3D
CONTRA LA CRISIS: DECRECIMIENTO, DEFLACIÓN, DESPARASITACIÓN
“La mitad de los trabajos de
este mundo consisten en hacer que las cosas parezcan lo que no son”, Elias Root Beadle
Parte I
(Parte II)
Última actualización: 11/10/10 Iiniciado en septiembre/octubre de 2008, este texto evoluciona
constantemente. Las reflexiones a que me conducen las noticias más recientes o
mis lecturas van incorporándose a él allí donde considero que son más
pertinentes. Intento distanciarme así de la costumbre bloguera de dar
prioridad a lo más actual. En contraste con esa patología fundamentalmente
webiana de la actualitis, me interesa la estructura, el encadenamiento de las
ideas, de modo que he decidido mantener esta página como un texto abierto que
iré corrigiendo y ampliando a mi antojo sin límite predefinido con todo lo
que me permita consolidarlo. Salvo errores
conceptuales, no tengo intención de maquillar a posteriori las ideas aquí
vertidas en función de lo realmente ocurrido. Incumbe al lector distinguir lo
desmentido y lo confirmado por los hechos, teniendo en cuenta la fecha de
inserción de los comentarios. Al fin y
al cabo, para aprender de los errores, lo primero que hay que hacer es no
borrarlos. (I = inserciones fechadas; FI= fin inserción) *********** (I-25/04/09) – Avanzada ya esta crisis, está claro que las 3D aquí propuestas
se han materializado a despecho de los titánicos esfuerzos desplegados por
los políticos para evitarlas: las reducciones del PIB anunciadas son mucho
mayores de lo previsto inicialmente, la deflación está a la vuelta de la
esquina, sobre todo en España, y la destrucción acelerada de puestos de
trabajo dedicados a actividades superfluas –ocupados por parásitos- está a la
orden del día. Por último, los bancos, sin dejar de dar créditos (decir lo
contrario es propaganda oficial) están
elevando su capital ratio como locos.
La realidad se ha encargado de imponer el tratamiento que los
Gobiernos se negaban a aplicar. Se trataba fundamentalmente de ahorrar como
medida terapéutica para compensar todo lo gastado de más en los últimos años,
y eso es lo que está ocurriendo, pues la gente y los bancos tienen miedo al
futuro y no se dejan seducir por los llamamientos de los Gobiernos a seguir,
los primeros, consumiendo alegremente, y los segundos, incrementando su
concesión de créditos a ritmo de un 20% anual. Si te preocupa tu obesidad, ¿te fiarás
acaso del médico que te diga que lo que necesitas es comer más? (véase esta viñeta de The
Economist) (FI). (I-09/08/09) No está de más añadir que no suscribo las tesis
catastrofistas de Niño Becerra para los próximos años. Dado el
consumismo/conformismo de la gente, no veo ninguna alternativa viable frente
a este maldito capitalismo. Sí me huelo, en cambio, una década perdida a la
japonesa, o una recuperación lentísima en L, porque todo el dinero que los
Gobiernos han inyectado en los mercados y los bancos lo tendrán que recuperar
tarde o temprano vía impuestos o vía inflación (otra forma de impuesto). (FI). (La columna de la derecha se está
convirtiendo en un sucedáneo de blog resumido, pues voy poniendo al principio
lo más reciente, y los screentips permiten ojear un poco el contenido de las
ideas, inevitablemente dispersas por el texto.) |
Temas: > Actualizaciones más recientes publicadas como páginas separadas: - Buenos ellos, feas ellas, tontos todos - Bonos de piedra (Greece – let them eat rocks) > Actualizaciones hasta febrero de
2010: (pasar por encima para ver un extracto
del contenido o pulsar para saltar directamente) - El euro como nuevo patrón oro - Fiscalidad de la vivienda: una opción ignorada
- Capital ratio y Acuerdos de Basilea - Barcelona como caricatura del delirio laboral español
- ¿Productividad contra crecimiento? - ¿Seguirán bajando los precios de la vivienda? - PIGS y fatalismo geográfico-genético Actualización - Esa verdad incómoda de la relación entre paro e
inmigración - Consumo de energía y contrafactuales - ¿Quiénes están ahorrando realmente? - Crear escasez para crear riqueza - ¿Quién quiere limpiar culos? - CO2: los españoles, los más guarros - El IVA, un impuesto progresivo - España: futuro a la japonesa - La vivienda como gran autoengaño colectivo - España, un país de emuladores compulsivos - ¿Merecen ayudas los hipotecados? - Los Gobiernos como
bomberos pirómanos - Las crisis como purga necesaria - Volatilidad y tipping points - A propósito de Lotka-Volterra - Información y entropía en los mercados financieros - Buenismo - Ayudas al automóvil, a los constructores, al turismo... - Putas obras
públicas (Plan E[stúpidos sois]) - ¿Un nuevo modelo de crecimiento para España? - Obras públicas en Japón: balance - El aburrimiento como factor de productividad - Bofes (bonos para
