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Paro, mentiras y Ellos

 

        Paro

 

        Se acabó. Ya va siendo hora de abordar el tema sin tapujos. El pasado mes de mayo elaboré un gráfico que demostraba la estrecha relación existente en España entre el porcentaje de inmigrantes que había en cada autonomía en 2008 -al comienzo de la crisis- y el incremento del paro observado a principios de 2011 respecto a 2001.  En EL PAÍS del 28 de enero, a raíz de la revelación de que el desempleo se ha desbocado escandalosamente, se actualizaban las cifras de paro por comunidades. Con ellas he actualizado yo también mi gráfico, y el resultado es similar, pero el coeficiente de correlación de la recta de regresión ha pasado de 0,8 a 0,84, lo que abunda aún más en esa realidad molesta de la que todo el mundo habla en la calle pero nadie se atreve a exponer en los diarios "serios". La conclusión cuantitativa es que por cada 1% de inmigrantes (respecto a la población total española) llegados en la última década, el número de parados provocado por la crisis ha aumentado un 10%. En Baleares, por ejemplo, donde la población inmigrante suponía el 20% en 2008, el paro ha aumentado un 236% respecto a los valores mínimos de la década. 

 

        Para exprimir bien esos resultados, conviene ante todo compararlos con los del resto de Europa. Según esta página de Eurostat, a lo largo de la crisis en los países de la UE-17 el paro ha pasado de valores mínimos del 12% al 16%. Eso significa que en una economía europea normal, no como la española, el paro actual atribuible a la crisis es de aproximadamente un 25% del total. Si fuésemos como los demás, desde 2007 nuestro paro debería haberse agravado en esa misma proporción, pasando del valor mínimo alcanzado en la historia reciente, un 8,5%, a un 12% más o menos. Con este dato, volviendo al gráfico que elaboré, vemos que en España un aumento "natural" del desempleo de ese orden solo se ha dado en la franja cantábrica, desde Galicia al País Vasco. En esa zona el incremento del paro se ha situado en torno al 50%, y el porcentaje de inmigrantes en 2008 era del orden del 4%-5%. Mucho menos contaminada por la burbuja ladrillera, la zona noroccidental de España se asemeja al resto de Europa. Y la conclusión obvia es que, por consiguiente, de ese casi 13% de inmigrantes que tiene el conjunto de España, si queremos tener una economía equilibrada, sobra alrededor de un 9%. En términos absolutos, si tenemos en cuenta que la población de inmigrantes es de unos 6 millones, eso significa que unos 4 millones podrían irse a su casa y aquí no pasaría nada.

 

        Pero hay más, y es que, en un estudio -al que he accedido en la web como documento doc- publicado por tres investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, titulado Cambios en la situación laboral de la población española ante el incremento de la inmigración, se nos dice lo siguiente:

 

"... se cuantifica que un incremento del 10% en la tasa de inmigración genera una reducción en el número de nacionales que encuentran trabajo en torno al 0,4%. Si bien y como se indicó previamente, esta estimación debe ser interpretada como un mínimo...[...] . Sin embargo, estos resultados no son extrapolables y son solamente válidos para el momento muestral analizado donde la economía española se ha caracterizado por una gran dinamicidad, con lo que habrá que esperar a un cambio del ciclo económico para poder generalizar tal afirmación."

 

        Tengamos en cuenta que esas conclusiones se sacaron hace años, antes de la crisis, con datos de... 2005. Es decir, ya en un momento de alegría crecimientista, un 10% adicional de inmigrantes tenía un impacto negativo mínimo del 0,4% en la ocupación de los nativos. Una incidencia de esa magnitud concuerda muy razonablemente con la conclusión cuantitativa general del gráfico que he elaborado.*  Y me autoriza, creo yo, a extraer de todo ello algunas conclusiones más. Por ejemplo, si consideramos la diferencia que va del 4% de inmigración "ideal" al 13% real, aplicando a ese incremento la regla de un 0,4% menos de empleo entre nativos por cada 10% de aumento de la inmigración se deduce que, del 23% de paro actual, un 5% como mínimo correspondería a nativos desplazados del mercado de trabajo por los inmigrantes. Eso equivale a algo más de un millón de personas. Repito, como mínimo.

 

        De los cálculos aquí hechos o presentados como aproximación, podemos concluir que, simplemente para parecernos a Europa, y no por racismo alguno, a España le sobran la mitad de los cuatro millones  de inmigrantes activos que tiene, y un millón largo de los inmigrantes realmente ocupados (unos 2,5 millones aproximadamente). Su salida del país permitiría emplear a un millón de nativos más. Las cifras de desempleo volverían a bajar por debajo del 20%, en lugar de seguir imparables camino del 25% hasta que llegue la bancarrota final del país. 

