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España, ¡que te den!

 

 

 

El problema no es Merkel. A ver si nos aclaramos. Una cosa muy distinta es que Merkel pueda tener un problema por el hecho de ser física y verse rodeada de gilipollas que desconocen que la actividad económica, como todo en este mundo, está sujeta a las leyes de la termodinámica. Otra cosa muy distinta es que esos politicastros sin conocimientos científicos básicos, y muchas veces sin nociones claras de economía, se vean rodeados a su vez por hordas mediáticas deseosas de reconfortar a su audiencia con la enésima repetición del reparto de papeles entre buenos y malos en esta película interminable de la crisis. Y otra cosa muy distinta es que ese aparato político-mediático de distorsionadores de la realidad encuentre terreno fértil en una población que ha hecho de la catetez, la credulidad y el conformismo sus señas básicas de identidad.

 

La gran insensatez que en estos momentos preside el debate sobre el euro es la idea de que es posible combinar austeridad y crecimiento. O sea, es posible conducir un coche frenando y acelerando al mismo tiempo. Sí, claro, es posible, pero todo el mundo comprende que eso supone malgastar energía, lo que está reñido con cualquier intento de ahorrar gasolina. Se supone que el ruido ensordecedor del acelerador nos impedirá percatarnos de que apenas nos estamos desplazando. pero posiblemente tampoco nos daríamos cuenta de ello sin el estruendo, por la sencilla razón de que la gente prefiere no mirar por la ventanilla para enterarse de la verdad. Además -no faltan cortafuegos- resulta que el indicador de velocidad ha sido manipulado: no está conectado a las ruedas sino que responde a los decibelios.

 

The Economist, escrito por personas que sí saben termodinámica, ha resaltado muy acertadamente que "Defender el crecimiento es como defender la paz: todo el mundo está de acuerdo en que es una buena cosa, pero nadie se pone de acuerdo respecto a la manera de lograrlo", aunque aquí cabría negar la mayor y objetar que mucha gente está empezando a reconocer que una cosa es el PIB y otra cosa el aumento de la calidad de vida. El PIB no es más que ese ruido con que nos atontan para creer que estamos avanzando. Pero, dejando ahora de lado ese matiz, lo más asombroso del asunto es la facilidad y la caradura con que el poder político-mediático ha colocado en el primer lugar de la agenda de la crisis del euro y de la opinión pública esa contradicción flagrante consistente en combinar estímulos y austeridad.

 

El último conejo sacado de la chistera son los 130 000 millones de euros acordados en la cumbre europea cuatripartita del pasado 28 de junio para relanzar el crecimiento. Atención, el dinero comprometido son en realidad 10 000 millones de refuerzo para el Banco Europeo de Inversiones. A partir de esa ridícula cifra y de poco más en concepto de fondos estructurales (me suena que ya estaban allí) podrán prestar hasta el equivalente, como se ha anunciado a bombo y platillo, al 1% del PIB europeo. Vemos pues en acción, en las mismas entrañas de las instituciones europeas, el mecanismo perverso de multiplicación virtual del dinero que nos ha conducido a esta crisis, empleado ahora paradójicamente para intentar salir de ella. Por otra parte, no se entiende que el hecho de prestar ese dinero al 3% pueda suponer un alivio para nadie: si tengo una deuda colosal que debo pagar a razón de un 6%-7% de intereses, todo préstamo adicional que logre será una carga adicional, por pequeña que sea. Es como si en una mudanza vamos cargando a alguien de libros y libros y llegado un momento, para mitigar su sufrimiento, decidimos añadir "solo" una libreta en la pila de 30 libros acumulada en sus brazos. Que la deuda al 3% sea privada es un detalle sin importancia visto lo visto, es decir, habida cuenta de la buena voluntad con que el Estado ha salido una y otra vez a auxiliar rápidamente a las más diversas empresas en quiebra con el dinero de todos los contribuyentes. Y en fin, last but not least, todo el mundo ha entendido ya que el dinero que así pueda obtener España va a ir a parar en el mejor de los casos a iniciativas tan elegantes como el proyecto Eurovegas. Mucho se ha hablado de un órgano europeo de supervisión bancaria, pero nadie se atreverá nunca a insinuar que lo que debería haber es un órgano mucho más ambicioso que controlase el destino del dinero invertido no solo en los bancos, sino en muchos otros sectores de la economía, empezando por las obras públicas.