fines específicos) - Las autonomías
como medio de experimentación - El gran cuento de
la Cultura - El plurilingüismo
como despilfarro - ¿Integración de
los inmigrantes? - El PIB, esa
estúpida medida del progreso - Golpe de Estado
demográfico en España - Deudores/consumidores
frente a ahorradores - Que lo paguen las
futuras generaciones - Parásitos y zombis en el mercado laboral
(Parte II) - Sobretrabajo (Parte II) - Pandemia de gripe
(Parte II) - Idiocracia (Parte II) - Principio de Peter Social
(Parte II) - Abaratamiento de los productos
(Parte II) - Parásitos españoles
(Parte II) - Bioeconomía (Parte II) - Importar dinero del futuro –
“selling short” (Parte II) - Recetas contra la crisis
(Parte II) - Distribución de los ingresos: Boltzmann + Pareto
(Parte II) - Econopsicofísica (Parte
II) - Creación de dinero
a partir de la nada - El crédito como opio
del pueblo - La paradoja del
restaurante rata - Eurócratas con gafas
a la coixet - Contabilidad creativa de los bancos - Concesión de
crédito por los bancos - Jóvenes – acceso a
la vivienda |
En
toda esta crisis financiera
anunciada, la interpretación oficial es que la banca se ha portado mal y los
Gobiernos son buenos chicos y van a salir en nuestra ayuda. La perogrullada de
que después de lo ocurrido algo habrá que cambiar para evitar el riesgo moral
-elevada ahora a la categoría de axioma ineludible para redefinir el
capitalismo- ha acabado por embotar la capacidad de los analistas para
escudriñar más a fondo todo este asunto, mientras los ciudadanos ven
razonablemente narcotizada su indignación al disponer de unos culpables bien
identificados y cuyos méritos estamos empezando a conocer con
tanto lujo de detalles como perplejidad (I-08/02/09: véase
aquí una lista actualizada de los 25 principales responsables de
esta situación, FI) .
La
explicación estándar es que las hipotecas
basura son el principal culpable de esta inmensa epidemia global de
desconfianza interbancaria y del brutal desplome de las Bolsas. Y es cierto que
la testosterona de muchos
financieros está detrás de buena parte de esta catástrofe (C3C no podría dejar de reconocer
eso; véase demostración práctica y evidencia científica). [Véase Receta
anticrisis nº 1] Ahora bien, cabe
sospechar que esos productos tóxicos han actuado como simple detonante del
verdadero material explosivo, ignorado por la mayoría de los analistas,
consistente en el valor risible del coeficiente de solvencia (o conceptos
similares o sinónimos: coeficiente de
caja, fractional reserve, fondos
propios, capital propio, capital ratio, índice de solvencia, core capital)
aplicado por los bancos. El coeficiente de solvencia es el porcentaje de
efectivo, respecto al dinero total depositado por los clientes, que deben
guardar los bancos como garantía para hacer frente a las operaciones de
retirada de dinero. Pero, por lo que parece, los Gobiernos han sido siempre muy
laxos a la hora de regular ese porcentaje.
La
gente cree por lo general que, cuando el banco les concede un préstamo, ese dinero procede de los ahorros de otros clientes.
Algo de cierto hay en ello, pero no mucho. Si una persona abre una cuenta y
deposita, por ejemplo, 100 euros, aplicando un coeficiente de caja del 20% el sistema bancario acabará
prestando 400 euros (no 80). Es decir, el banco habrá creado 400 euros a partir
de la nada. La razón, explicada resumidamente, es que el cliente que se
beneficie del primer préstamo utilizará los 80 euros recibidos para pagarle a
alguien una deuda, y quien la reciba ingresará esa suma en otro banco, o en el
mismo, que automáticamente podrá dedicar el 80% de esos 80 euros a conceder
otro préstamo, esta vez de 64 euros. Repitiendo la operación, el siguiente préstamo será de 51,2 euros, y
así sucesivamente, hasta totalizar 400, pues tal es el límite de la sucesión 80
+ 64 + 51,20. Los bancos y la sociedad
acabarán manejando así un total de 500 euros: los 100 originales más los 400
creados ex-nihilo. (En wikipedia
se explica
con gran claridad este proceso). Este mecanismo es lo que se conoce como
multiplicador del dinero. Lo asombroso es que la cifra real está muy por debajo
del 20%: los bancos aplican coeficientes situados normalmente entre el 2% y el
8%. Es decir, los bancos comerciales, en su funcionamiento normal –esto es, sin necesidad de hipotecas basura-
tienen la facultad de crear
dinero de la nada al ritmo de 20 euros o más por cada euro real depositado
en sus cuentas. Ese hecho explica que un país como España, que ha aplicado
coeficientes de caja relativamente altos, haya salido mejor parado en la
crisis, al menos mientras la epidemia fue más de solvencia que de desconfianza.