 

        Mentiras

 

        Así como la distorsión de la realidad no es monopolio de los periodistas, la negación de la realidad no es algo exclusivo de los políticos. Investigadores y expertos de todo tipo, especialmente del mundo académico, nos demuestran también continuamente que prefieren estudiar solo aquellas cosas que no les conduzcan a conclusiones que puedan hacerles cuestionar sus más íntimas creencias. Y cuando el azar les conduce hasta allí, siempre se las arreglan para relativizar sus resultados. Así, en 2010, los autores del trabajo antes citado (Medina, Herrarte, Vicéns) publican un nuevo artículo titulado "Inmigración y desempleo en España: impacto de la crisis económica" (accesible también en la web), en el que, en un contexto ya de crisis patente, se nos dice que:

 

"El importante crecimiento del paro que se ha producido recientemente ha perseguido en mayor medida al colectivo de extranjeros que a los españoles: mientras que la tasa de paro de la población extranjera ha aumentado en más de 16 puntos porcentuales, la de la población española lo ha hecho en unos 6 puntos. [...] Se ha observado que, desde el inicio de la crisis económica, el aumento de la probabilidad de perder el empleo ha aumentado más entre la población extranjera. Esta abultada diferencia invita a plantear la posibilidad de algún tipo de discriminación laboral hacia la población extranjera."

 

        Se diría que en estos momentos, por si acaso, ya no interesa actualizar las cifras del impacto de los inmigrantes en el empleo de nativos. Ahora, cuando probablemente ese impacto es bastante superior al detectado en el primer estudio, mejor darle la vuelta a la tortilla. Ahora lo que procede es obtener datos que nos permitan victimizar a los inmigrantes. Se está colando (mediando el eufemismo "invita a plantear la posibilidad", que se superpone al ya habitual de llamar "extranjeros" a los inmigrantes) el mensaje contrario, esto es, que los nativos están desplazando a los inmigrantes. Sin embargo, del hecho de que el paro aumente proporcionalmente más en ese sector de la población no se deduce que los inmigrantes hayan dejado de quitarles puestos a los nativos. Las dos cosas son compatibles, a no ser que caigamos en la falacia de creer que la mala suerte de alguien significa su nula responsabilidad objetiva en cuanto haya podido hacer en perjuicio (todo lo involuntario que se quiera) de otros, del Otro, en lo que constituiría exactamente la inversa de la tan extendida falacia cui bono.

 

        Otro ejemplo clamoroso de negación de la realidad es esta afirmación extraída de un informe de la Fundación IDEAS publicado en 2010:

 

"La inmigración ha sostenido la actividad económica, incluso durante la crisis, y va a ser crucial para la recuperación. Sin inmigración, nuestro PIB se habría contraído en 2010 en 0,1 puntos más y la salida de la crisis se hubiera retrasado en torno a un año"

 

        ¡Por Dios y la Virgen, que venga San Tiagosegura y lo vea! No esperaba menos de Caldera y sus amiguetes. Ahora resulta que un 0,1% del PIB es una magnitud colosal ¿Qué será entonces el 8,2% de déficit que nos ha dejado en herencia ZP, entre otras cosas como recuerdo de los miles de millones de euros regalados a los inmigrantes para que pudieran seguir construyéndonos edificios fantasma y rotondas asesinas? Resulta que en España solo se crea empleo creciendo al menos un 3%, hemos entrado en una guerra de previsiones que manejan descensos trimestrales del PIB... pero gracias a la inmigración nuestro PIB es una milésima más alto que sin ella.  Uf, menos mal. Y por último, ya saben, sin Ellos no hubiésemos asistido a esta espectacular salida de la crisis que estamos viviendo ahora -enero de 2012- con auténtica euforia. Francamente, si tan buenas ideas tiene esa fundación, cómo puede ser que a nadie se le haya ocurrido cambiarle el nombre por lo que realmente es, Fundación BOBADAS. Aunque creo que de tan tontos han acertado: sin inmigración la salida de la crisis se hubiese retrasado un año, sí, pero es que con ella se va a retrasar como mínimo una década.

 

        Todo esto lo saben muy bien ZP, Rajoy y su equipo y la mismísima Merkel, pero nadie se atreve a tocar el tema. Sin embargo, hay que aparentar que se hace algo útil contra ello, porque si no se hace nada la gente se interesará por la verdadera raíz del problema. Entonces, como hay que hacer algo un poco vistoso que distraiga al personal, nos encontramos una vez más con la imagen del borracho que busca las llaves debajo de la farola no porque las haya perdido allí, sino porque es el único sitio iluminado. La farola, en este caso, son la confianza en el poder de la innovación y la esperanza depositada en las interminables negociaciones de la reforma laboral. Sobre la primera ya hablé en mi último microensayo. Respecto a la segunda, se explica básicamente por una confluencia de intereses bastante clara: como ya he dicho, a los políticos les conviene emplearla como cortina de humo, a despecho de la total ineficacia de la primera reforma lanzada a bombo y platillo hace año y medio, y a los empresarios les conviene como pretexto para abaratar más el despido. En cualquier caso, este asunto tiene tres vertientes, a saber, el contenido de la reforma, su impacto real, y las agallas necesarias para imponerla. Creo que el contenido debería coincidir en términos generales con lo recomendado aquí por un grupo de economistas bastante serios; otra cosa muy distinta es la eficacia que tenga en términos de creación de empleo; pero el problema de verdad es la falta de agallas. Viendo sus primeros pasos, cabe pensar que Rajoy no se atreverá a imponer una reforma de calado, como no se atreverá nunca a hacer lo que está haciendo Monti al lanzar un ambicioso plan de liberalización de distintos sectores de la economía que ha enfurecido a taxistas, farmacéuticos, notarios, médicos, etcétera. Montoro, por otro lado, parece afectado por el virus del síndrome de Estocolmo en sus negociaciones con las autonomías. Que no, que no tienen huevos. España parece destinada a ser gobernada por buenistas de uno u otro signo.

