Trilingüismos y otras sandeces
Nazionalpodemita
o no, la izmierda española, y hasta los sectores más blandengues del centro y
la derecha, están demostrando que son incapaces de defender el derecho a usar
el castellano en cualquier lugar del territorio nacional si no es introduciendo
a la vez algún tipo de totum revolutum
en el que tal derecho pase casi desapercibido, asignando por decreto a nuestra
lingua franca un valor de cambio claramente inferior al que realmente tiene por
un efecto de dilución entre otras lenguas, vernáculas o no. Se trata de obligar
al castellano a exhibir ese ninguneo autoinfligido como signo de sumisión ante los
poderes lingüísticos, para que se lo considere merecedor de las migajas del
banquete babélico que tenemos organizado.
Esa
pusilanimidad explica el aparente éxito de la propuesta de implantar una
enseñanza trilingüe en las escuelas. Lo que con ello se pretende no es tanto
dotar a los niños de una lingua franca universal que amplíe considerablemente
sus horizontes profesionales como permitir al castellano asomar la patita
tímidamente en el ecosistema educativo de las autonomías con lengua propia. Por
desgracia, tienen razón los nacionalistas que ven en el trilingüismo el caballo
de Troya del castellano. Y es que, en lugar de dar la cara sin complejos, los
castellanohablantes de las autonomías en cuestión han decidido ocultar
vergonzantemente a sus hijos en la escafandra del inglés para que estos no
perezcan ahogados a causa de la inmersión forzosa a que están sometidos. A
nadie se le escapa, sin embargo, que esa estrategia de poco les servirá para
que sus hijos dominen más el castellano, y menos aún para manejar pasablemente
el inglés, toda vez que los recursos humanos disponibles para esto último son
irrisorios.
Dado
que quien mucho abarca poco aprieta, lo lógico, apreciados dirigentes de
Ciudadanos, sería que no hubiese más que dos opciones: inglés y español, o
inglés y la lengua local. Podría mantenerse sin embargo el actual sistema de
inmersión total en la "lengua atacada" sólo para los padres que
quieran seguir criando a futuros descerebrados dispuestos a dar su vida por la
nueva patria. Esta concesión, teóricamente, privaría a los independentistas del
argumento de que se les sigue imponiendo la lengua del imperio: no os
preocupéis, ninguno de vuestros vástagos entrará jamás en contacto con ese
virus fascista que es la lengua española; no os preocupéis, está garantizado
que haréis de ellos una auténtica piltrafa sin salida alguna en el despiadado
mercado laboral que están configurando los últimos avances tecnológicos y la
globalización del conocimiento.
Al
dislate del trilingüismo como coartada para lo evidente se añade ahora, gracias
a ese peligro público que son el PSC y el cretino
Iceta (ver esto), una nueva
arremetida de la descabellada idea de hacer cooficiales las lenguas locales en
todo el país. Vemos aquí en acción el mismo principio de enmascaramiento
vergonzante de la reivindicación de un derecho innegable. Si en el ejemplo
anterior se trataba de inventarse deberes adicionales (aprender inglés de forma
chapucera) para introducir también la enseñanza del castellano como un deber
inexcusable de las autoridades educativas, en este caso se aboga por conceder
derechos absolutamente innecesarios -y onerosos en la práctica- para colar
aquel mismo derecho inalienable que nadie se atreve a reivindicar aislada y ostensiblemente.
Ocurre como con las banderas: se diría que en toda marcha antisecesionista que
no sea de VOX debe haber como mínimo tantas senyeras como banderas españolas.
Otro totum revolutum estúpido, que
denota más bien debilidad y resignación en unos manifestantes que parecen
atontados por el síndrome de Estocolmo.
*************************
Febrero
de 2017