Pero eso explica también muchas otras cosas que venían ocurriendo mucho antes
de las hipotecas basura, como por ejemplo esa sospechosa facilidad de los
bancos para incrementar astronómicamente sus beneficios, las remuneraciones de
su directivos año tras año, o el hecho de que la banca sea el paraíso de las
prejubilaciones: a nadie se le escapa que de esos 20 euros creados ex-nihilo es
muy fácil sisar 2 o 3 sin que nadie se entere, o, lo que es peor, haciéndolo
impunemente aunque se entere todo el mundo.
Nos
encontramos en definitiva ante una versión más del sistema Ponzi. Un timo piramidal, vamos, pero con el
detalle de que está bendecido por el Estado. Con la Bolsa ocurre algo parecido: cuando el último en comprar una acción
no puede venderla porque no sale ningún comprador y se queda sin dinero, puede
considerar que se lo ha transferido “retroactivamente” a todos cuantos
compraron esas acciones antes que él. La gente se pregunta ¿a dónde a ido a
parar el dinero de las Bolsas? Pues muy fácil, a quienes participaron en el
juego hasta ese momento. Los últimos pagan por todos los anteriores.
En
realidad, todos los bancos son Madoff. Esta afirmación puede parecer a primera vista exagerada,
pero no lo es. Mediante una hoja de cálculo Excel he simulado las condiciones
en que podría haber actuado Madoff durante tantísimo tiempo. En esta simulación
a 10 años he supuesto que la pirámide de inversores crece duplicándose cada año
(crecimiento 2) y que se prometía un 10% de intereses, como de hecho ocurría.
He supuesto también que Madoff se embolsaba un 50% del dinero y dejaba el resto
por si acaso invertido en bonos al 3,3%. He aplicado también, para simplificar
las cosas, un interés simple. Los resultados
muestran claramente
que Madoff podía haber hecho todo eso respetando el equivalente a unos fondos
propios de nada menos que un 44%, o sea, unas 5 veces más de lo que se está proponiendo
ahora para los bancos. En otras
palabras, Madoff puede haber cometido un fraude, pero puede haberlo cometido
siendo mucho más prudente que los bancos. Su delito ha sido no prever una
retirada masiva de fondos, pero si es así tenemos que concluir que los bancos,
y los Gobiernos que les han autorizado a ello, han cometido el mismo
delito. ¿Qué banco está preparado para
devolver de golpe todo su dinero a la mitad de los clientes?
(I-08/03/09) – A la vista del nulo efecto de las
políticas de expansión fiscal, algunos analistas elucubran aquí y allá sobre el
efecto “multiplicador” de ese tipo de medidas. Está claro, a la vista de
esa terminología, que lo que se está intentando es reproducir en el ámbito de
las relaciones comerciales/personales esa circulación/creación de dinero en la
que los bancos son ahora más reacios a participar. Repárese en que el mecanismo
es el mismo: de los 400 euros que me ha regalado ZP para ganar las elecciones,
puedo decidir ahorrar 20 y gastar 380 en cualquier tontería. De esos 380,
quienes los reciban podrían decidir ahorrar también uno de cada 20 euros, y así
sucesivamente. En teoría cada una de
esas transacciones debería dar un pequeño empujoncito al PIB, pero obviamente
eso dependerá de muchos factores: dinero negro, tendencia a depositar el dinero
en los bancos, tendencia a meterlo debajo del colchón, etc. Y dependerá también
del porcentaje de dinero dedicado a comprar productos importados. Son tantas
las variables, que hay mucha discrepancia respecto al valor real del
multiplicador: las cifras barajadas se sitúan por lo general en el margen de 1
a 1,5. Sin embargo, parece lógico pensar que los economistas crecimientistas
(pelín redundante, no?) y los polítiticos –estos
últimos, sobre todo, una vez amortizado el efecto electoral de los 400 euros o
de cualquier otro cheque oportunista por el estilo- tienden a favorecer la
entrada de ese dinero lo más arriba posible en las cascadas de gasto que corren
por la sociedad. Supongo que las ayudas a los fabricantes que requieran un gran
sector auxiliar son los candidatos mejor situados para ello. Así, se
garantizará la máxima energía cinética (efecto multiplicador) en la caída del
dinero por las distintas manos de
trabajadores cada vez menos cualificados y más atemorizados por la
posibilidad de quedarse sin empleo.
