Simetría y pasividad
Quienes
critican el ‘Manifiesto por la lengua común’ desde las filas de la izquierda
(en especial desde la condición de artista/escritor comprometido) han utilizado
hasta la saciedad el argumento de que los nacionalismos periféricos y el
nacionalismo español son simétricos y rechazables ambos. Partiendo de esa consideración deducen, no sé
por qué extraños vericuetos de la sinrazón, que el asunto no tiene la menor
importancia. Sin embargo, la manida
simetría que les sirve de coartada para no ofender a los nacionalistas es sólo
un espejismo, porque ¿cómo puede el continente ser simétrico del
contenido? Quien se declare contrario a
los nacionalismos deberá estar lógicamente a favor de la unidad de España. Tertium
non datur. A partir de ahí todo es
cuestión de grado: habrá una minoría vociferante que adornará esa conclusión
con toda la parafernalia de la extrema derecha, pero la mayoría de los
“españolistas” lo son sólo porque sus adversarios los han calificado de tales.
Si
la conclusión lógica a que nos conduce una postura o dato se desdeñara siempre
como mera manifestación, con otro ropaje, de esa misma postura o dato, en la
vida cotidiana nos veríamos abocados a la parálisis, y la parálisis puede tener
gracia como respuesta espiritual a un entorno cada vez más agresivo, pero no
como receta contra la injusticia.
Aplicando el rodillo simetrizante, por ejemplo, si la convocatoria de un
referéndum por el lehendakari es una locura, locura será también cualquier
medida que el Gobierno adopte para que no se celebre; se optará entonces por
encogerse de hombros, o por contemplar pasivamente con aire de suficiencia el
duelo de cejas entre dos seres ofuscados. En realidad, ése es el objetivo de
los miedosos, que los ciudadanos practiquen la indiferencia para que todo siga
igual.