeditar sus planes

a las exigencias de los caciques locales?

Al mismo tiempo, las chapuzas urbanísticas se suceden. Las comisiones cobradas

en el caso "túnel del Carmelo" probablemente no eran nada en comparación con la

suma total de dinero que, en detrimento de necesidades sociales, se desvió de

alguna manera (al fin y al cabo, los presupuestos son vasos comunicantes) hacia

el fastuoso Fórum 2004 o hacia actividades de promoción del catalán. ¿Conoce

alguno de nuestros inteligentes gobernantes lo que hay detrás del concepto de

coste de oportunidad? Probablemente no, porque, aunque sean economistas, les

falta lo más importante para entenderlo: sentido común, y un mínimo de honradez,

un mínimo de sentido de servicio a la población, no a patrañas patrioteras o a

operaciones de autopropaganda. Autopropaganda, sí, porque esos costes para los

ciudadanos son para ellos sólo la contrapartida a largo plazo de las ganancias

que en términos electorales les reportarán a corto plazo el logro de unos juegos

olímpicos, la construcción de edificios faraónicos que deslumbrarán a la

población o, más en general, la imagen de dinamismo y creación de riqueza que

transmiten la proliferación de grúas y excavadoras por el paisaje urbano o la

subvención de la invasión de las calles por esas máquinas hipercontaminantes y

asesinas llamadas todoterrenos.

Pero el estado vegetativo del Estado español no es sólo el resultado del legado

de 20 años de cesiones continuas del Gobierno central, de izquierdas o de

derechas. Es también la consecuencia del temor patológico del actual Gobierno

socialista a tomar decisiones difíciles. Lo que se hace entonces es delegar las

decisiones en otros, por ejemplo en conferencias de presidentes autonómicos o en

comités de sabios. El caso del comité encargado de reformar el funcionamiento de

TVE es clamoroso, entre otras cosas por la indefinición de su dictamen respecto

a una alternativa tan digna de estudio como es la imposición de un canon. Hasta

un Gobierno tan poco sabio como el tripartito catalán se ha atrevido a plantear

seriamente esa opción. Nuestros dirigentes temían tomar la decisión de implantar

ese sistema, y pensaron que la medicina podía pasar mejor si era avalada por los

sabios, pero resulta que éstos prefirieron asimismo no mojarse, ignorando lo que

ya se hace en la mayor parte de Europa. ¿Y a esto lo llaman gobernar? Ah,

entonces yo también sé hacerlo.

Otro ejemplo más reciente: ante el sistema de financiación de las autonomías que

la clase política catalana quiere imponernos con el nuevo Estatut, Zapatero

replica que ese sistema debemos establecerlo entre todos los españoles. ¿Cómo

que todos los españoles? Eso debe decidirlo el Gobierno central, que para eso

gobierna. La ingenuidad de pretender que 17 autonomías se pongan de acuerdo en

torno a un tema tan delicado equivale a garantizar que el problema seguirá sin

resolver cuando acabe esta legislatura. Parece que Zapatero confía en consensuar

un mecanismo de financiación en la próxima Conferencia de Presidentes de las

autonomías. Es fácil adivinar lo que ocurrirá en esa reunión en el mejor de los

casos: se dará con una fórmula ambigua para poder hacerse la foto, y se

endilgará la tarea imposible de concretar la propuesta al Consejo de Política

Fiscal y Financiera, en el que aflorarán de nuevo las discrepancias,

probablemente acentuadas como consecuencia del efecto de rebote provocado por

aquella dosis adicional de ese alucinógeno llamado dialoguina.

Los embotellamientos del pasado puente del 1 de mayo son una oportuna analogía

de la parálisis de la sociedad en que se traduce la parálisis del Estado. El

subdirector de la Dirección General de Tráfico nos ha recordado que hace diez

años, cuando se intentó introducir en España una radio especializada en ofrecer

información sobre el tráfico, el proyecto fracasó porque las autonomías no se

pusieron de acuerdo respecto a la frecuencia que debía usar la nueva emisora.