Para
matar dos pájaros de un tiro, además, lo ideal es que esas industrias sean en
lo posible muy intensivas en mano de obra, pues de ese modo lograremos no sólo
que circule mucho el dinero, sino también reducir el nivel de paro. Pues bien,
ahí las tenemos, esplendorosas, participando como ningún otro sector de las dos
características requeridas: las Obras
Públicas. La continuación del viejo negocio ladrillero, pero con la
coartada de la utilidad social. Mucha gente
afanándose con taladradoras, hormigoneras, grúas, picos y palas. Mucho ruido, mucho polvo, mucho barro, muchos
gritos... con los que España puede tener la seguridad de seguir ostentando el
primer puesto en el ranking de cutrez
paisajística en todo el mundo occidental. (FI)
(I-02/11/09) En realidad, todo esto puede
resumirse en lo que a primera vista parece una pregunta retórica: dando por
buenos los supuestos keynesianos (cosa que también habría que replantearse,
pero que, por razones de orden público, nadie parece querer cuestionar,
aunque... ver siguiente inserción del 31/12), y puestos a inyectar dinero en la
economía, ¿qué es preferible hacer: 1) dárselo a los parados para que no hagan
nada; 2) dárselo para que hagan cosas inútiles; 3) dárselo para que hagan cosas
útiles; 4) dárselo a empresarios que fabrican/ofrecen bienes/servicios
inútiles, o 5) dárselo a empresarios que fabrican/ofrecen bienes/servicios
útiles?
Está
claro que los Gobiernos han optado por la opción 1) como medida social, y por
las opciones 2) y 4) como medidas económicas.
En relación con la opción 4), dejando a un lado el inmenso poder que
tienen los sindicatos y empresarios del sector del automóvil, y las buenas
relaciones entre políticos/bancos/constructoras, creo que hay que exponer aquí
una idea clave algo perogrullesca, pero a la que nadie alude, ni siquiera como
hipótesis: los aumentos de productividad y los avances tecnológicos realmente
beneficiosos para la sociedad tienen mucho de serendipidad, lo que significa que no tienen por qué producirse al
mismo ritmo al que crezca la población activa. Si hay una serie de sectores
económicos que poco a poco empiezan a minar el bienestar objetivo de la gente
(ladrillo, coches, contaminación), pero resulta que son los únicos a mano en un
momento de crisis, se seguirá recurriendo a ellos; no habrá voluntarismo
tecnológico alguno a lo Zapatero que permita a la vez dar trabajo a la gente y
mejorar la calidad de vida de todo el mundo con aumentos de la productividad.
Habrá que elegir una cosa u otra. Nos encontramos una vez más con el caso del
borracho que buscaba las llaves debajo de la farola por ser el único sitio
iluminado, pese a haberlas perdido en otro lugar. Y está claro que se los
Gobiernos eligen la farola, porque así se les ve más preocupándose por la
gente. Pero lo peor es que la llave quizá sólo existe en la mala memoria del
borracho.
También
está claro que esa brecha entre ritmo de aparición de tecnologías objetivamente
útiles (y aquí no incluyo iPhones y similares) y ritmo de aumento de la
población activa depende en buena parte de las políticas adoptadas por cada
país en el pasado. En el caso de España, se lo tiene bien merecido por haber
potenciado la entrada masiva de inmigrantes y, paralelamente, haber descuidado
el aumento de la productividad. Pero el hecho de que en la mayoría de los
países industrializados haya habido que poner en marcha paquetes de estímulos a
industrias con sobrecapacidad que nos están jodiendo aún más la vida demuestra
que se trata de un problema generalizado de los países desarrollados: no han
surgido alternativas reales. La
alternativa de las energías renovables y el desarrollo sostenible no es más que palabrería, porque se trata de
cambiar unas formas de energía por otras invirtiendo mucha energía. No se trata
por consiguiente de mejorar la calidad de vida, sino simplemente de mantenerse
a flote.
(I-01/01/10) En relación con esto último,
leía ayer en la última página de El País una entrevista a una empresaria que
preconiza un “lujo sostenible”. Parece
cachondeo, pero no, es sólo una muestra más de que el concepto se está
extendiendo de forma alarmante como coartada de quienes desean que todo cambie
para que todo siga igual. Ver a Zapatero pronunciar esa palabra es la mejor
manera de captar lo que debe entenderse por falta de credibilidad. Nos marean con la sostenibilidad desde el
poder, pero también desde los medios, e incluso desde la calle cuando se pone
reivindicativa, pues seguramente la palabra habrá sido utilizada con profusión
por los manifestantes que estuvieron en Copenhague. En realidad, del mismo modo que el H1N1
porcino ha desplazado masivamente a los virus de la gripe estacional, puede
decirse que el ecologismo, remozado como sostenibilidad, ha acabado
monopolizando el ámbito de lo “alternativo”, de tal modo que cualquier
propuesta de reforma, radical o no, del sistema se ve obligada a pasar por ese
tubo lleno de lugares comunes fácilmente inteligibles para la población. La posibilidad real de vivir mejor trabajando
menos o la aplicación de incentivos y desincentivos que lleven a los agentes
económicos a actuar de modo que toda la sociedad salga ganando son aspectos
que, habiendo salido a la superficie tímidamente al principio de la crisis, han
acabado sepultados bajo el peso de la tan cacareada sostenibilidad. Cualquier día oiremos hablar de mierda
sostenible.