 

El problema no es Merkel. Esta y los mercados no nos imponen recortes masivos, lo que nos piden es que equilibremos las cuentas públicas, y eso se ha de hacer tanto con recortes como con medidas recaudatorias. Lo que nadie quiere entender es que la mayor o menor insistencia en lo primero es responsabilidad sobre todo del Gobierno de cada país. Según datos de la OCDE (EL PAÍS, 23 de mayo), España, Portugal, Irlanda y Grecia destacan entre los países que menos han recurrido a aumentar impuestos como parte del sacrificio global necesario (ver esto). Y son también, qué casualidad, los actuales campeones de la prima de riesgo. 

 

Por otra parte, el grado de progresividad del esfuerzo impositivo adicional requerido para frenar la deuda tampoco es algo dictado necesariamente por los países más calvinistas de la Eurozona. En el caso del IVA, por ejemplo, Rajoy puede negarse a subir el IVA superreducido o reducido en algunos casos, y decidir aumentar en cambio el tipo general del 18% al 23%, aunque solo sea para equipararnos a nuestros vecinos. ¿O es que nosotros hemos nacido del ombligo de la reina? Pues parece que sí, según se desprende de los gráficos aquí elaborados: España es el país europeo con el IVA más bajo; es además el que menos ha aumentado impuestos en general en relación con la magnitud del sacrificio necesario. Parece que los españoles creemos merecernos un trato privilegiado en materia de IVA, obstinados como estamos por permanecer descolgados no ya de los países europeos con una economía saneada, sino incluso de los otros PIIGS, que aplican un IVA general del 23% como media. Manteniendo el IVA general en el 18%, España está renunciando desde hace años a unos 20 000 millones de euros anuales (5000 millones por punto de IVA, véase esto). Pero eso no es óbice para que impere por doquier esa idea tóxica de que no se recauda más por falta de crecimiento, cerrando así los ojos a lo mucho que hemos desaprovechado antes de la crisis y seguimos desaprovechando ahora una fuente de ingresos que hubiese podido reportarnos mucho más de lo que se está ahorrando ahora con recortes injustos, erráticos y ad hoc.  (Actualización - 15/07/12: ha ocurrido lo que era de prever, o sea, que Rajoy ha subido el IVA solo muy tímidamente, solo para intentar engañar al profe haciéndole creer que ha hecho los deberes; seguimos estando 5 -cinco- puntos por debajo del IVA medio de los países civilizados de la Eurozona, de modo que, como ya han empezado a señalar algunos, esto no va a servir para nada. Este idiota no sabe o no quiere sumar dos y dos).  

 

El argumento de que al aumentar el IVA la gente reducirá su consumo tampoco es forzosamente válido. Hay un sector en el que los españoles seguiremos consumiendo como locos: bares, restaurantes, discotecas, puticlubs. Ese sector, en España, tiene elasticidad cero en lo que a precios se refiere. Es tal nuestra necesidad de estar continuamente en la calle tomando tapitas y bebiendo con los amigotes para no aburrimos mortalmente, que el sector podría soportar sin problemas un IVA del 25%. Pero claro, ahí tenemos al lobby de la restauración-hostelería presionando para que no le suban el IVA reducido de que disfruta, y lo conseguirán. O sea que los jubilados alemanes y finlandeses tendrán que seguir pagando con sus impuestos nuestras cañitas y tapitas a todas horas y nuestro turismo frenético de fines de semana... Nuestra burbuja inveterada de baretos, que de tan obvia nadie ve y nadie comenta.  