La inepcia del actual Gobierno ante el problema de la vivienda también pasará a

la historia. Las medidas adoptadas son puro simulacro, puro buscar las llaves

bajo la farola no porque se hayan caído allí sino porque es el único lugar de la

calle donde hay luz. ¿En qué cabeza cabe que subvencionando tanto a los

propietarios como a los inquilinos se conseguirá bajar el precio de los

alquileres? Pues bien, parece que tamaño dislate cabe en la cabeza de Solbes y

de Trujillo. ¿Y lo de no tocar las deducciones, aduciendo que la vivienda es un

derecho básico? Si hasta el tripartito catalán ha reconocido que esas

deducciones se trasladan automáticamente a los precios, y por tanto no sirven de

nada. Un estudio demuestra en concreto que el encarecimiento por ese motivo es

del 8,3%. Y lo deducido (unos 3000 millones de euros) se lo embolsan en último

término las constructoras y los propietarios del suelo. Casualmente, las

deducciones equivalen al 8% de lo que ingresa Hacienda en concepto de IRPF.

¿Y qué me dicen de la obligación de los inquilinos de identificar a los

propietarios en su declaración de la renta? Puede que así Hacienda consiga

recaudar más impuestos, pero lo que es indudable es que los propietarios

trasladarán lo que paguen como impuestos a los alquileres y estos subirán aún

más. Además, muchos optarán por dejar de arrendar, lo que reducirá aún más la

oferta y agravará el encarecimiento de los alquileres. Fantástico.

La propuesta de una Sociedad Pública del Alquiler tampoco tiene desperdicio. Hay

en España más de 3 millones de pisos vacíos, a lo que habría que añadir unos 3

millones de residencias secundarias. En lugar de forzar la salida al mercado de

venta y alquiler de buena parte de esas viviendas combinando la eliminación de

las deducciones con la aceleración de los juicios de expulsión de inquilinos

morosos, se crea una sociedad que aspira a intermediar a lo largo de los

próximos años en el alquiler de unos 25 000 pisos. Considerando que hoy día hay

1 600 000 pisos en alquiler, Trujillo puede estar tranquila: nadie va a acusarle

de ambiciosa. Lo peor es que probablemente ni siquiera se alcanzará ese

porcentaje irrisorio del 1,5% de los pisos alquilados[1], porque entregárselo a la

sociedad constituida equivaldrá con casi total seguridad -seamos realistas- a

entregárselo a inmigrantes y, por consiguiente, a ver devaluarse el precio del

conjunto de los pisos del inmueble, para gran satisfacción de todos los vecinos.

Las aseguradoras no han tardado en sugerir eso mismo, con sumo cuidado para no

ser acusadas de racistas, y las numerosas reservas que han planteado ponen de

relieve que el proyecto del Gobierno parece concebido por un grupo de amateurs

sin contacto alguno con la realidad; sobre todo, sin contacto alguno con las

leyes más básicas de la oferta y la demanda.

Estamos acostumbrados a que los socialistas descubran desconcertados al llegar

al poder que si aumentan demasiado los impuestos el capital huirá al extranjero.

Perdonémosles esa falta de previsión. Ahora bien, el gasto social en España está

6 puntos por debajo de la media europea, y otro dato importante, aparentemente

ignorado por nuestros socialistas, es que, si bien el dinero puede largarse a

paraísos fiscales, una casa -que yo sepa- no puede salir volando. ¿Por qué,

entonces, esa resistencia a gravar en serio las residencias no habituales?

Por último, lanzar como globo sonda la idea de los pisos de 30 metros cuadrados

demuestra que se ha renunciado definitivamente a hacer nada que permita sacar al

mercado esa enorme masa de pisos vacíos. ¿Resignación o miopía? En cualquier

caso, aceptación de un mecanismo miserable para mantener a todo precio en

funcionamiento la máquina económica. Y es que lo que en definitiva se está

haciendo es desaprovechar riqueza acumulada en el pasado para garantizar que los

jóvenes se hipotequen y se endeuden a costa de su consumo futuro. Se desprecia

el trabajo de construcción de los últimos años y se hipoteca el futuro para

gloria de los consumidores del presente, o sea, para gloria de los gobernantes

del momento. Es llamativo que en política ocurra todo lo contrario: se vive del

pasado y se renuncia a encarar con valentía el futuro. Esa peculiar combinación

de desarrollismo cortoplacista y falta de agallas constituye una bomba de

relojería que podría muy bien estallarnos dentro de pocos años a todos los

españoles en forma de recesión y crisis política.

