Inicio - C3C

 

Parasitismo, neofilia e hiperdemocracia en Españístán

 

 

En la revista Claves se publicó en la primavera de 2013 (nº 228) un artículo titulado "Rabiosamente parásitos". Su autor adoptaba una perspectiva bioeconómica para interpretar la actual crisis, lo que le llevaba a poner énfasis en la pérdida de riqueza que para la sociedad supone tolerar y hasta estimular el comportamiento parasitario de innumerables agentes económicos. Se diría que trabajar es siempre una actividad digna de respeto, aunque la actividad en cuestión no sirva para nada o impida incluso a los demás desempeñar su propio trabajo con eficiencia. Pocos meses después, en la sección sobre educación del número 230 de la revista, Manuel Atienza y Anna Caballé hacen un lúcido análisis de la Universidad española, a la que vienen a retratar como un ejemplo de libro de la invasión y dominio de esa institución por una horda de burócratas que, faltos de imaginación para hacer algo novedoso en su ámbito de conocimiento, se reciclan en funcionarios ávidos de informes de evaluación, mediciones de la productividad, nociones estúpidas de psicopedagogía (ese "no enseñar nada, pero enseñarlo bien" que cita Atienza) y campañas de imagen, en detrimento del tiempo que para enseñar e investigar de forma adecuada necesitan quienes realmente tienen algo que aportar.

 

Fuera de la Universidad, cualquiera que aún no se haya jubilado y lleve una o dos décadas trabajando en el mismo sitio habrá sido testigo de idéntico fenómeno. Así me consta que ocurre, según testimonios de primera mano, en la sanidad española, en las organizaciones internacionales y en las instituciones europeas. Los burócratas son cada vez más, y quienes intentan hacer algo de fuste, cada vez menos. 

 

Quisiera aquí complementar esos análisis describiendo otros dos fenómenos que a mi juicio confluyen sinérgicamente con el problema del parasitismo económico y configuran un panorama desolador para cualquiera que aspire a vivir algún día en una sociedad más racional. El primero de esos fenómenos es el que da lugar a lo que podríamos denominar "seudoinnovación". En tiempos de bonanza, ante el exceso de dinero y tecnología a su disposición, los trabajadores cualificados supernumerarios se lanzan a introducir en los productos de uso cotidiano, en los algoritmos que los animan, en los formularios de la burocracia y en los menús de navegación por los sitios web cambios totalmente innecesarios, incluso incómodos para el usuario. No parece casualidad que toda esta crisis coincida con una sensación de frustración creciente de los consumidores ante un entorno cada vez más hostil, donde todo funciona cada vez peor. Pero no podía ser de otro modo en una economía que decidió hace ya mucho tiempo apostar resueltamente por la destrucción creativa en el peor sentido del término, esto es, entendida como creatividad destructiva; como siempre, en aras del "crecimiento", en aras del "pleno empleo". En ese mundo ha dejado de regir la lógica darwiniana de la supervivencia del mejor, porque esa supervivencia implica detenerse en un punto óptimo y nuestra economía, por favor, no puede permitirse el lujo de pararse ni un solo segundo. Para nuestra desesperación, somos testigos así, una y otra vez, del declive de productos que un día usábamos con placer y elogiábamos por su facilidad de uso, como por ejemplo la versión 98 o XP de Windows; aquella fotocopiadora que respondía rápida y fiablemente al único botón que tenía, un botón grande, hermoso, que se podía apretar sin la incertidumbre asociada a los pitidos erráticos de las opciones táctiles; aquellos automóviles con asientos amplios y cómodos y un salpicadero sencillo y elegante; aquellos bancos callejeros de madera y respaldo sinuoso que, si no han desaparecido sin más, han dado paso a monstruos de diseño de duro cemento, etcétera. Alguien debería hacer algún día una historia de los objetos/servicios en la que podamos apreciar la evolución de su nivel de calidad/usabilidad. Constataríamos así con profunda tristeza que hemos dejado atrás un montón de puntos óptimos, que hemos ido acostumbrándonos sin rechistar a perder calidad de vida como consecuencia de la interferencia de un sinfín de parásitos de cuello blanco que lograron engatusar a todos con sus incesantes "novedades". Los expertos coinciden en que, si nos olvidamos por un momento del PIB -ese indicador aberrante aceptado acríticamente por todos los políticos de nuestro entorno con excepción del malvado Sarkozy1-, en términos globales, la calidad de vida real alcanzó ese punto óptimo a mediados de los setenta en las sociedades occidentales.