 

Como "bajar impuestos es de izquierdas" y empeñarse en no subirlos es de derechas, resulta que ningún partido se atreve a defender públicamente la única medida con efectos inmediatos que podría calmar un poco a los mercados. Al contrario, lo que impera es la práctica del lloriqueo: ¡Qué más podemos hacer? !Estamos haciendo los deberes! Argumentos de colegial, como siempre. España es un inmenso patio de recreo, pero lo más grave es que ahora acudimos a las cumbres europeas babeando y berreando.

 

El problema no es Merkel. El problema es que España tiene una larga tradición de quiebras. Por algo será. En la tabla 6.6 del libro Esta vez es diferente (Reinhart & Rogoff), tan citado desde que la crisis se hizo soberana, vemos que, en lo referente a Europa, España es el país con mayor número de bancarrotas y reestructuraciones de deuda desde 1800, trece en total, habiendo pasado un 23,7% del tiempo en esa situación. Que yo sepa, Merkel no había nacido aún, ¿no?. Grecia acumula 5 casos, pero es el líder indiscutible en cuanto al porcentaje de años acumulados incumpliendo sus compromisos soberanos: nada menos que el 50,6%. No deja de ser cuando menos curioso que Hungría y Polonia, cuyas primas de riesgo están también muy altas, destaquen también como países incumplidores a lo largo de los últimos dos siglos. Esa tabla, ese dato, es pura dinamita, pues nos muestra que, aun sin conocer nada sobre su pasado reciente, acertaremos una de cada cuatro veces si afirmamos a ciegas que España está negando a sus acreedores buena parte de las deudas del momento. En otras palabras, está en nuestra naturaleza vivir por encima de nuestras posibilidades, está en nuestra naturaleza vivir de los demás, está en nuestra naturaleza vivir del cuentoooooooo! Todo hace pensar que está actuando en el fondo algún tipo de determinismo histórico-geográfico-genético (los porcentajes son lo de menos a efectos de esta argumentación). Sostener lo contrario es como si una persona que acumulase un historial variopinto de accidentes de automóvil por exceso de velocidad, por adelantamientos, etcétera, intentara convencernos tras la enésima colisión de que el culpable era el estado de la carretera. Hay afirmaciones reñidas con la ley de probabilidades, y ante las que es lícito, incluso aconsejable, mostrarse escéptico.

 

Es curioso, el historial de quiebras de España se interrumpe a lo largo del siglo XX. La última quiebra fue en 1882, según los datos presentados en el libro citado supra. ¿Qué ocurrió durante el pasado siglo para que España se comportara de repente de forma aparentemente tan virtuosa? Mi primera reacción fue intentar ver un paralelismo entre la economía española del siglo XIX y la de nuestros inicios de siglo XXI. Pero no, bastaron unos cuantos clics por la web para dar con la respuesta aquí. Resulta que más que paralelismos, lo que había que buscar era la causa de la "excepcionalidad" del pasado siglo. Y esa causa es el momento, 1883, en que se decidió suprimir la convertibilidad de la peseta en oro. A partir de ahí se sentaron las bases para que el Estado imprimiera las pesetas que le diera la gana y pagase las deudas a base de generar inflación, o a base de los que se ha llamado "represión financiera": garantizar que los tipos de interés estén por debajo de la inflación obligando a los bancos a prestar al Estado a bajo interés y a remunerar miserablemente los depósitos. Transferencia de dinero de los ahorradores a los deudores.

 

Más adelante, entre 1959 (Plan de Estabilización) y la entrada en el euro, España devaluó la peseta nada menos que cinco veces ((1967, 1976, 1982, 1992 y 1993). Estas cifras, unidas a las anteriores, demuestran que el país tiene una tendencia natural a perder competitividad frente a los países de nuestro entorno, y que ello se traduce más o menos una vez cada diez años en una situación crítica que se resuelve de forma chapucera, bien dejando de pagar a nuestros acreedores si estamos sujetos al patrón oro, o bien teniendo que admitir in extremis  el valor real de nuestra moneda. Como nuestros valores, costumbres y formas de enfocar el trabajo no cambian, esa tendencia de fondo se mantiene, y acabamos en las mismas. Estaba cantado que no pasarían ni diez años desde la incorporación al euro para que volviéramos a estar otra vez sobrepasados por los efectos de nuestro despilfarro genético. Si eso no es determinismo...

