La política
como metapararrealidad
Los análisis de la realidad económica
que nos presentan tanto los mismos economistas como los políticos giran
normalmente en torno a tres conceptos básicos: inflación, desempleo y
crecimiento (PIB). Ahora bien, las cifras que manejan para expresar esas
variables son, esta vez sí, un puro constructo
social. Dicho de otro modo, en el mejor de los casos carecen de todo
fundamento, y en el peor, responden a un intento deliberado de desorientar a
los ciudadanos.
Vayamos
por partes. En primer lugar, por lo que se refiere a la inflación, en el
cálculo del IPC no se tienen en
cuenta ni el valor de los bienes inmobiliarios ni el nivel de los índices
bursátiles, de modo que puede darse una enorme inflación de activos sin que ello se refleje en las cifras del IPC.
Se oculta así una parte de la realidad, y esa omisión es mucho más grave en
unos mercados como los actuales, embriagados por las toneladas de dinero que
les están inyectando los bancos centrales.
En
lo que atañe al paro, su reciente
disminución no refleja el dato de que los nuevos empleos son muy precarios. Se
ha creado trabajo sin que la productividad
haya mejorado. Como lo que de hecho se ha logrado es la dudosa hazaña de
repartir la miseria entre más personas, para reflejar fielmente la realidad lo
que debería hacerse es utilizar como índice el producto del número de personas
empleadas por la masa salarial que globalmente perciben. Si ese valor, como
parece, se ha mantenido más o menos constante en los últimos años, cabe deducir
que estamos viviendo una etapa no de creación de trabajo, sino de reparto del trabajo. Sí, ese reparto
tan cuestionado por la derecha cuando lo propone la izquierda está siendo
aplicado por la primera, enmascarándolo como un incremento "neto" del
número de puestos de trabajo. El más que
probable estancamiento secular que
nos espera desmiente a quienes siguen empeñados en convencernos de que no
existe una "tarta de trabajo"
fija. Puede que no sea fija, pero todo lleva a pensar que su margen de
variación es estrechísimo y que en una coyuntura mundial como la actual no
tiene mucho que ver con el modelo productivo. Al fin y al cabo, tan precario es
el empleo que se está creando en los Estados Unidos como el que se está creando
en España, y en este último caso, no se olvide, con la nada desdeñable
contribución, a efectos de porcentajes, del retorno de inmigrantes a sus países
de origen (hasta ahora).
Podríamos
también hacer referencia a los distintos criterios aplicados en cada país para
determinar el nivel de desempleo, circunstancia que hace aún más engañosa la
simple comparación de las cifras de unos y otros, pero dejemos eso a un lado y
pasemos a hablar de la tercera variable mencionada, el sacrosanto PIB. En un clarividente artículo (http://tinyurl.com/jaggwm2) sobre la
aberración que supone identificar el crecimiento y el bienestar únicamente con
dicho indicador, Eric Beinhocker y
Nick Hanauer nos proponen considerar el capitalismo
como un sistema de solución de problemas
en lugar de un sistema orientado a maximizar como sea en la sociedad el número
de transacciones económicas computables para calcular el PIB. Deberíamos, nos
dicen, valorar la eficacia del capitalismo en función del ritmo al que genere
soluciones a problemas claramente identificados y en función, claro está, del
acceso de la población a esas nuevas soluciones. En lugar de considerar
crecimiento el sumatorio del dinero intercambiado por los agentes económicos a
raíz de un accidente de circulación (coste de la reparación o sustitución de
los automóviles, coste de la atención sanitaria a los heridos, coste de la
policía de tráfico, coste asociado a los destrozos viales, coste de los
empleados en las aseguradoras implicadas, etc.), pasemos a contabilizar de
algún modo el número de años de vida ganados gracias a la aparición de dos
nuevos fármacos contra el cáncer, el aumento de la productividad conseguido
gracias a un nuevo programa informático desarrollado para evitar un fenómeno de
cuello de botella en la Administración, o la asequibilidad de un novedoso robot
limpiacristales.