 

        En definitiva, se yerra en el diagnóstico, se elige el tratamiento equivocado para la enfermedad imaginaria diagnosticada, y por último no se tiene el valor suficiente para extender la receta.  Una pifia tras otra. El problema sería solo epistemológico si no fuera porque, al considerar real algo que no lo es, se acaba despilfarrando tiempo y recursos en remedios inútiles. Se me dirá que el problema de la inmigración no tiene solución, pero es una regla básica de supervivencia que las cosas que no tienen solución se deben admitir tanto o más como las que la tienen. Si nos olvidásemos de que de cuando en cuando se produce entre los humanos un accidente irreversible llamado muerte, la proliferación de comportamientos irresponsables haría que nuestra esperanza de vida se redujese a la mitad. Habríamos sido víctimas de otra falacia, en este caso de la consistente en razonar "Si no tiene solución, no existe". Esta variante inversa de la falacia ontológica ("Si hay un término para designar algo, ese algo existe") explica la ceguera voluntaria que demuestra la gente ante otros temas "delicados" como, por ejemplo, la existencia de desigualdades innatas entre los hombres.

 

        Sigamos escarbando en el tema. Alguien podrá negar la mayor, y objetarme que la inmigración NO es un problema, y por tanto no hay siquiera necesidad de diagnosticarla. Veamos, vayamos por partes. Antes de exponer por qué creo que la inmigración puede ser muchas veces un incordio, y desde luego lo es tal como se ha producido en España, creo que hay detenerse un momento a explicar por qué la negación sistemática de ese problema es ya una actitud que tiene funestas consecuencias.

 

        En efecto, según estamos viendo, ese tabú se extiende por toda la sociedad a modo de materia oscura que nadie ve pero que hace sentir su influencia en muchos otros dominios. El peor rendimiento de nuestros escolares en las pruebas de los informes PISA puede deberse en parte a la mayor presencia de niños de inmigrantes en las aulas; la resistencia de la cifra de mujeres asesinadas por su pareja a disminuir puede tener que ver con la importación de actitudes machistas a través de la inmigración; y la reciente disminución de la esperanza de vida observada en España podría deberse a los hábitos de vida de muchos inmigrantes, o a la disminución de la calidad asistencial provocada por su llegada en masa. Pero como se ha dictaminado por orden administrativa que la inmigración no es un problema, se sobreentiende que no puede ser la causa de nada negativo. Y ninguno de los expertos en ese campo se atreve a relacionar abiertamente el fenómeno observado con la inmigración. El tabú extiende así sus tentáculos por todas las esferas del conocimiento, silenciando aquí y allá parcelas de la realidad y obligando a los analistas a usar malabarismos teóricos y retóricos por los que deberían sonrojarse, aunque luego en voz baja admitan entre ellos sus sospechas. Un hecho escandaloso y muy significativo es que nadie se haya atrevido (¿aún?) a traducir ni al español ni al francés el libro que contra la inmigración publicó en Alemania hace año y medio Thilo Sarrazin, ex consejero del Bundesbank. Occidente sabe muy bien dárselas de macho laico cuando se trata de prohibir a crías inocentes que vayan al colegio con velo, pero no se atreve a difundir el contenido de un libro que más de un millón de alemanes han leído vorazmente. Y si esa omisión se debe al temor a represalias islamistas y no a una "simple" autocensura, la cosa es aún más grave.  (Actualización, 19-3-2012: a propósito, lean este interesante artículo de Timothy Garton Ash).

 

        La confluencia de las operaciones retóricas desplegadas por la clase política para camuflar la realidad y la adhesión gregaria del ciudadano de a pie a las causas buenistas y a la agenda que imponen los medios va conformando poco a poco una sociedad que, vista desde fuera, si es que eso es aún posible, parece haber ingerido algún tipo de droga que distorsionase la realidad hipertrofiando nimiedades y ocultando lo sustantivo. Una sociedad en la que todo el mundo se ha puesto ciego de LSD, gurtelina o garzonina, en la que muchos se tiran de cabeza desde su piso al asfalto creyendo que es el mar, y los otros se dedican a debatir por qué extraño motivo se han hecho papilla, barajando a gritos hipótesis variopintas sobre la causa de defunción: que si el color violeta de las aguas, que si no es el mar sino un campo de patatas, que si las alas de los infortunados no se han desplegado a tiempo... Europa se está suicidando económica y políticamente porque hace ya mucho tiempo que decidió suicidarse epistemológicamente. Y mientras tanto, sin dejar de trabajar, los BRIC contemplan atónitos las abracadabrantes escenas representadas en este gran gerontocomio arruinado. 