No hace mucho Alemania intentó reformar el funcionamiento de sus dos cámaras,

porque la exigencia de consenso entre los Estados para adaptar muchas

iniciativas del Gobierno Federal suponía que se aprobaba sólo una mínima parte

de los proyectos de ley. Pero fue imposible, porque también allí se superó hace

tiempo el umbral de la ingobernabilidad. Los Estados han acumulado tanto poder

que pueden abortar sin problemas cualquier intento de racionalizar y agilizar la

acción de gobierno. Curiosamente, en Alemania también hubo hace poco una

polémica sobre los lamentables resultados obtenidos por los escolares alemanes.

Otro ejemplo de parálisis es nuestra flamante Europa a 25. El margen adicional

de gobernabilidad que pueda ganarse con la Constitución Europea es un chiste en

comparación con la capacidad de maniobra perdida al pasar -sin consultar a los

ciudadanos- de 15 a 25 países, no digamos ya si en 2020 ingresan 100 millones de

turcos. En realidad, las cesiones que han hecho los diversos países para

consensuar el tratado son la penitencia pública que se han visto obligados a

escenificar (sí, siempre teatro y más teatro) para expiar el gran pecado de

megalomanía de nuestros dirigentes europeos. Con el Protocolo de Kyoto ocurre

algo parecido: los científicos ya han advertido que, aunque se aplique

rigurosamente, el ritmo de calentamiento durante los próximos 50 años será casi

idéntico, pero esos efectos ilusorios en los que se hace creer a la opinión

pública la narcotizan para que siga ensuciando la atmósfera con todo tipo de

gases de efecto invernadero. Ya no es posible controlar nada. Nada de nada.

Ha surgido así, mediante una serie de mutaciones que nadie había podido prever y

con la grave complicidad de la izquierda, una versión mucho más virulenta de

aquel laissez-faire tan vilipendiado por ésta. Un laissez-faire que, a

diferencia del anterior, tiene todos los visos de ser irreversible y de empeorar

las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Los privilegios se

territorializan y, de ese modo, escapan a la influencia de un poder central

raquítico.

Los problemas que acosan a las sociedades contemporáneas son cada vez más

complejos, pero nuestros dirigentes son cada vez más cobardes. Esa combinación

de factores destroza cualquier esperanza de disfrutar de un futuro mejor que el

presente. De ahora en adelante todo serán parches, la mayoría improvisados y

sólo simbólicamente eficaces. Los gobernantes seguirán sin hacer los deberes

pero implorándonos que cumplamos nosotros con el deber de votar y, sobre todo,

con nuestros deberes económicos: en épocas de bonanza nos reñirán por calentar

demasiado la economía, y cuando lleguen fases de depresión nos reñirán por no

consumir lo suficiente, por haber adoptado ese comportamiento avaricioso de los

japoneses y los alemanes, que sólo piensan en ahorrar porque les va a quedar una

porquería de pensión y ven el futuro muy, pero que muy negro.

 

 

ps:

(Véase, como ejemplo de las ineficiencias que se derivan de la proliferación de autonomías, el artículo “El sistema sanitario, ante la próxima conferencia autonómica” (El País, 18-julio-05), del que cabe destacar los párrafos “Se oculta a la opinión pública el rechazo de atención de pacientes de unas comunidades autónomas por otras. Al mismo tiempo cada comunidad amplía su cartera de servicios sin tener en cuentala existencia de una ‘dimensión mínima (poblacional) eficiente’ para los servicios más complejos”; “En sectores [como el de la] política farmacéutica, el diseño estructural del sistema impide economías de escala en un sector responsable de una proporción desmesurada del gasto público sanitario.”



[1]  Según los datos publicados a 7 de noviembre, no han conseguido ni siquiera 2000 pisos.

<