Por
añadidura, la nueva ideología del sostenibilismo cuenta para legitimarse con la
ayuda inestimable que supone la existencia de un enemigo claramente
identificado, a saber, of course, los negacionistas
del cambio climático. Esta pandilla, como acertadamente ha resaltado Moisés Naím, está actuando tal como hicieron las
tabacaleras hace cincuenta años ante las sospechas de que el tabaco causaba
cáncer. Con el cuento de que era difícil demostrar la relación causa-efecto,
ganaron un tiempo precioso para seguir enganchando al personal. Sin embargo, la estrecha relación existente entre los niveles de CO2 y la
temperatura a lo largo de los últimos mil -1000- años no deja lugar a dudas.
Considerando simplemente ese gráfico, es cierto que teóricamente cabe la
posibilidad de que el calentamiento no sea de origen humano, pero atrincherarse
en ese escepticismo es un sinsentido estadístico, es como si ante una persona
con un peso corporal estable durante 20 años la sometiéramos a una dieta
hipercalórica, detectásemos de repente un aumento de peso, y nos encogiésemos
de hombros al tener que opinar sobre las causas de ese mayor peso corporal,
aduciendo que hay un montón de posibles problemas endocrinos que pueden
provocarlo. Dicho de otra forma, si, como sostienen los negacionistas, el
aumento de la temperatura y el aumento de los niveles de CO2 fuesen fenómenos
independientes, la probabilidad de que se produjeran ambos súbita y
simultáneamente en un momento dado a lo largo de un periodo de 1000 años sería
bajísima. Puesto que esa simple consideración conlleva un, pongamos, 95% de
probabilidades de que el cambio tenga origen humano, la carga de la prueba
está, y seguirá, me temo, en el campo de los negacionistas. El argumento de que
las críticas negacionistas no se refieren al efecto del CO2 en las temperaturas
sino al efecto de la actividad humana en el CO2 no hace sino trasladar el mismo
escepticismo a una etapa anterior, y obliga por tanto a usar el mismo tipo de
réplica: era muy improbable a priori, si la industrialización/crecimiento
demográfico y el aumento del CO2 fueran fenómenos independientes, que ambos
coincidieran tan sospechosamente en el tiempo.
Así
y todo, debo reconocer que este asunto no me parece zanjado de forma totalmente
satisfactoria. No me atrevo a descartar que los negacionistas tengan razón,
pero en la vida hay que ser prácticos y tomar decisiones basándose en las
probabilidades de tener razón, porque si no nos quedaríamos paralizados. (FI)
(I-31/12/09) En El País de ayer Enrique Gil Calvo habla de keynesianismo privado, de derechas,
para describir la actuación de los Gobiernos en esta crisis. Se ha vertido
mucho dinero, sí, pero en las instituciones financieras, y no tanto en la
economía real, y el autor viene a insinuar que el lastre de deuda pública que
estamos acumulando se debería a eso. Pero no parece que los datos disponibles
sobre la magnitud de las sumas movilizadas por el Gobierno español avale esa
interpretación. Además, según el análisis pormenorizado que Reinhart y Rogoff hacen de las crisis
de los últimos 800 años (This time is different, Princeton,
2009, pag 142), “las repercusiones
fiscales [de las crisis de los últimos 200 años], incluidos costes directos e
indirectos, son una orden de magnitud mayores que el monto de los rescates
bancarios. Y es de destacar que esas magnitudes sean comparables en las
economías avanzadas y en los mercados emergentes” (p. 142)
... “Esas repercusiones se deben principalmente al considerable efecto
adverso de la crisis en los ingresos del Estado y... a los paquetes de
estímulos fiscales”(p. 164). En definitiva, puede que Gil Calvo esté
utilizando en este caso al sector financiero como chivo expiatorio de la
debacle ocasionada por los mismos Gobiernos. Antes tan contentos con unos tipos
de interés burbujenógenos, y ahora tan “generosos” tirando dinero a espuertas
sobre la economía. (I-08/02/10, véase aquí un artículo de Rogoff sobre el caso de Grecia aparecido ayer en El País (FI) (FI)
(I-28/12/09) Los (pen)últimos
párrafos versan en realidad sobre un concepto que se está manejando cada vez
más en esta crisis, y que no es otro que la productividad. No es necesario que
haya surgido una tecnología prometedora para que se abran perspectivas de una