 

        Ellos

 

        Y ahora, retomando el hilo, veamos qué problemas plantea la inmigración. En primer lugar, cabe hacer una crítica general al mecanismo de resignación elegido como no-respuesta. Hay algo profundamente perverso en que quien dé limosna a un indigente a la salida de misa acabe siendo increpado o hasta agredido por el mendigo el día en que decida dejar de dársela por pasar apuros económicos. Pero un golpe de tuerca más de ese mecanismo perverso es que los otros feligreses conminen también a quien durante un tiempo demostró su generosidad a seguir hurgándose el bolsillo cada vez que acuda a la iglesia para no irritar al menesteroso, aduciendo razones tan convincentes como la de que el pobre siempre ha estado allí, a nadie hace daño, tiene mujer e hijos, no tiene dinero para coger el metro y no piensa matar a nadie. 

 

        Segundo, es obvio en el caso de España que la llegada de inmigrantes por abajo está expulsando por arriba a jóvenes muy bien formados, que están emigrando a países que les tratarán sin duda mejor que el nuestro. El empujón económico que Caldera & friends atribuye a los inmigrantes, de existir, debería sopesarse con la pérdida cualitativa que supone esta nueva fuga de cerebros, sobre todo si queremos poner en marcha ese nuevo modelo productivo prometido por ZP y retomado por Rajoy vía apología de los emprendedores. El resultado es una pérdida de la calidad de los bienes y servicios en general que todos podemos constatar en la vida cotidiana, desde la atención recibida en un restaurante hasta el acabado de cualquier reparación doméstica menor. La ética del trabajo bien hecho, como lo diría yo, no parece un rasgo cultural muy pronunciado entre los extranjeros (espero que quede bien así). Y el trabajo mal hecho muchas veces acaba pasando factura, de modo que el nivel de vida de la gente se resiente. Ya se sabe, lo barato sale caro. 

 

        Tercero, los inmigrantes... Oh, sorpresa, consumen recursos públicos. Y cada vez más. Los recortes que están sufriendo los funcionarios, los dependientes y los pensionistas van a parar en buena parte a los inmigrantes. Es algo que todo el mundo ve, por favor. No vale la pena detenerse en esto, de tan obvio.  Simplemente remito a las cifras que aparecen aquí, que incluyen también datos sobre el nivel de delincuencia en ese sector de la población.

 

        Cuarto, no paran de llegar. Una situación desesperada como la de España debería hacerles desistir, el flujo neto debería ser negativo. Pero estamos ante un flujo neto nulo. Los muchos que se van se ven compensados por los muchos que llegan, incomprensiblemente. Es como si el efecto llamada siguiese ahí, aunque muchos inmigrantes decidan volver a su país. El termostato básico de las malas perspectivas de trabajo no funciona, y espero ansiosamente que alguien consiga explicarnos eso algún día. Y esa persistencia del efecto llamada, todo el mundo se lo huele, probablemente no es ajena al extraño repunte sufrido por el paro en nuestro país en los últimos meses. Según se explica aquí, la teoría de que cuando la economía va mal los inmigrantes se van y dejan puestos que son ocupados por los autóctonos no parece verse confirmada por la realidad; además, los que se van no tardan en volver a intentarlo de nuevo, aunque la economía no haya mejorado. O sea que probablemente no solo va a haber paro para rato, sino aumento del paro para rato. Somos víctimas de la tormenta perfecta: buenismo extremo + cercanía lingüística a unos + cercanía geográfica a otros. ¡Qué más queremos para demostrar todo el altruismo de que somos capaces!

 

        Quinto, a nadie se le escapa que los inmigrantes están depauperando a gran parte de la clase media. No es solo que compitan con la clase media-baja en el mercado de trabajo, es que además compiten con la clase media en general en prestaciones sociales y, por contigüidad, hacen que las viviendas de esta se deprecien mucho más que las de las zonas ricas durante la crisis. Pues bien, según se ha comprobado empíricamente (véase esto), ese creciente contacto físico y psicológico con la exclusión social induce en la población autóctona más precaria una paradójica aversión a las iniciativas de aumento de impuestos a los ricos. ¿Por qué tan extraño comportamiento? Muy sencillo, no quieren que el dinero adicional recaudado vaya a parar a los inmigrantes que tienen por debajo y estos les "pillen" en la escala social. Las clases medias bajas se hacen más reaccionarias, de modo que, en Francia por ejemplo, deciden votar a Marine Le Pen y escupen a la tele cada vez que ven en ella al pijo BHL.  En definitiva, nos encontramos con una clase media menguante y cada vez más "carca". Pero digo yo, ¿quién va a ser el guapo que les afee esa defensa desesperada de su penúltimo lugar en la sociedad acusándoles de racistas? Lo dicho, BHL.