 

Los blogs de la web reflejan ese mismo fenómeno, organizados como están para que lo ultimísimo desplace siempre hacia abajo las otras ideas, sean buenas o malas. Lo realmente interesante, siempre escaso, quedará sepultado por la más reciente ocurrencia-basura de los participantes. Y esa mecánica contribuye también a potenciar la deriva relativista, pues impide que las ideas se jerarquicen según su mérito. Lo último como criterio último, porque solo ese criterio cronológico, tan objetivo como arbitrario, puede ser admitido por consenso por todos. Señalar lo verdaderamente pertinente sería un atrevimiento, una imposición: todo es relativo, solo la novedad es incontrovertible. Cómplice del relativismo y del culto a la diversidad, enemiga de la meritocracia, la neofilia, paradójicamente, acaba con la innovación y fomenta el conformismo.

 

Es obvio que la neofilia no es un rasgo típicamente español, pero tengo la convicción de que andamos sobrados de ella, habida cuenta de que somos líderes en pirateos, en crecimiento del uso de Twitter, en ludopatías varias, etcétera. En general, líderes en intentos de deslumbrar en las redes sociales con algo supuestamente original, en intentos de destacar en las manifestaciones con eslóganes graciosillos. Los críos necesitan estímulos siempre nuevos para no aburrirse, y a esta sociedad infantilizada que es España le ocurre algo parecido. Esa puerilidad tan extendida constituye por el lado de la demanda terreno abonado para cualquier frivolidad novedosa que surja por el lado de la oferta.

 

El capitalismo presenta inevitablemente derivas que entran en contradicción con la filosofía que lo sustenta. La neofilia es una de ellas, pero hay otra de especial relevancia que solo ha sido corregida en el ámbito estrictamente económico, a saber, el fenómeno de "el ganador se lo lleva todo", también conocido como efecto Mateo.2 Es cierto que existen normas orientadas a evitar las situaciones de monopolio, pero nada se hace para impedir que, fuera de lo que es la actividad empresarial, los mejores se vean recompensados de forma abrumadora y todos los demás se queden prácticamente sin nada. Que ese fenómeno opere en el ámbito del deporte no tiene mayor importancia (al contrario, los espectadores son muy sádicos y desean siempre resultados ajustados); que opere de forma paradigmática en los reinos de Twitter y Facebook tampoco me parece especialmente grave, solo altamente sintomático del nivel intelectual de esas redes; pero que lo haga en el mundo laboral no tiene nada de lúdico. Desde principios de los setenta (década de inflexión sin duda, si consideramos también lo explicado más arriba), las desigualdades no han dejado de crecer en las sociedades occidentales, hasta el punto de que la escala de las diferencias de retribución en las empresas ha pasado de 1:6 a 1:300;3 en este sentido, España vuelve a demostrar su atipicidad negativa situándose casi a la cabeza (superada solo por Letonia, Rumania y Lituania) de la UE-27 como país con mayor aumento de las desigualdades en plena crisis.4 La falta de proporcionalidad en el reconocimiento de los méritos socava la meritocracia, y eso se traduce finalmente en un desaprovechamiento de los recursos humanos y en ineficiencias de todo tipo. Y aquella falta de proporcionalidad que afectaba al reconocimiento del valor de las ideas confluye aquí, puede que de forma sinérgica, con la reciente tendencia a sobrevalorar descaradamente a los mejores, con el agravante de que estos se comportan a menudo como los peores. El resultado es que toda la sociedad sale perdiendo, de modo que, aparte de las razones morales que muchos cuestionan, hay también razones técnicas para rechazar el vertiginoso crecimiento de las desigualdades que se ha producido en el mundo occidental durante las últimas décadas.

