LEY DE MEMORIA
HISTÉRICA
Pero vamos a ver, si resulta que ya nos
hemos acostumbrado a reducir a cenizas a nuestros seres más queridos, y muchas
veces a hacer luego cualquier cosa con ellas, y todo el mundo da por sentado
que eso no está reñido con sentir por ellos la máxima ternura. ¿Qué extraño
virus tanatofílico ha afectado ahora a los españoles? ¿Por qué necesitamos
remover la tierra, hurgar en la herida, pasados 70 años, para recuperar unos
cuantos huesos del bisabuelo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para intentar incinerarlos
luego también, o no, o resulta que esos huesos de gente a la que ya nadie
conoce son más importantes que los de los allegados que acaban de morirse? Es
difícil pensar que una vez exhumados los restos puedan tener un destino más
digno que el de seguir fundidos en la tierra, anónimos. La sociedad española no
sabe vivir sin mirar hacia el pasado, arrastrada por la agenda oportunista de
los políticos de uno y otro lado, mientras se deja pisotear por todos lados el
futuro. ¿Queremos ser de verdad laicos? Pues dejemos a los muertos en paz! Toda esta histeria
de la memoria histórica representa la pervivencia de la religión con otro
disfraz. Los familiares de García Lorca parecen los únicos con cerebro en todo
este culebrón macabro. Por qué no dedicar a los dependientes (decían que
faltaban 800 millones de euros, y las autonomías se escaquean) el ingente
esfuerzo que va a hacerse para identificar 140 000 esqueletos?
Los derechos de los vivos han de prevalecer sobre los de los muertos.
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