 

Y algo genético debe de haber también. Por una sencilla razón, y es que, como todo el mundo sabe, los españoles somos un pueblo muy extrovertido, a diferencia de los centroeuropeos y nórdicos. Y según numerosos estudios, comentados en el libro Quiet, The power of introverts in a world that can't stop talking (Susan Cain, 2012), resulta que a) los extrovertidos, por razones genéticas, procesan la serotonina y la dopamina cerebrales de distinto modo, y b) como correlato de esas diferencias neuroquímicas, los extrovertidos tienden a ser menos disciplinados, menos reflexivos, más dados a correr riesgos, menos capaces de retrasar las recompensas (curiosamente, los alemanes tienen una expresión para referirse a quienes tienen que luchar contra sí mismos para renunciar transitoriamente a algo bueno a fin de conseguir más adelante algo mejor: deben superar su su innerer schweinehund, su cerdoperro interior (su hijoputez); vemos pues que la psicología popular corrobora el calificativo de PIGS), menos capaces de estar tranquilitos en casa sin consumir, y menos miedosos y menos precavidos en general.  Simplemente esa constelación de rasgos diferenciales parece motivo suficiente para suponer a priori que un pueblo extrovertido será más despilfarrador que otro introvertido. Añádase el factor climático, que empuja a la gente a salir a la calle, hacer vida social y gastar, y no hará falta recurrir a extrañas hipótesis micro o macroeconómicas para explicar por qué somos tan manirrotos. España es el país de los grandes excesos.

 

Una prueba fehaciente del determinismo de que hablo es el estúpido duelo que están librando Madrid y Cataluña para conseguir albergar esa aberración antes citada llamada Eurovegas. Que pese a la experiencia reciente con el ladrillo y los proyectos faraónicos y pese a estar endeudados hasta las cejas queden aún muchos en este país dispuestos a promocionar y financiar generosamente un megaproyecto de esa índole nos demuestra que no hemos aprendido nada. Es lo que ocurre con el determinismo, que el aprendizaje no sirve para nada. Pero además, nos guste o no, probablemente esté operando ahí, de forma inconsciente, el mecanismo de las ventajas comparativas que postuló David Ricardo: la conducta económica óptima de un país consiste en especializarse en aquello que mejor se le dé. Los españoles sabemos en el fondo que lo que mejor podemos hacer es aprovechar el sol que nos inunda como materia prima gratuita para atraer a millones de turistas. Cualquier intento de sentar las bases de un nuevo modelo productivo fracasará, y si lo lográsemos estaríamos en desventaja comparativa frente a otros países, de modo que sería insostenible.  La energía solar que nos inunda nos condena termodinámicamente -sin más catalizador que el optimismo y la chabacanería de unos descerebrados- a mantener el turismo y la hostelería/restauración como pilares fundamentales de nuestra economía.

 

En realidad, la idea del estereotipo de los españoles como gente holgazana y poco fiable, tan rechazada en el plano del discurso racional de nuestros compatriotas, aflora al menor descuido en las conversaciones informales como algo que se da por descontado, como signo de identidad que nadie podrá arrebatarnos. Así, el escritor Jorge Volpi, en un artículo reciente en el que canta las excelencias del carácter mediterráneo, nos suelta que "España, y sus amigos los PIIGS, son como han sido siempre, y pensar que estos países van a cambiar a fuerza de firmar decretos en Bruselas, es una necedad". Totalmente de acuerdo contigo, virtuoso del carpe diem.