 

Resumiendo, la neofilia y el efecto Mateo distorsionan dos principios básicos de legitimación del capitalismo como son la búsqueda de (y adhesión a) soluciones óptimas y la asignación eficiente de recursos humanos propiciada por la meritocracia. Pero es forzoso constatar que, en Twitterlandia y similares, lo que determina que lo que hubiese sido una búsqueda darwiniana de lo mejor se transforme en una dinámica de unanimidad en torno a soluciones mediocres no es otra cosa que la participación masiva de jugadores/emuladores compulsivos e infantilizados. España sufre los efectos de un exceso de dinero, de un exceso de inmigrantes y de un exceso de seudoinnovación, pero la descripción del cul-de-sac en que se encuentra el país estaría incompleta si no me refiriera también al exceso de democracia que padecemos. Desde hace ya bastante tiempo, pero sobre todo desde la irrupción del movimiento de los indignados, y por influencia también sin duda de esa exigencia generalizada de inmediatez que han impuesto las redes sociales, se ha extendido la idea de que la democracia se desvirtúa si no se ejerce en cada segundo de la vida, de que la democracia no consiste, se dice con una mueca de asco, en meter un papelito en la urna cada cuatro años y desentenderse. No, por lo visto la democracia se ejerce ante todo presionando al Gobierno de turno para que haga lo que la calle le pida en cada momento, en tiempo real. Esta perversión de la democracia la ha resumido muy bien Timothy Garton Ash al señalar que consiste en "dar a los sectores más ruidosos del pueblo lo que quieren, a corto plazo, en lugar de proponer a la mayoría de la población lo que necesita a largo plazo y arriesgarse a la impopularidad inmediata, que es lo que han hecho siempre los buenos líderes."5

 

Hay que reconocer también, no obstante, la necesidad de diferenciar el ruido justificado del injustificado. No es lo mismo una cacerolada de jubilados afectados por el timo de las preferentes o una concentración contra los recortes en sanidad que una manifestación de faranduleros enojados por un aumento del IVA que es de hecho inofensivo para unos consumidores que tienen a su alcance infinitos entretenimientos de sustitución. Si al menos una parte del griterío callejero lo protagonizasen "agentes racionales", se habría organizado ya un Movimiento contra la Externalización que se opondría sistemática y pacíficamente a los numeritos circenses de todos esos lobbies que pretenden diluir por el conjunto de la sociedad el coste inherente a la conservación de empleos innecesarios.

 

A estas alturas, por otra parte, es innegable que la transferencia masiva de competencias del Gobierno central a las autonomías ha favorecido el nepotismo, la corrupción y el provincianismo económico. Es lógico, pues cuanto más cerca estén los decisores del lugar de aplicación de las decisiones, más probabilidad hay de que éstas se alejen del bien común y favorezcan a los lobbies locales, los amiguetes o incluso los familiares. Esa hiperdemocracia autonómica, cuando no descaradamente independentista, sumada a la hiperdemocracia callejera, ha conducido a España a una situación de ingobernabilidad que ha adquirido tintes tragicómicos. La red de interdependencias es tal, que no se toma ninguna decisión, ante unos socios europeos que no entienden que en un contexto de urgencia absoluta nuestros rifirrafes, lejos de atenuarse, sean cada vez más esperpénticos. Los gestos de insumisión se multiplican, nuestro máximo dirigente ni sabe ni quiere usar su mayoría absoluta, y los jefecillos locales no paran de berrear como críos en este inmenso patio de recreo en que se ha convertido España.