vida mejor para todo el mundo. Basta con que haya gente que idee formas
alternativas de hacer las cosas tradicionales en menos tiempo y/o con menos
dinero. Ése es el verdadero camino hacia
la felicidad colectiva, pero en el fondo eso es también la pesadilla de los
Gobiernos. Se comprenderá mejor con un experimento imaginario: supongamos que
alguien inventa un mando mágico con toda una serie de botones que nos permiten
satisfacer de forma inmediata todas nuestras necesidades. Clic, y se nos
aparece delante una bandeja con la comida que nos apetecía. Clic, y la casa se
nos limpia ella solita. Clic, y nos hemos teletransportado a casa de ese amigo
al que nos apetecía ver. En todos esos procesos no habría transferencia de
dinero, no habría por tanto contribución al PIB. Un país que lograra eso
tendría un PIB igual a cero, o sea, sería paupérrimo para desesperación del
Gobierno, pero sus habitantes serían (en teoría) los más felices del mundo. La
preocupación del Gobierno se debería en el fondo a sus conocimientos sobre la
naturaleza humana: nada peor que una masa ociosa con tendencia a aburrirse
porque en el fondo sólo el trabajo da sentido a su vida. En cualquier momento
podría saltar una chispa que inflamase esa ociosidad y provocase problemas
políticos. Además, en una situación así, ¿para qué sirve el Gobierno? El
Gobierno necesita que la gente tenga problemas para justificar su existencia.
Por eso, las medidas que han tomado los Gobiernos para relanzar la economía han
consistido justamente en lo contrario de aumentar la productividad: invertir
más dinero y tiempo en hacer exactamente lo mismo, o menos (el ejemplo más
claro: abrir y cerar zanjas). Es una paradoja que quizá no se ha resaltado: por
un lado, es necesario relanzar la productividad para poder exportar más y
reducir así el paro. Pero por otro lado, si aumenta demasiado la productividad,
por definición, hará falta menos fuerza de trabajo, y aumentará el paro. La
paradoja tiene su origen en esa maldita obsesión por el desempleo (una obsesión
obviamente artificial, demagógica, en boca de los políticos, y especialmente en
estos momentos en boca del imbécil de Rajoy), pero desaparecería si nos
atuviésemos sólo al criterio de utilidad pública. Es algo que nadie parece
interesado en subrayar: cualquier aumento de la productividad de cosas útiles
es útil en sí mismo para el conjunto de la sociedad, aunque el precio a pagar
sean miles de parados. La cuestión es cómo redistribuir equitativamente ese
tiempo ganado entre todos los trabajadores para que nadie pierda poder
adquisitivo, pero se supone que un Gobierno digno de ese nombre debe saber y
querer manejar esas dos armas redistributivas que son los impuestos y los
subsidios.
Pero la cuestión es, también, qué hacen los empresarios cuando
consiguen aumentar la productividad en sus fábricas o negocios. Cabe sospechar
que la actitud del empresario-chorizo
medio español es muy distinta de la de la mayoría de los empresarios de los
países nórdicos o, más en general, de los que se rigen aún por cierta ética. El
primero se embolsará íntegra, o casi, la mayor pulsvalía conseguida, pues el
Estado encima no le aplicará unos impuestos realmente progresivos. Un empresario “de los de antes”, sin embargo,
reinvertirá buena parte de esa plusvalía y creará nuevos puestos de trabajo que
compensarán, al menos en parte, los perdidos como consecuencia de aquella mayor
productividad. En el primer caso esa mayor productividad dará como resultado un
menor tiempo de trabajo global, pero también un aumento el paro y un aumento de
las desigualdades, mientras que en el segundo se evitará el agravamiento de las
desigualdades y, o bien el aumento del paro será menor, o bien se podrá mitigar
con subsidios más generosos merced a los impuestos adicionales recaudados por
el Estado, o bien hasta podría producirse una disminución del desempleo si
resulta que la mayor plusvalía se reinvierte en un negocio exitoso que abre
mercados en el extranjero; en definitiva, todo el mundo sale ganando. Mi tesis es que España, en el improbable caso
de que aumente significativamente su productividad, no va a conseguir levantar
cabeza en mucho tiempo, pues la mayor parte de las ganancias así conseguidas
las retendrán de un modo u otro las clases altas y no revertirán en el conjunto
de la sociedad.