 

El problema no es Merkel. El problema, como decía, está en nosotros. El problema es la picaresca irreductible del español medio. Ese rasgo de nuestra personalidad es lo que, por ejemplo, llevó en el inicio de la crisis a negociar en los convenios aumentos salariales muy superiores a la inflación y el PIB. Durante el boom nadie se había quejado de los salarios reales, pero bastó que asomara en el horizonte la posibilidad de unos recortes algo duros para que (véase esto) durante dos años los trabajadores protegidos por convenio se adjudicaran preventivamente un dinero que no les correspondía, un dinero que acabaríamos pagando todos, y que puede cifrarse sin duda en varios miles de millones de euros. Sindicatos, políticos, economistas, analistas, casi todo el mundo pasó de puntillas por lo que era sin duda un privilegio que no se compadecía con la gravedad de la situación. Y en 2010, llegado el momento de la reconversión de Zapatero a la realidad, la mera reducción de esos salarios a los niveles anteriores (siempre por encima de la inflación)  fue presentada como un enorme sacrificio que nos emparentaba con Grecia, Portugal e Irlanda. Mentira, porque esos tres países SÍ habían aplicado ya medidas realmente duras. Fue entonces cuando empezamos a practicar la técnica del lloriqueo como arma fundamental  de negociación con quienes nos están rescatando.

 

Picaresca es también que en ese mismo momento las autonomías, viéndoselas venir, se dedicaran a gastarse también preventivamente lo que no tenían en la confianza de que el Estado les sacaría las castañas del fuego llegado el momento, como efectivamente ha ocurrido (esa lamentable imploración de hispabonos). Empezaba la crisis de verdad, pero paradójicamente aumentaba el gasto de forma vertiginosa. (Remito aquí a este artículo de Roberto Centeno). Por eso, el argumento de Krugman y Stiglitz de que los problemas de España no pueden deberse a despilfarro alguno porque al comienzo de la crisis el país disfrutaba de un holgado superávit (sí, de verdad, lo han dicho; véase esto y esto) es una solemne imbecilidad. En realidad, lo que ocurrió es que los españolitos se dedicaron a acelerar el despilfarro al comienzo de la crisis, como el crío que se traga un montón de caramelos y se indigesta para que no descubran que se los ha quitado a otro. El perspicaz análisis de esos dos Nobel me recuerda el chiste del tipo que se cae del piso 50 de un rascacielos y al pasar por la planta 20, sonriente, le comenta a uno que está mirando por la ventana: "Hasta ahora todo perfecto".  Además, si se elimina la hipótesis del despilfarro, el hecho de dilapidarse en dos años (2007-2009) más de una décima parte del PIB solo puede considerarse como un estímulo keynesiano muy superior al aplicado por cualquiera de los países de nuestro entorno. Es decir, España habría sido el país que más enérgicamente habría aplicado las recetas de los neokeynesianos, de modo que si algo demuestra lo ocurrido con el país es precisamente que esas recetas han fracasado de forma estrepitosa.  A este respecto, entresaco unos datos muy reveladores de una noticia aparecida en EL PAÍS:

 

"Entre 2007 y 2009, el peso de impuestos y cotizaciones sociales sobre el PIB español pasó del 37,3% al 30,7%, un recorte de 6,6 puntos que supera los registros de las otras 32 economías avanzadas de la OCDE. La comparación consigo misma da también medida del retroceso: para hallar una presión fiscal tan baja hay que retrotraerse más de 20 años, hasta 1986 (29%)... El plan de estímulo español, el 2,3% del PIB, fue el más ambicioso de la UE en 2009 y supuso recorte de ingresos (deducción de 400 euros en el IRPF, bajada del impuesto de sociedades a las pymes y devoluciones en el IVA)."

 

Por otra parte, la metáfora de los caramelos y la comparación con el comportamiento infantil tiene posiblemente más fundamento de lo que parece. Ya los egipcios llamaban a los griegos "niños", y no creo que fuese por que se comportaran con excesiva seriedad. Algo típico de los niños, hasta que se les empieza a consolidar el cortex prefrontal, es que no saben retrasar las recompensas. O sea, no saben renunciar a un caramelo ahora a cambio de conseguir diez al cabo de una semana. Nosotros somos peor que críos; nosotros, con nuestras triquiñuelas, nos las arreglamos para importar del futuro los diez caramelos ya. Y encima nos los tragamos de golpe. Esta interpretación del asunto no es gratuita: ya se ha hecho en el campo de la psicología política en relación precisamente con los PIGS (no PIIGS, creo que debemos empezar a quitar a Irlanda de este equipo, dado el buen comportamiento reciente de su economía y su deuda; qué curioso, no es un país mediterráneo).

