Genes, lenguas: termodinámica
Es un fenómeno
archiconocido (Cavalli-Sforza) que genes y lenguas han evolucionado
paralelamente. En realidad, los vascos tienen razón cuando dicen que son
distintos genéticamente (no la tienen, sin embargo, al hacer de ese hecho
fuente de derechos especiales).
Acaba de
demostrarse de forma fehaciente que el ser humano sigue evolucionando, los
hombres siguen diferenciándose unos de otros, y las razas divergiendo, y ello a
un ritmo no precisamente irrisorio: unos 1800 genes están sufriendo
transformaciones por presiones selectivas (no como consecuencia de la simple
deriva genética) en este momento (http://www.pnas.org/cgi/content/full/103/1/135).
Imaginemos que un biólogo
malévolo con amplios poderes se encariñase un día de las versiones en desuso de
esos genes e impusiera un estricto cribado genético, y el eventual aborto de
los embriones de los portadores de la variante novedosa, para impedir que
desapareciesen las variantes obsoletas. Una normalización genética, vamos. A
buen seguro, su argumento preferido sería que “hay que preservar la diversidad
genética”. La consecuencia, evidentemente, sería, sí, una mayor “riqueza”
genética, pero también un empobrecimiento de la capacidad de los organismos
para adaptarse al ambiente. Se estaría yendo en contra de una tendencia
ESPONTÁNEA, en detrimento de la utilidad. Todo para que en la gran biblioteca
de los genes, muy de cuando en cuando, en un libro dado y en un lugar dado,
apareciese una T en lugar de una C, por ejemplo.
Termodinámicamente, una operación
así entraña inevitablemente un esfuerzo,
un gasto de energía (en este caso, de obtención de información) para
oponerse a la tendencia espontánea. Cualquiera que haya estudiado química sabrá
que si un compuesto A tiende a transformarse en B, espontáneamente obtendremos
un estado de equilibrio de, por ejemplo, un 20% de A y 80% de B. Todo intento
de mantener un equilibrio artificial de 50/50, por oposición a ese equilibrio
termodinámico, requerirá un consumo PERMANENTE de energía.
Todo esto para decir que, si la
Generalitat invierte un montón de dinero + esfuerzo legislativo + esfuerzo
educativo/policial y aún así el castellano conserva su buena salud en Cataluña
-¿no es ese su discurso victimista?- ello no hace sino demostrar que a la gente
le resulta ESPONTÁNEAMENTE más útil el castellano, y querría seguramente poder
seguir utilizándolo con plena libertad. La termodinámica, en definitiva, nos
indica que se está manteniendo un equilibrio artificial (en el caso de la gente
de la calle), o incluso un desequilibrio en el sentido contrario al natural
(instituciones) con la ayuda de energía externa, con la ayuda de una fuerza que
sólo cabe calificar de totalitaria.
Esto viene a resaltar la necedad
de un argumento esgrimido a menudo por los intelectuales orgánicos de la
geocracia catalana, cuyo ejemplo más reciente en las páginas de El País (9 de
marzo) es el de unos tales Llorenc Comajoan Colomé (joder, con este nombre...)
y José del Valle. Estos autores señalan la “brecha entre legislación e
implementación lingüística” como prueba de tolerancia de la sociedad catalana,
pero saben perfectamente que esa brecha sigue ahí porque no les queda más
remedio, porque los hablantes se les rebelan.
Ahora bien, hay que ser
coherentes. Por todo lo aquí expuesto, es totalmente rechazable también
cualquier iniciativa de defensa del español frente a cualquier otra lengua que
se le coma terreno ESPONTÁNEAMENTE, que será en general una lengua mayoritaria,
como el inglés. Debemos tener bien claro que lo que defendemos es el derecho de
los hablantes a maximizar sus posibilidades de comunicación como les apetezca.
Partiendo de una situación dada, se maximizan los derechos de los hablantes
(tenemos el viento termodinámico a nuestro favor) con sólo limitarnos a NO
obligar a usar una lengua minoritaria en detrimento de una mayoritaria. Así de
simple, sencillo y barato.
He ahí una razón objetiva para
ser “antiespañolistas” en ciertos contextos internacionales, y en las instituciones
europeas en particular, y así de paso nos diferenciamos del PP. Sí, lo nuestro
no deben ser las señas de identidad (bastante hartos estamos de ellas), pero
esa postura (termodinámicamente coherente) se diferencia tan naturalmente de la
del PP (termodinámicamente incoherente) y de la del PSOE (coherente en su
antitermodinamismo, en su huida de la realidad) que no habría que dejarla
escapar.