Regla empírica ante el dilema nuclear
Los resultados
de las últimas elecciones europeas llevan a pesar que el bipartidismo extremo
que padece la sociedad española no obedece a cálculo alguno sobre la utilidad
del voto, sino a esa tendencia patológica y única (basta con comprobar la mayor
dispersión del voto en los otros países europeos) a reafirmar la pertenencia a
uno u otro bando para gozar así del “calor del establo”.
Ahora bien,
esa peculiaridad tal vez tenga una ventaja inesperada, y es que en muchos casos
permitiría hasta a un chimpancé determinar la sensatez de cualquier medida del
Gobierno: bastará con aplicar un criterio cuantitativo, bastará con observar si
la discusión de tal medida ha provocado el resquebrajamiento de las filas en una de las
partes. Es lo que ha ocurrido con Garoña. El importante porcentaje de voces
socialistas favorables a la prórroga de la vida de la central es harto
significativo.
Conviene
recordar también aquí que Cohn-Bendit y James Lovelock, padre de la teoría de Gaia,
se han manifestado a favor de la energía nuclear.
A la espera de
que funcione el experimento de ese incipiente partido bisagra tan temido por
los poderosos, cabe establecer una regla empírica según la cual, en esta España
malditamente bipolarizada, un 50% de votos a favor de una propuesta no significaría
nada más allá de la ubicación automática en uno u otro de los dos campos
enfrentados a muerte, un 75% indicaría con claridad el camino a seguir, y un 100%,
reconozcámoslo, nos hundiría en muchos casos en la banalidad de lo
políticamente correcto.