 

Picaresca es también que los bancos españoles se hayan abalanzado al BCE para obtener masivamente dinero al 1% y comprar luego deuda al 3%-6%. Picaresca es que los bancos y cajas con problemas hayan podido participar en una carrera de ofertas de depósitos con intereses a cuál más alto para captar clientes, en un ejemplo más de competencia generalizada en la que todos pierden, sin que "el regulador" tomara medidas hasta muy avanzado ya el desaguisado.

 

Picaresca es insistir ante Europa, como argumento para seguir mamando de la teta del BCE, en que padecemos una auténtica sequía de crédito porque los bancos han dejado de prestar dinero a familias y empresas, cuando cualquiera que analice los gráficos en que se representa la evolución del crédito en España en los últimos años (1, 2) puede comprobar claramente que las tasas de incremento anual del crédito simplemente se han estabilizado o han pasado a ser ligeramente negativas. En los años que precedieron a la crisis esas tasas eran del orden de un pavoroso 20%. No se entiende que sesudos analistas económicos confundan de forma generalizada los incrementos anuales y los valores absolutos. Solo la gente sin cultura estadística puede interpretar la vuelta a valores nulos del incremento anual como ese tan citado "cierre del grifo" que están sufriendo familias y empresas. El hecho de que el aumento del crédito se estabilice en torno a cero debe interpretarse como que "aún se sigue concediendo todo ese crédito de más que se estuvo concediendo durante la pasada década. No más, pero muy poco menos." Y eso significa que no se está expiando realmente el pecado de derroche, pues para ello deberíamos pasarnos varios años con tasas de incremento anual de un 20% negativo, y así compensaríamos los años de fiesta y volveríamos a una situación razonable. Pero no, mantenemos el mismo nivel de despilfarro, y presentamos eso como un sacrificio inenarrable. Otra vez, la táctica de distorsionar burdamente la realidad para llamar llorando a las puertas de Europa. 

 

Por otra parte, en lo referente al crédito, como bien se ve aquí, los poderes públicos han sido los que más han recurrido a la táctica de la huida hacia adelante para protegerse frente al previsible deterioro de la situación, evidentemente por razones electorales. Con la ayuda de la dejadez del Estado, todas las Administraciones se lanzaron a acaparar el "poco" crédito que se daba, con el consiguiente agravamiento de sus déficits.

 

En definitiva, lo más llamativo del caso de España es la rapidez con que todos se movilizaron no para corregir el rumbo sino para salvarse por separado, con la esperanza de que al final pagase otro el pato. Como ocurre en estos casos, todos acabamos pagando con creces las consecuencias de ese individualismo. Qué listos somos. 

 

Picaresca, en fin, es lo que está detrás de todos los casos de corrupción que pudren nuestra economía, pero no hablaré aquí de ello porque la gente está empachada del tema, yo el primero. Lo realmente grave es que el ejercicio de la picaresca se ha convertido rápidamente en el principal modus operandi de nuestros actuales gobernantes. Antes eran simplemente ineptos. Ahora, además de un Gobierno de ineptos, tenemos un Gobierno de trileros. No voy a detenerme tampoco a describir las numerosas muestras de insolencia de este Gobierno hacia la Unión Europea (véase el artículo publicado por Javier Marías en EL PAÍS hoy mismo, 1 de julio). La cuestión se resume en que el Gran Hermafrodita (gallito/gallina, pobre Viri), Chiquito de la Calzada, Mortadelo y Sory la recepcionista llevan seis meses mareando el cubilete ante la troika, que está ya un poco cansadita del juego. El agujero de Bankia brindó a estos tipos la ocasión de demostrarnos hasta dónde puede llegar su ingenio para eludir responsabilidades y pasarle el muerto a otro. La solución era bien sencilla: como no podemos imprimir euros, emitimos deuda por el morro, y el que la compre que vaya luego a reclamar el dinero al BCE. No coló, claro. Entre los burócratas europeos, aunque parezca extraño, aún quedan algunas personas inteligentes.  