 

        Sexto, el adelgazamiento de la clase media, como estamos viendo, tiene de por sí un efecto de desestabilización política. Pero es que ese fenómeno tiene también serias implicaciones económicas. Primero, porque eso significa que nos estamos cargando a la clase que más tira del consumo, y sin consumo nuestros dirigentes no van a conseguir nunca ese crecimiento que tanto anhelan, y del que depende una recaudación fiscal que no se atreven a conseguir por otros medios. Y, segundo, la clase media -se dice aquí en relación con los países emergentes, pero sin duda podemos generalizarlo- se caracteriza por su especial habilidad para diferir las gratificaciones (fundamental en todo emprendedor, tome nota señor Rajoy) y por ser más heterogénea (intelectualmente al menos) que las otras, lo que hace de ella un buen caldo de cultivo para la innovación (tome nota, señor Rajoy). Cabe pensar que una clase media que viva en un estado de ansiedad permanente por la amenaza de perder estatus antepondrá el corto plazo a la tranquilidad necesaria para que le llegue la inspiración. Es decir, perdiendo clase media y hundiendo en la zozobra a la que quede se pierde no solo estabilidad y consumo, sino también creatividad; en definitiva, progreso; y así estamos, camino de la idiocracia. Y a quien solo le interesen las cifras económicas "macro", le gustará saber que una reducción del 10% de la clase media (por ejemplo del 50% al 40%) se traduce en una disminución del 0,5% del PIB. 

 

        Séptimo, no se ha aludido que yo sepa al "principio de diferencia" de John Rawls en relación con la inmigración, pero creo que vale la pena traerlo a colación. Según dicho principio, un aumento de las desigualdades puede estar justificado si con ello mejora al mismo tiempo la situación de los más pobres. Sesudos economistas de derechas llevan mucho tiempo justificando el aumento de la disparidad de ingresos basándose en esa teoría del "goteo" de riqueza. Pues bien, si incluso los poderosos necesitan ese baremo para dar un barniz ético a sus intereses, cómo no pensar que esa condición tiene que ser también, para la izquierda, un mínimo irrenunciable. Pero ese carácter de mínimo irrenunciable, si queremos ser coherentes, debería serlo con independencia de la causa del aumento de la desigualdad. Si esa causa, en lugar de ser un mayor enriquecimiento de los ricos, es la aparición súbita y masiva de una masa de pobres-pobres inasumible por la sociedad, debemos ser coherentes y seguir siendo fieles a ese principio. De modo que, en pura lógica, tanto la derecha como la izquierda deberían rechazar toda causa de desigualdad -en particular la inmigración- que empobrezca en términos absolutos a las clases bajas. Más aún si quienes se ven empobrecidos no son solo los más pobres sino también, como estamos viendo, las clases medias.

        Recientemente Richard Wilkinson ha argumentado mediante una serie de gráficos en The Spirit Level que el aumento de las desigualdades perjudica a todo el mundo, incluidas las clases altas, pero sus datos no parecen muy convincentes. Esa tesis, de confirmarse, debilitaría el principio de diferencia. Ahora bien, ello no afectaría a mi razonamiento, antes al contrario, pues lo que haría es elevar el listón del mínimo irrenunciable. 

        (Actualización, 18-03-2012: sobre este punto, hasta "The Economist" se toma en serio, aquí, que el aumento de las desigualdades ha podido ser el gran desencadenante de la crisis. En un escrito anterior -repartido en dos textos: 1 y 2- ya lo dije: Es la emulación, estúpido!). (Y que España ha sido campeona del aumento de las desigualdades durante los años de Zapatero es algo incuestionable a la vista de esto).  

 

        Octavo, y el factor más importante a mi juicio, es que las sociedades necesitan cierta homogeneidad para evolucionar de forma armoniosa. De ahí el mejor funcionamiento colectivo de los pueblos asiáticos.  La confianza mutua, ese gran lubricante de las transacciones humanas, se ve minada por el aumento de la diversidad.  Y eso es algo a-ni-mal, no susceptible de cambio alguno por efecto de la educación, y con lo que hay que contar.  Mi disposición a pagar impuestos será menor si sé que van a ir a parar a gente con la que no me identifico genéticamente. Una entrada masiva, oportunista y descontrolada de inmigrantes como la que ha sufrido España supone una inyección generalizada de desconfianza en toda la sociedad. En este artículo sobre el tema publicado en la revista Prospect hace unos años -que provocó una gran polémica en Gran Bretaña- se nos explica que el sociólogo Robert Putnam ha observado que en las comunidades con demasiada diversidad la gente no solo desconfía de los Otros sino también de quienes pertenecen a su misma etnia y clase social.  Es inevitable preguntarse si todo eso no tendrá algo que ver con la crispación permanente en que vive desde hace años la sociedad española (pero no lo creo, más bien pienso que los españoles nos bastamos y sobramos para crisparnos nosotros solitos). Sobre este tema, aconsejo la lectura de dos libros recientes: Braintrust, de Patricia Churchland, y The economics of enough, de Diane Coyle.

 

        Noveno, no se entiende que seamos tan cautos y respetuosos a la hora de establecer contacto con las tribus indígenas que aún quedan en el mundo (unos 150 millones de personas), para no perturbar su delicado ecosistema, sus costumbres un poco bárbaras, su mortalidad infantil, etcétera, y al mismo tiempo nos empeñemos en ignorar olímpicamente los efectos que tienen las migraciones económicas masivas en unos países a los que les ha costado mucho alcanzar un grado de civilización y bienestar sin precedentes. El mundo al revés. Esta esquizofrenia forma parte del suicidio cognitivo de Occidente. 