Hay
un fatalismo geográfico-genético en
todo esto, sí, ¡y qué? Creo en los PIGS, y creo que la carga de la
prueba está en quienes sostienen lo contrario. La verdad, opino que cualquier
persona que desee hacer negocio en España o en cualquiera de esos otros países
tendrá muchas posibilidades de conseguirlo si en todos sus proyectos apuesta
por la inmutabilidad del carácter latino:
optimismo climático, gregarismo, holgazanería, indiferencia hacia el prójimo,
antiintelectualismo, dilapidación del capital social, etc. Algo parecido a quienes invierten
en fondos VICEX, que por lo que cuenta
Wikipedia superan el rendimiento del S&P 500. Téngase en cuenta además la
velocidad a la que están endeudándose los Estados de los PIGS, en especial
Grecia, como hemos visto, pero lo de España puede ser peor. La imposibilidad de
devaluar la moneda está revelando la verdadera naturaleza despilfarradora e
insolidaria de esas sociedades. (FI)
(I-08/02-10) En relación con el
calificativo de PIGS, me preguntan algunos que cuestionan mis planteamientos
deterministas por qué no considero también los casos de Islandia e Irlanda, y
convierto así esas siglas en PIIIGS. Pues sí, no tengo ningún inconveniente en
reconocer que han pecado de lo mismo, pero lo reconoceré... en su justa medida.
Es decir, con la reserva de que esos dos países suman 4,5 millones de
habitantes, mientras que los PIGS sumamos 125 millones. Por un lado, una
pequeñísima proporción de la suma de las poblaciones de los países centroeuropeos
y nórdicos. Por el otro, el 100% de los países de la Europa meridional. No hay
que ser un lince estadístico para ver la diferencia. Además, se está viendo ya
que el Gobierno de Irlanda va a coger el toro por los cuernos, a diferencia del
cagadudas, pusilánime Zapatero.
Aprovecho
para insertar aquí un párrafo de un excelente artículo publicado hace unos días en El País por Fernando
Vallespín:
“Aquellos que nos conocían de cerca no se podían creer que fuera
posible mantener nuestras lunáticas costumbres meridionales y ser a la vez
competitivos. Por eso ahora deben de cuadrarles todos sus prejuicios cuando observan
que, en efecto, al final no podíamos ser como ellos, las serias culturas
protestantes del trabajo y la responsabilidad”.
(FI)
En
realidad, el comienzo de estas crisis, si nos alineamos con las ideas de la
Escuela de Austria, se caracteriza por una creciente brecha entre el crédito
ofrecido y las oportunidades de inversión racionales/productivas. Demasiado
dinero para tan pocas oportunidades de inversión en proyectos racionales. El
dinero se malinvierte, hasta que llega un punto en que todo explota. La crisis persistirá mientras no aparezcan
nuevas oportunidades de inversión propiciadas por avances tecnológicos, pero a
estas alturas ya todos sabemos que si lo que se presenta antes es la ocasión de
una guerra, pocos le harán ascos!
(I-28/12/09) Llevamos ya dos años de crisis, y no
parece que haya una alternativa clara de transición tecnológica capaz de
galvanizar las inversiones en la economía real.
Las energías renovables y demás no parecen muy rentables a corto y medio
plazo, de modo que los inversores prefieren volver a jugar en el gran casino de
la Bolsa o comprar oro. Y ahí estamos de nuevo, metidos en otras burbujas.
Podríamos llamarlas “burbujas por falta de alternativa”, y es obvio que los
persistentemente bajos tipos de interés no son ajenos al fenómeno. La fatalidad
con que los analistas nos advierten de que el paro se mantendrá sin apenas
cambios durante los próximos años confirmaría que ni siquiera en el horizonte
se atisba una alternativa tecnológica de recambio.(FI)
Pero,
pasando ahora a reflexionar sobre la opción 2), otro punto que nadie destaca es
la resistencia de la sociedad a que se le dé dinero a la gente por no hacer
nada. A los bancos nadie les exigió, por ejemplo, que impusieran a sus
empleados la obligación de rellenar a mano formularios sin sentido para
tirarlos a continuación a la papelera como rito expiatorio insoslayable para
acceder al dinero de los rescates. Pero a los más desgraciados se les exige
literalmente el sudor de su frente. Por eso la opción 1) se pone en marcha sólo
cuando la opción 2) empieza a exigir demasiados recursos colaterales.
Lo
lógico sería aplicar sólo las opciones 3) - 5) y 1), por ese mismo orden.
Aunque habría que estimar caso por caso el efecto multiplicador de las dos
primeras para determinar la más preferible.