 

Y sobrevolando todos esos problemas hay otra cuestión especialmente grave, y es la unanimidad con que todo el mundo, desde la gente de la calle hasta la mayoría de los columnistas, de derechas o de izquierdas, han cerrado filas en torno al lugar común de que Merkel se está cargando Europa. En este país, cuando la derecha y la izquierda coinciden en algo no es para salvar al país, sino porque se están equivocando garrafalmente. Pero esta regla empírica se ve agravada por la tendencia de los españoles a seguir como borregos las consignas partidistas, porque entonces es toda España la que se equivoca. Ahora mismo Merkel y los mercados ocupan en el imaginario colectivo el mismo papel que la conspiración judeo-masónica en tiempos de Franco.  Descubrir esa unanimidad entre mis amistades, entre personas de todo el espectro político, me ha abierto los ojos a lo manipulables que somos. Sí, se reconoce que nos hemos pasado con el gasto en los últimos años, pero al final la culpable de todo es Merkel. Y encima ese mecanismo de buscar a los culpables en el exterior se reproduce fractalmente dentro de España: los catalanes se han creído que la causa de sus recortes es España (no les basta con ver que de sus 200 embajadas en el exterior solo se han eliminado 30, por citar un ejemplo), hasta el punto de que ahora, según una encuesta reciente, los partidarios de la independencia son ya el 51%. Quienes señalan con el dedo acusador a Merkel no tienen derecho a quejarse luego del victimismo catalanufo: estáis haciendo exactamente lo mismo, majetes. En cualquier caso, ya no tenemos necesidad de preguntarnos qué extraño rasgo conductual llevó a los alemanes a abrazar el nazismo; ahora ya sabemos que ese mismo resorte está también en nosotros y, puestos a estudiar los orígenes del conformismo, la credulidad y la chivoexpiatoriez, nos tenemos más a mano. Pero empiezo a pensar que si hasta ahora no hemos ido tan lejos como otros países europeos en lo que a xenofobia se refiere, ello se debe a que bastante trabajo tenemos ya pegándonos garrotazos unos a otros sin parar. ¡Pero qué divertido es, oye! 

 

He estado hablando de picaresca, pero en general los pícaros que nos presentan la literatura y el cine no caen en la indignidad. Asumen las consecuencias de los fallos de sus estrategias, no las externalizan. Si en un momento dado el personaje abandona el fair play, el lector o espectador deja de considerarlo pícaro y pasa a considerarlo simplemente un ser mezquino, un miserable. Y en eso es en lo que se han convertido los españoles. No me vale ya el cuento de que una cosa son los españoles y otra sus gobernantes. No me vale siquiera el cuento de que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece, afirmación que parece atribuir al electorado una capacidad que nunca ha tenido para aprender de los errores cometidos. En realidad, el Gobierno es una excrecencia pasiva de los electores y, como tal, probablemente es la quintaesencia de la población. En contraste con el "no nos representan" de los indignados, sospecho que nuestros gobernantes son precisamente una muestra bastante representativa, incluso especialmente representativa, de la inmundicia que somos todos, de la inmundicia que siempre hemos sido. No tenemos remedio. No hay ninguna esperanza. Y me voy a dar el gustazo de decirlo: España, españoles, que os recorten lo que haya que recortar, que os suban la prima de riesgo, que os obliguen a compartir la suerte de esos inmigrantes a los que tan calurosamente habéis acogido, que os saquen a patadas del euro... En definitiva, ¡que os parta un rayo!

 

1 de julio de 2012

 

 

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