        En una entrevista al director de Survival International que leo en Le Temps (4/2/12), el periodista comenta que proteger tanto a esas tribus es quizá un lujo algo inoportuno en este momento de loca expansión económica y demográfica de la humanidad, a lo cual el entrevistado responde que "eso es un viejo argumento del colonialismo. Si lo tomáramos en serio, eso autorizaría a cualquier país densamente poblado a invadir otro más deshabitado".  Ahí está; sin quererlo, alguien a quien por su cargo podemos atribuir una bondad seráfica nos acaba de reconocer que la mera expansión demográfica no es razón suficiente para invadir otro país (que esa invasión sea militar o no, súbita o no, me parece secundario a estos efectos).

        De acuerdo, lo reconozco, esa coincidencia con el entrevistado es algo oportunista y superficial, pero creo, a la vista de lo que este dice más adelante, que hay también una coincidencia de fondo más importante, y es el rechazo a la idea de que la economía debe crecer a cualquier precio (en este caso, al precio de ver desaparecer una civilización). En España en concreto, la entrada de inmigrantes se ha visto muy favorecida por la hybris de una clase política y económica obsesionada por invertir en cualquier chorrada el dinero barato que le llegaba de Europa o que obtenía a intereses ridículos. En esa tesitura lo más rápido, lo más cómodo, lo más cortoplacista, lo más barato y generador de beneficios, era contratar a inmigrantes para trabajos de poco o ningún valor añadido.  Para fabricar basura si hacía falta. Solo así se explica que en España, con una disminución del PIB del orden de 5 puntos, el paro haya aumentado en 14 puntos. ¿Un 15% de la población activa producía solo un 5% de la riqueza? Pues sí, es decir, está claro que esa "riqueza" era solo el pretexto imprescindible para enmascarar jugosas plusvalías entre un montón de empresarios de pacotilla que se han ido de rositas mientras la banca y los "mercados" reciben todos los tortazos.

        Resumiendo, sí, soy partidario de que se deje tranquilos a los indígenas y, por las mismas razones, soy partidario de que nos dejen tranquilos a nosotros. Y creo también, francamente, que todos aquellos que propugnan el decrecimiento deberían ser coherentes y oponerse también a los flujos de migración económica claramente patológicos, como el ocurrido en España.   

 

        Décimo, la postura de acoger piadosamente al inmigrante que llegue pero no ir a buscar al que se haya quedado en su país es absolutamente incoherente desde el punto de vista ético. Nos encontramos ante un caso claro de discriminación por ubicación geográfica. Es más, probablemente quienes llegan a nuestros países no son los más necesitados, sino solo los más audaces, los más ambiciosos, los más testosterónicos (¿violentos?). Si nos parece absurda la idea de ir a por ellos, si hasta el más lerdo puede darse cuenta de que esa actitud buenista llevada a sus últimas consecuencias conduciría a la explosión de Europa, no se entiende que los recibamos con los brazos abiertos solo porque "se hayan traído ellos solitos".  ¿Qué mérito adicional pertinente supone esa autosuficiencia para reclamar una atención especial?  Otra muestra más de disonancia congnitiva, que puede evitarse adoptando una perspectiva consecuencialista para la que no hay diferencia moral entre acción y omisión. 

 

        Undécimo, por último, y aunque eso suponga la osadía de sumar un tabú a otro, esta enumeración quedaría incompleta -es más, sería una estafa- si no hablásemos también del empobrecimiento intelectual de la población que supone la llegada masiva de inmigrantes. En esta página se muestra el cociente intelectual de la población de casi medio centenar de países en relación con los resultados obtenidos en las pruebas PISA; en ella se remite también a otros estudios sobre el tema.  Búsquense los escasos países de Sudamérica representados y extráiganse las consecuencias que se quiera. De paso, no está mal fijarse en el CI de nuestros amigos griegos, tan tozuditos ellos en la defensa de su derecho a gastar lo que no tienen: un síntoma de falta de inteligencia es la incapacidad para retrasar cualquier gratificación y actuar de forma previsora por si las cosas se tuercen en el futuro.

        Por otro lado, está más que confirmado que el cociente intelectual de afroamericanos y afrocaribeños es del orden de 85, pero la media es de 70 aproximadamente si nos centramos en los países subsaharianos, como se ve en esta página que no parece nada sospechosa de sesgo procaucásico: "Congo (Zaire) – 68; Congo (Brazzaville) - 73; Etiopía - 67; Ghana – 62; Nigeria – 69; Sierra Leona – 67; Sudáfrica – 72; Sudán – 72; Tanzania – 74; Uganda – 73; Zambia – 75; Zimbabwe – 70". Aquí hay un estudio más serio al respecto. No hay que olvidar por otra parte el descubrimiento relativamente reciente de que, con excepción de los africanos, la especie humana comparte un 1%-4% de su material genético con los neandertales porque se cruzó con ellos hace unos 50 000 años en Europa. Habíamos salido ya de África. Los negros, por tanto, carecen de trozos de genoma que con toda probabilidad mejoraron en su momento sustancialmente las facultades cognitivas y/o sociales de quienes abandonaron el continente africano. 

