MNEMOCINÉTICA
(Contra el voluntarismo memorístico)
Un concepto fundamental en farmacología es la llamada vida media de un medicamento. Por lo
general, cuanto mayor es su concentración en el organismo, mayor es la
velocidad a la que se elimina. Las dosis se pueden calcular de manera que el
intervalo entre las tomas coincida aproximadamente con la vida media, y de este
modo al cabo de unas 4-5 dosis se alcanzan de forma estable los niveles eficaces
deseados. A esas concentraciones la velocidad de eliminación iguala el ritmo de
administración del producto. Se ha alcanzado una meseta que garantiza la
efectividad del fármaco.
Aunque temo estar pecando de adanismo, he
advertido que ese mismo modelo de acumulación progresiva de algo hasta una
meseta podría aplicarse también al proceso de memorización durante el estudio de una materia. Así, suponiendo que
A sea el material memorizado cada
día y retenido al 100% ese día, y P
el porcentaje de material acumulado anterior retenido al final de cada día,
tendríamos:
Al
final del día 1 : A
Al
final del día 2 : A+PA
Al
final del día 3 : A+P(A+PA) = A+PA+P2A
Al
final del día 4 : A+P(A+PA+P2A) = A+PA+P2A+P3A
Al
final del día n: A * ∑ pn (sumatorio de n=0 a
n-1)
Lo
cual tiene como límite A * (pn-1)/(p-1)
Veamos
aquí en un solo gráfico algunos ejemplos:
Las series corresponden a lo siguiente:
1)
10 páginas por día, 95% de retención
2)
6 páginas por día, 95% de retención
3)
10 páginas por día, 85% de retención
4)
6 páginas por día, 85% de retención
De
ese simple gráfico se pueden sacar varias conclusiones interesantes:
1)
Ligeras diferencias de retención (relacionadas quizá con la eficiencia de las
conexiones sinápticas cerebrales) pueden traducirse en una seria limitación del
material máximo asimilable.
2)
En función del instante en que deban aplicarse los conocimientos (examen o
prueba práctica), a veces será mejor aprender menos velozmente pero retener
mejor lo aprendido. Así, en el día 5 del gráfico, quien es capaz de memorizar
rápidamente con relativamente poca retención tiene ventaja frente al que
memoriza más lentamente pero retiene también más, pero a partir de las dos
semanas ocurre lo contrario.
3)
Los mejor dotados pueden aprender y retener en cuatro días el mismo material
para el que el peor dotado necesitará tres semanas.
4)
Cuesta admitirlo pero... a veces hincar los codos no sirve de nada. Si a partir
de cierto momento no asimilas lo suficiente o no retienes lo suficiente,
estarás condenado a la maldición de Sísifo:
cada día tendrás que volver a empujar la gran roca hasta el punto donde la
dejaste ayer, porque por la noche tu desmemoria la habrá hecho rodar cuesta
abajo. Este pequeño detalle es en realidad un auténtico mazazo contra la ética del esfuerzo. Antes de
"motivar" y reñir a tu hijo por sus malas notas, intenta averiguar
-si te atreves- cuál es su, por así decirlo, "perfil de aprendizaje".
Si no asimila con la suficiente rapidez y/o no retiene lo aprendido durante un
tiempo razonable, lo estarás condenando a sentirse frustrado permanentemente, a
maldecirse cada vez que se compare con cualquiera de los otros perfiles.
5) Last but not least, este análisis es
también una gran bofetada para quienes creen en la tabla rasa. Se empieza a hablar por fin de las diferencias genéticas que afectan a la inteligencia, pero apenas se
habla -aún- de las que influyen en la memoria. Sin embargo, tras ya muchas décadas
de contacto con familiares y amigos, no me cabe la menor duda de que las
diferencias en ese sentido son mucho mayores que las que afectan al cociente
intelectual, al valor g. En otras
palabras, muy probablemente la desviación estándar de la distribución de la
capacidad memorística es mucho más amplia que la de la inteligencia. Me
atrevería a hablar de un 50%, no del 15% de esta última. Eso significaría que
incluso los ejemplos escogidos más arriba son bastante conservadores. En
definitiva, duele reconocerlo -sobre todo para quien esto escribe, cuyas
estimaciones lo sitúan en torno al percentil... ¿20?- pero la crueldad de la
naturaleza al crearnos desiguales se ha manifestado de forma mucho más perversa
en la memoria que en la inteligencia. Si efectivamente es así, puede que ello
se deba a razones evolutivas: el
mundo de nuestros antepasados era mucho más simple, de modo que los genes
relacionados con la memoria (probablemente muchos, como ocurre con la
inteligencia) podrían haber sufrido derivas genéticas bastante aleatorias hasta
hace relativamente poco (algunos miles de años). Con la progresiva complejidad
de nuestro entorno, al cobrar protagonismo la memoria (por favorecer la
supervivencia, pero quizá también en virtud de un proceso de selección sexual),
la presión selectiva habría tenido de repente muchos genes no optimizados con
los que jugar. Pero todo esto es pura especulación.
Volviendo
a la realidad, ya va siendo hora de que los psicólogos, en lugar de practicar
continuamente las más absurdas formas de onanismo mental, desarrollen pruebas
válidas para determinar los dos parámetros considerados -velocidad de
asimilación y poder de retención- así como cualquier otra variable pertinente
que se les ocurra. Y la prioridad debe ser adaptar antes que nada tales pruebas
a los niños escolarizados, pues son ellos los que más tienen que ganar de una
intervención precoz de esa índole. Deberá evitarse que los resultados de los
tests sean públicos, pero habrá que educar tanto a los chavales como a los padres
para que sean capaces de aceptar la realidad. No aceptarla, seguir viviendo en
el mundo idílico de la tabla rasa, tan idolatrada por psicólogos y pedagogos,
es la mejor receta para frustrarse y no buscar alternativas más idóneas, como
profesiones que no exijan una gran memoria sino otras habilidades.
Afortunadamente, la informática es la gran prótesis de los desmemoriados, y la
sociedad haría bien en reconocerlo y no penalizar a esas personas aún más
sometiéndolas a pruebas memorísticas innecesarias para el trabajo a desempeñar.
Por añadidura, si resulta que la buena memoria está asociada a según qué rasgos
psicológicos -como parece, véase esto-,
el psitacismo sufrido durante nuestros años de formación y la sobrevaloración
de esa facultad cognitiva en las pruebas de selección de trabajadores de cuello
blanco podrían haber encumbrado a los puestos de mayor responsabilidad en la
sociedad a personas cortadas por un mismo patrón: muy meticulosas, sí, pero por
eso mismo demasiado perfeccionistas y rígidas. Al fin y al cabo, en muchas
ocasiones las soluciones "satisficientes" (no óptimas, pero
suficientemente buenas para el fin perseguido) son las más ágiles y económicas
para el conjunto de la sociedad.
Para
terminar, como consuelo para quien lo necesite, siempre podremos recordar las
palabras de Nietzsche "La buena memoria es a veces un obstáculo al buen
pensamiento".
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Diciembre de 2016