Si
contemplásemos la actual Gran Recesión teniendo en cuenta el PIB sólo como
indicador grosso modo y dando
prioridad a ese nuevo indicador aquí propuesto, algo así como el porcentaje
adicional de nuevas soluciones asequibles para problemas concretos de la gente,
es posible que descubriésemos que esta crisis no reviste la gravedad que parece
tener. El actual alarmismo sería únicamente un artefacto generado por la
evolución de ese "constructo
económico" alejado de la realidad llamado PIB. Dicho sea de paso, la
fea denominación de constructo le está bien empleada a este indicador si
pensamos simplemente que, según diversas estimaciones, la incorporación al
mismo de la prostitución, las drogas y el contrabando como actividades
económicas a finales de 2014 podría haberlo incrementado en un 1%-2%. Sin
embargo, nadie habla de esa operación de maquillaje
contable al referirse al 3,2% de aumento del PIB logrado en 2015 en España
(aunque debe señalarse que esa manipulación se hizo en todos los países de la
Unión Europea). En resumen, a nuestros
dirigentes no les tiembla el pulso a la hora de construir una realidad
artificial manoseando un concepto ya de por sí artificioso: arbitrariedad al
cuadrado, presentada con decimales y todo para que no quepa ninguna duda sobre
su autenticidad.
Pero
las cosas no son tan simples como uno desearía. Como mecanismo para solucionar
problemas, nos dicen Beinhocker y Hanauer, el capitalismo es bastante eficaz,
pero en absoluto eficiente. Muchos ilusos creen percibir un mercado potencial
para un problema que sólo lo es para ellos, o ni siquiera, y tras no pocos
esfuerzos e inversión acaban estrellándose. Es la llamada destrucción creativa. Por otra parte, en este capitalismo
desnortado en el que estamos inmersos, una parte cada vez mayor del PIB
corresponde a actividades de personas que, lejos de solucionar problemas, nos
los crean. Son quienes ocupan los que el antropólogo David Graeber denomina bullshitjobs, que podríamos traducir
como trabajos de mentira, seudoempleos o sobretrabajos. La traducción fácil de
"trabajos de mierda" que algunos han utilizado no coincide ni por
asomo con esa noción, toda vez que una buena parte de quienes nos fastidian la
vida de un modo u otro goza de remuneraciones estratosféricas, como son las que
se autoasignan los directivos de los bancos ante las narices impasibles de las
autoridades reguladoras. En definitiva, el capitalismo no sólo es ineficiente
por su propia naturaleza, sino que desde hace ya muchas décadas es además
antimeritocrático. Comoquiera que sea, cualquier indicador alternativo del
crecimiento/bienestar debería tener en cuenta no sólo el número de problemas
solucionados, sino también el creciente número de problemas generados por los
políticos como efecto colateral de la creación de empleos innecesarios con la
única meta de reducir el paro con fines electorales.
Resumiendo,
los economistas han creado una realidad paralela, una pararrealidad, centrada en tres parámetros macroeconómicos que
distorsionan groseramente la visión que tenemos del funcionamiento de la
economía. Lo peor del caso es que los políticos han sido cómplices de todas
esas maniobras, cuando no las han alentado, y se basan en sus resultados para
competir entre ellos intentando deslumbrarnos con ridículos juegos malabares,
sabiéndose sobrepasados por los acontecimientos, en lo que representa por consiguiente
una metapararrealidad que se sitúa a
años luz de los requisitos básicos exigibles para que el sistema capitalista
desempeñe la función que debería asignársele explícitamente como gran solucionador de problemas. Lo que
estamos viendo son unos mercados en los que brillan por su ausencia tanto la
eficiencia como la eficacia y la meritocracia, unos mercados presididos por la
constante improvisación de recetas en las que nadie cree y que acaban siendo
fuente de nuevos problemas. Y es que esto, pensamos muchos, no ha hecho más que
empezar.
19 de febrero de 2016
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