El impersonal femenino
El otro día entré en los servicios de un concurrido bar para aliviar mi
vejiga y, no bien estaba yo terminando la operación, sorpresivamente salió una
limpiadora del váter cerrado que había en ese espacio reservado en principio
para caballeros. Algo azorado, procedí a lavarme las manos. Como, para variar,
el dispositivo del jabón estaba vacío, no había toallitas de papel y el secador
de manos rompetímpanos no funcionaba, la situación me resultó aún más
embarazosa, de forma que no reparé en que el grifo que había utilizado era
manual, cosa rara hoy día en los lavabos públicos, y el agua seguía corriendo.
Supongo que en circunstancias normales, o incluso en esa tesitura si se me
hubiese concedido un par de segundos más, me habría dado cuenta de la pequeña
negligencia, pero la limpiadora no me dio tiempo. Con indisimulada
satisfacción, me espetó "Los grifos se cierran después de lavarse las
manos".
Obedecí ipso facto, claro está, y
salí de allí torpemente con las manos mojadas y sin poder evitar cierto enojo
por la inesperada reprimenda. Sin embargo, mientras bajaba las escaleras hacia
la algarabía de camareros sudorosos y pijoguiris impacientes a la espera de
mesa, me asaltó algo parecido al esprit
de l'escalier, que en este caso no consistió en una frustrada reacción
(verbal o gestual) al tono conminatorio de la observación de la mujer, sino en
una generalización epifánica del significado último de la sintaxis de la frase.
Porque, veamos, la mujer me podía haber transmitido esa misma idea con muchas
otras fórmulas, como por ejemplo "Se ha olvidado usted de cerrar el
grifo", "¿Y el grifo?" o incluso un más o menos perentorio
"Cierre el grifo". Pero no, eligió el "se" impersonal, una
construcción gramatical que no es tan inocente como parece.
Así, cuando una madre advierte que su hijo de corta edad se dispone a
cruzar la calle con el semáforo en rojo, inmediatamente le agarra del brazo y
le dice "La calle solo se cruza cuando el semáforo está en verde". Un
simple "No cruces" o "Espera a que el semáforo se ponga verde"
no tendría el mismo poder didáctico, el mismo efecto disuasorio a largo plazo.
Eso significa que, ya simplemente por su condición de madres vigilantes, y
mucho más aún si han ejercido de maestras, la mayoría de las mujeres han
desarrollado una especial tendencia a usar el modo impersonal en su interacción
con los demás, y en particular con los hombres. Ahora bien, por la misma
genealogía de tal recurso, la probabilidad de usarlo será tanto mayor cuanto
más perciba la mujer al hombre como una criatura aún moldeable y necesitada de
continuos ajustes conductuales. No concibo que una mujer que admire a su
consorte como un ser maduro y plenamente afianzado en su personalidad (base de
una buena relación) pueda nunca dirigirse a él en esos términos, que desprenden
un tufo de manipulación pedagógica y simple desprecio.
Y así es como, en la vida cotidiana de cualquier pareja, pequeños errores
banales por acción u omisión cometidos por el hombre no por ignorancia, sino
por simple pereza, inatención excusable o falta consciente de perfeccionismo,
son interpretados aparentemente por la mujer, si nos atenemos a la expresión
utilizada, como si fueran el resultado de un desconocimiento absoluto de lo que
procedía hacer en ese momento. El varón se ve así rebajado a la condición de
una criatura de cuatro años en pleno proceso de aprendizaje de las normas y
trampas de la vida, teniendo que oír con resignación una y otra vez en tono
cuasi militar advertencias que van de lo quisquillosamente normativo, pasando
por lo críptico, a lo perogrullesco, como por ejemplo "No se habla con la
boca llena", "Si no se hace un esfuerzo, la comunicación es
imposible", "Hay que pensar antes de hacer las cosas"... La
lista sería interminable.
Toda mujer lleva dentro un militar.
Septiembre de 2016
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