        El CI correspondiente a Egipto (83, en la referencia de la que he sacado la lista supra) nos da una idea de cuál puede ser el nivel cognitivo de las poblaciones árabes en general, y nos permite entender mejor el caos en que se ha convertido la tan mitificada "primavera árabe". Un aspecto que no se ha resaltado lo suficiente, y obviamente pertinente cuando abordamos un tema como el de la inteligencia, es el alto grado de consanguinidad que existe en esas poblaciones. Según vemos en esta publicación, un 20%-50% de los matrimonios contraídos en el mundo árabe se dan dentro de un radio de acción genética equivalente a los primos segundos, y niveles de un 25%-30% de enlaces entre primos hermanos son habituales en esos países. En ese mismo trabajo se citan otros que demuestran los efectos perjudiciales de esa práctica en el nivel de inteligencia, que son máximos, como es lógico, entre los "primos dobles" (primos por parte de padre y de madre, por haberse casado dos hermanos con dos hermanas de otra familia). 

 

        Dicho todo lo cual, me interesa distanciarme aquí también de todos aquellos que solo saben oponerse a la inmigración desde una óptica que les obliga a practicar paralelamente alguna forma velada o no tan velada de antisemitismo. Lo cual no es difícil en un país como España, donde nada menos que el 60% de la población (el porcentaje más alto de Europa) opina que los judíos tienen demasiado poder, y más de una tercera parte expresa rechazo ante esa comunidad religiosa. Es obvio que nos encontramos, como tantas otras veces a lo largo de la historia, ante un caso de envidia por el éxito social de un sector muy minoritario de la población (40 000 personas en España). Y envidia, también, por su enorme inteligencia (CI medio de 110-115 según diversos estudios). En las últimas páginas de su libro Los judíos, Jesús Mosterín nos explica que, pese a ser el 0,2% de la población mundial (el 2% en Estados Unidos), esta comunidad ha acumulado unos porcentajes abrumadores de premios Nobel: 26%, 19%, 29% y 38% de los premios de, respectivamente, física, química, medicina y economía. Solo una mente muy conspiranoica capaz de creerse la majadería de los Protocolos de los sabios de Sion puede atreverse a -confrontada a esas cifras- sostener que ello no hace más que confirmar el enorme poder del lobby judío.

        Que los judíos ashkenazis son más inteligentes que el resto podría ser una mera curiosidad estadística, pero resulta que, como muy bien se explica en este artículo, se ha empezado ya a desentrañar el mecanismo neuroquímico responsable de esa diferencia. A lo largo de los muchos estrangulamientos poblacionales que ha sufrido este pueblo, la presión selectiva ha ido seleccionando algunos genes que, cuando se heredan por parte de los dos progenitores, dan lugar a las llamadas esfingolipidosis. Son, entre otras, las enfermedades de Gaucher, Tay-Sachs, y Niemann-Pick. En la primera se acumula un producto que potencia el crecimiento de los axones, y en las otras dos se acumula un gangliósido que potencia el crecimiento de las dendritas. Cuando se hereda uno solo de los alelos implicados, es decir, cuando se es solo portador, lo que en dosis doble causa serios problemas y muerte prematura tiene sin embargo un efecto positivo sobre la inteligencia (cinco puntos de CI, según un estudio). No es de extrañar, pues estamos hablando de moléculas que estimulan la interconexión neuronal (véase también esto). Por si todo eso fuera poco, en una clínica israelí dedicada al tratamiento de los afectados por estas dolencias se ha observado una llamativa sobrerrepresentación de ingenieros, científicos, contables y abogados.

 

       Y quien dice judíos dice, por ejemplo, chinos. A mí particularmente no me importa demasiado ese sector de la inmigración. En general son gente trabajadora e inteligente (remito de nuevo a los resultados de las pruebas PISA) y no plantean conflictos. (Actualización 18/03/12: vean esto, por favor). Lo realmente preocupante es la llegada masiva de una inmigración con demasiada testosterona y pocas neuronas, porque eso nos empobrecerá a todos a medio y largo plazo.  Sí, en el fondo, creo que hay un tipo de diversidad que merece una oportunidad, y es toda aquella que implique, por un mecanismo u otro, una mejora presente o futura del capital social (concepto acuñado por el antes mencionado Robert Putnam), en lo que vendría a ser una especie de eugenesia social. Puede que por el camino algunos, una minoría, lo pasen mal, pero las nuevas generaciones lo agradecerán. Por razones parecidas he defendido en otros microensayos las economías de escala y las lenguas mayoritarias. Así, por ejemplo, la "contaminación" de Cataluña por el castellano era una diversidad positiva, que hubiese permitido a esa comunidad gastar menos en sus estúpidas embajadas y en compañías aéreas y aeropuertos patrióticos y mantener una atención sanitaria de calidad, pero ellos prefirieron forzar una homogeneidad artificial que ahora está pasando factura a sus ciudadanos (los cuales, si se me permite el comentario, se lo merecen por haber aplaudido durante décadas como borregos cada nuevo, y siempre despilfarrador, desvarío catalanista).

