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Referéndum catalán y memoria histórica

 

 

          Piden libertad para decidir, pero niegan la libertad de elección de la lengua vehicular. Incumplen las sentencias del Constitucional y el Supremo y preconizan la insumisión, pero las antidemócratas son los otros, los "españolistas". Han elogiado siempre la voluntad de diálogo, pero la consejera abandona airada la reunión porque sabe que carece de argumentos. Insisten en que los chavales manejan perfectamente el castellano al final de la ESO, pero hacen todo lo posible para que en las pruebas de evaluación externas se aplique a sus alumnos un menor nivel de exigencia, y no dudan en maquillar los resultados de las pruebas PISA si es necesario. Consideran que los críticos de la inmersión lingüística pretenden dinamitar el consenso logrado, en lugar de ver en esas críticas la prueba de que no existe tal consenso. Consideran que las escasísimas peticiones de enseñanza en castellano demuestran la apabullante demanda de catalán, pero opinan que reservar para el primero tres horas semanales en lugar de dos pone en peligro su entrañable lengua. Constatan en unas elecciones anticipadas que la correlación de fuerzas no ha cambiado, pero huyen hacia adelante como si efectivamente el electorado hubiese asumido de repente las tesis independentistas.  

 

          Después de 30 años jugando siempre con ventaja, después de 30 años de adoctrinamiento intensivo a través de las instituciones docentes y los medios de comunicación, tienen el cinismo de acusar a los españoles de no querer conocer la "verdadera" voluntad de los catalanes. En la carrera que están organizando hacia la profecía autocumplida, han sabido colocar su línea de salida mucho más cerca de la meta que la de sus competidores, a sabiendas de que estos son tan cobardes que simularán no haber reparado en ese pequeño detalle.

 

          A todo esto, con su habitual recurso a la equidistancia como supuesta solución de las situaciones que les incomodan, la progresía mesetaria y los complacientes periféricos han aunado tolerancias para afirmar con el mayor desparpajo que oponerse a la independencia de Cataluña no es óbice para admitir que se celebre un referéndum y participar en él. Otra postura que se ha puesto de moda es la de quienes, intentando presentar como boutade transgresora su simple sumisión al rebaño (y plagiando aquello de "no comparto lo que dices pero estoy dispuesto a morir para defender tu derecho a decirlo"), advierten que no son independentistas pero, en caso de consulta, votarían a favor de la independencia. Por último, hay que resaltar también la cobardía de muchos tibios que, habiéndonos acusado de alarmistas desde hace años por señalar que no debíamos ser tan tolerantes con los nacionalistas, han comprobado que teníamos razón y no han sabido hacer otra cosa que acusar virulentamente a los "españolistas" de provocar a los catalanufos y euskaldunos y obligarles a radicalizarse. O sea, por ejemplo, la manifestación de 10 000 personas en defensa de la Constitución que hubo en Barcelona el 12 de octubre "provocó" por un efecto insólito de retorcimiento del espacio-tiempo la participación de centenares de miles de personas en la Diada de un mes antes (y lo que diga Google Trends aquí sobre esas fechas no tendría la más mínima importancia). Quienes defienden esa cuando menos curiosa inversión de la relación causa-efecto suelen optar también por escurrir el bulto y declararse hartos de "los unos y los otros", repartiendo responsabilidades por igual por miedo a ser acusados de fascistas-españolistas. Con amigos como estos, no hay necesidad de enemigos. (*)

 

          Frente a tanto fanático y tanto tonto útil, es hora de sacar el concepto de memoria histórica de la órbita de necrofilia en la que lleva atrapado en este país y enarbolarlo ahora en el campo de batalla que se han empeñado en crear los nacionalistas. Basta ya de exhumar esqueletos. Es hora de emplear la memoria para recordar atropellos mucho más recientes y sistemáticos cometidos en nombre de la barbarie identitaria, sin necesidad de esperar a que los afectados estén criando malvas. Y esos atropellos deslegitiman a priori cualquier referéndum.

 

          La consulta de marras, falta de legitimidad y contraria a la legalidad, sería simple y llanamente un golpe de Estado. Limitado a una parte del territorio nacional, de acuerdo, civil en lugar de militar, de acuerdo, pero por lo demás un señor golpe de Estado. Y ya sabemos lo que debe hacer cualquier Gobierno democrático en esas situaciones para defenderse: detener a los golpìstas antes de que actúen. Limitarse a vigilar sus preparativos sin intervenir, como está ocurriendo, es una claudicación bochornosa del Estado de derecho.

 

         

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* Entre los firmantes del Manifiesto federalista y antiindependentista difundido a principios de noviembre por una serie de intelectuales figuran, como es comprensible, Almudena Grandes, Rosa Regàs y Pedro Almodóvar. Lo que nunca hubiese podido imaginar es que Vargas Llosa, Félix de Azúa, Elvira Lindo y Muñoz Molina serían capaces de suscribir un galimatías como este: "Si ese sentimiento de forma mayoritaria se manifestara contrario de modo irreductible y permanente al mantenimiento de las instituciones que entre todos nos dimos, la convicción democrática nos obligaría al resto de los españoles a tomarlo en consideración para encontrar una solución apropiada y respetuosa". ¡Bravo, parece un texto de Naciones Unidas!

 

16/12/2012

Véanse aquí diversos artículos sobre el tema.

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          - Engendros de la falacia naturalista

          - Inofensividades peligrosas

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