 

Añádase a ello que las redes con demasiados centros de decisión, según demostró en su día el biólogo teórico Stuart Kauffman, son inherentemente torpes. La complejidad crece exponencialmente con el número de nodos. "El crecimiento de la red crea interdependencias, las interdependencias crean exigencias en conflicto, las exigencias en conflicto enlentecen la toma de decisiones, y el retraso en la toma de decisiones aboca finalmente a la parálisis burocrática".6 Es decir, incluso sin esos líderes ineptos que los españoles han elegido libremente, el proyecto autonómico estaba destinado al fracaso desde el principio. Esa importancia decisiva de la infraestructura en sí, del monstruo de conflictos entrelazados creado por la megalomanía democrática, explica también que el conjunto de Europa, con líderes claramente más competentes que los nuestros, sufra el mismo tipo de patología. En realidad, España es una caricatura especialmente grotesca de las contradicciones que están gangrenando a la Unión Europea.

 

Así como se ha tenido que reconocer que el mercado abandonado a sí mismo conduce a resultados perversos que justifican la intervención del Estado y los bancos centrales (normas antimonopolio, impuestos progresivos contra el efecto Mateo, aumento de los tipos de interés contra el hiperconsumo y las burbujas), ya va siendo hora de admitir también que la democracia abandonada a sí misma acaba otorgando privilegios inmerecidos a grupos bien organizados ante la pasividad, cobardía o complicidad de una red de centros de poder que no tienen el menor interés en llegar a acuerdo alguno.

 

El año pasado causó cierto revuelo un trabajo del economista Rani Rodrik acerca del trilema que constituyen los conceptos de democracia, globalización y soberanía nacional. No es posible materialmente disfrutar de las tres cosas al mismo tiempo. A alguna hay que renunciar. O se puede designar una prioritaria y sacrificar parcialmente las otras dos. Pero lo cierto es que, aunque ni los niños ni los españoles acaben de entenderlo, no se puede tener todo. El citado trilema guarda semejanza con el que tejen las ideas de igualdad, eficiencia y libertad. Cualquiera comprende que redistribuir la riqueza implica restringir la libertad de enriquecimiento de los más afortunados, que para sacar adelante una empresa no se puede estar consultando continuamente a sus trabajadores, o que las políticas de discriminación positiva conllevan casi siempre una disminución de la eficiencia. No querer reconocer esos inconvenientes es empeñarse en vivir en un mundo de ensueño, pero eso es exactamente lo que hacen nuestra clase política y buena parte de los responsables del aparato de propaganda de la Unión Europea. Como a estas alturas no se pueden poner puertas al campo (porque la globalización es irreversible), está claro que la única salida posible consiste en ceder soberanía y en renunciar también a algunos de los usos democráticos. Esto último puede hacerse mediante un gobierno de tecnócratas, que tan buenos resultados dio en Italia hasta que la fastidiaron, pero en un caso como el de España solo podrá lograrse lanzando un ataque frontal contra la hiperdemocracia autonómica que nos está devorando. La opinión pública ya se ha dado cuenta, ahora solo falta que la troika se dé también por enterada de una vez y tenga el valor de obligarnos a actuar en ese sentido como condición indispensable para cualquier nueva ayuda. Pero no nos engañemos, todo hace pensar que en el improbable caso de que Europa se atreviera a plantear efectivamente ese ultimátum, España preferiría suicidarse para salvar a sus autonomías. Para salvar a sus grandes parásitos. Para hundirnos a todos aún más en la miseria.

-------------------

 1) En 2008 Nicolas Sarkozy encargó a Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi que coordinaran un estudio sobre las posibles alternativas al PIB como indicador del progreso de los países. El resultado fue el informe Mismeasuring our lives, prologado por el entonces Presidente.  

2) "Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará". Fue el sociólogo Robert K. Merton quien acuñó el término. Ramón Margalef lo recuperó más tarde como "principio de San Mateo" en el ámbito de la teoría de sistemas. 

3) Véase el artículo de Ruiz Soroa "El cáncer de la democracia", EL PAÍS, 5 de mayo de 2012.

4) http://tinyurl.com/5ufrxb7

5) EL PAÍS, 24 de julio de 2011.

6) En The Origin of Wealth, Eric D. Beinhocker, Random House, Business Books, 2006, p. 152.

 

 

<