 

        A la vista de todo lo anterior, se impone la pregunta ¿qué hacer? ¿Cómo podemos responder a este problema? La crisis económica, pese a su gravedad, no parece disuasión suficiente. Está claro que ahora se deposita la esperanza en la progresiva reducción de las ayudas que reciben los inmigrantes, porque es la medida que menos se nota, la medida más acorde con nuestra hipocresía, pero probablemente la única un poco eficaz. Habría que endurecer también los requisitos para obtener la residencia, en la línea de algunas de las medidas propuestas aquí. Y algo que habría que replantearse es la concesión de la nacionalidad, con el cuento de la memoria histórica, a personas que ni siquiera estaban en territorio español (nada menos que medio millón en dos años).

        Pero hay otro tipo de medidas no tan obvias que probablemente habría que estudiar también. Cuando un problema social se enquista y no cesa de agravarse, ello se debe muchas veces a que quienes toman las decisiones no son quienes padecen las consecuencias. Dicho de otro modo, se externalizan los costes de esas decisiones, al no funcionar el necesario mecanismo de retroinhibición que supone "aprender de la experiencia". No estaría mal, ahora que hemos comprobado que el Gobierno, si tiene voluntad política, puede inventarse los impuestos que le apetezca, implantar un nuevo tipo de gravamen dirigido a quienes se lucraron con el ladrillo en su día gracias a la mano de obra barata que ahora hemos de pagar todos, pero sospecho que eso plantearía problemas de inseguridad jurídica. Por otra parte, ejercer el buenismo es muy fácil cuando se vive en zonas residenciales blindadas a la inmigración y se tiene una profesión no sometida a presión inmigratoria, de modo que habría que estudiar la manera de que parlamentarios y altos cargos que sigan votando iniciativas buenistas, u oponiéndose a iniciativas "malistas", se vean afectados por esas decisiones: "Mira, majo, a partir de ahora tu hijo, en lugar de ir a ese colegio para élites, va a tener que ir a una escuela de zona gentrificada con 50% de alumnos inmigrantes, a fin de que vaya practicando esa multiculturalidad que tanto te gusta".

        Boutades aparte, en realidad creo que no hay mucho que pueda hacerse para evitar esta dilución del capital social que no ha hecho más que empezar, y que tiene también otras causas. Como decía, hay cosas que no tienen solución, y esta es probablemente una de ellas. Nos dice Mosterín en el libro antes citado que:

 

"Solo el aislamiento impuesto por una pared adiabática impide que el calor se difunda. Solo los compartimentos estancos impiden que los diversos líquidos se entremezclen... Algo parecido al segundo principio de la termodinámica apunta hacia una mayor mezcla y pluralismo por todo el planeta... El futuro es de las diásporas."

     

        No quisiera terminar estas líneas sin denunciar el llamativo silencio de los intelectuales españoles ante el tema de la inmigración. Es muy fácil practicar ese tipo de indignación superficial a que tan aficionado es Javier Marías, quien sabe criticar con gran vehemencia desde su columna semanal de EL PAÍS la beatería del PP, la horterez de Rita-Barberá, el engreimiento de Carmachacó, la falta de cerebro de Leyre Pajín, etcétera. Pero todo eso son blancos fáciles, todo eso son cosas ya asumidas por la mayoría de sus lectores, que aplaudirán de inmediato las ingeniosas iracundias del autor. Llueve sobre mojado. La función del intelectual, si alguna se merece que le atribuyamos, ha de consistir ante todo en hablar de lo que la gente prefiere silenciar. Hablar incluso de esas cosas aunque no se tenga una postura clara al respecto, examinando sin escandalizarse cualquier argumento verosímil. El verdadero intelectual se distingue no por su oposición previsible al Poder, sino por su oposición inesperada a nosotros mismos, a nuestros miedos, a nuestra complacencia.

 

 

    *  En efecto, en ese gráfico, al moverse el eje de abscisas en el entorno de un 10% de población inmigrante, cabe interpretar grosso modo que una variación de un 1% en términos absolutos en la escala de dicho eje representa ese 10% de variación de la tasa de inmigración a que se refieren los autores de ese estudio. Con el eje de ordenadas ocurre algo parecido: como estamos hablando de niveles de desempleo de alrededor del 10% en términos absolutos, su 0,4% de aumento absoluto del desempleo equivale a un 4% en mi caso. Si bien es cierto que mis datos muestran un aumento del 10% de desempleo, no del 4%, hay que tener en cuenta: 1) la advertencia de los autores de que su 0,4% (mi 4%) representa un mínimo a revisar (al alza, claro) en caso de crisis, y 2) que mi análisis se refiere al desempleo global de inmigrantes y nativos; si me hubiese centrado solo en los nativos el efecto hubiese sido menor. De modo que -asumiendo ahora las escalas empleadas en el estudio citado- todo lleva a pensar que hay una horquilla de 0,5-1,0% de reducción del empleo entre los nativos en caso de crisis por cada 10% de aumento de la inmigración en los últimos años.  Téngase en cuenta, por último, que puesto que estamos hablando de un nivel de empleo de aproximadamente un 90%, como sería el caso en el momento en que se hizo ese estudio, una reducción del 0,4% del empleo significa un aumento del 4% del número de desocupados, que es la perspectiva que he usado yo.

 

A 30 de enero de 2012. Actualizado el 6 de febrero.

 

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