En
definitiva, digámoslo claramente: lo escandaloso no es que haya 4,5 millones de
parados. Lo escandaloso no es que a la mayoría se les esté dando un subdidio de
paro por no hacer nada. Lo realmente escandaloso es que habiendo tantos
trabajos necesarios por hacer el Gobierno malgaste la miseria de 200 000 o 300
000 puestos de trabajo que ha conseguido crear en hacer estupideces que a nadie
benefician. (FI)
(I-28/12/09) Aconsejo vivamente la lectura
de este excelente artículo de Guillermo de la Dehesa, porque permite entender mucho
mejor el origen de las enormes
dificultades que va a tener que afrontar la economía española para salir de
esta Gran Recesión. El autor resalta el despilfarro económico y social que
entrañan en nuestro país el desprestigio de la formación profesional y la
frivolización de la enseñanza universitaria:
“Nuestros jóvenes quieren ser universitarios no sólo por su
mayor prestigio social, sino también por ser relativamente barato. De ahí que
existan tres veces más universitarios que graduados en formación profesional.
Pocos jóvenes quieren ser fontaneros, electricistas o informáticos, aunque
estos ganen más que ellos, porque, entre otras razones, pagan menos del 12,5% del coste de su educación universitaria (8.000
euros por estudiante y año), independientemente de su nivel de renta,
conocimientos, esfuerzo y habilidades.
En la mayoría de los países europeos las tasas universitarias
son mucho más elevadas, para así poder financiar becas para los mejores
estudiantes y préstamos para aquellos de menor renta. Nuestros incentivos,
además de inadecuados, son perversos. Producen un fracaso universitario de los
más altos de Europa, ya que casi un tercio de los universitarios no termina
nunca sus estudios, otro tercio los termina dos años más tarde y sólo el resto
los termina en tiempo y forma. Así, 3.300
millones de euros al año son despilfarrados, sin además conseguir
suficientes universitarios de calidad.”
Es
inevitable ver ahí no sólo una manifestación más del novorriquismo de los
españolitos, sino un claro paralelismo con la creciente desigualdad social y la
desaparición de las clases medias, fenómenos que, sin ser exclusivos de España,
revisten en este país especial gravedad. Hablaba antes del desfase temporal
entre cantidad de fuerza de trabajo y perspectivas de desarrollo tecnológico,
pero cabe pensar que estas perspectivas son a su vez, en buena parte, el
resultado de la mayor o menor adecuación de la cualificación de esa fuerza de
trabajo a la economía real. Me explicaré.
Los
trabajos a los que da o debería dar acceso la formación profesional son a la
economía lo que las clases medias son a la sociedad. Son el cemento que
mantiene cohesionado el todo. Desde los carpinteros y albañiles hasta los
programadores de base y los contables, el buen funcionamiento de la sociedad
depende básicamente de ellos. ¿Cómo se desenvolvería una sociedad en la que
sólo hubiese camareros y diseñadores? De pena, en efecto. Pero no hace falta
siquiera hacer un ejercicio de imaginación: basta con visitar Barcelona. Una ciudad con la mayor
densidad de bares de tapas de todo el mundo, con los hoteles más pijos del
mundo, pero en la que se derrumban los túneles del metro, los edificios
ultramodernos se caen a pedazos, los apagones son continuos, y el tráfico está
permanentemente colapsado. Por no hablar de los mil y un detalles de diseño del
interior de esos hoteles y restaurantes, en cuyos váteres puede uno llegar a
encontrarse sin papel higiénico, con secadores de manos averiados, con una
cisterna a la virulé, pero con un cuadro de Rothko presidiendo todo el
desaguisado. Véase en esta foto una clara ilustración de las chapuzas que puede generar el
disseny catalá aplicado al urbanismo, sobre todo si entra en sinergia con los
dictados del Plan E: mediante un mensaje situado al principio del paso de
peatones, se advierte a éstos, mientras esperan a que el semáforo se ponga
verde, acerca del gran número de accidentes mortales que sufren los viandantes,
pero esa advertencia se hace en todos los casos sólo en catalán –a los
castellanos que los aplaste el autobús- y en un lugar tal que distrae al lector
de manera que probablemente aumenta la probabilidad de que perezca arrollado.
Pero la cosa no acaba ahí: los nuevos semáforos se han plantado con un ángulo
incorrecto, que presenta a la vez al peatón, casi con igual intensidad, el rojo
y el verde simultáneos, lo que acentúa aún más el riesgo de desconcierto y de
atropello. Pero, como siempre, nadie protesta.
Pero
a lo que iba, habría que incentivar a los jóvenes para que opten por la
formación profesional. Pero no sólo eso. Soy de la opinión de que ese ámbito
ocupacional no debe ser un nicho reservado sólo a los que “no den pa más”. Muy
al contrario, habría que incentivar de algún modo esa elección entre las
personas dotadas de un alto cociente intelectual, complementando incluso con
subsidios si es necesario en esos casos los sueldos que pueda dictar el
mercado. No se trata de una vuelta de tuerca más y algo retorcida del
igualitarismo, en absoluto: la prueba es que no soy partidario de la medida
especular, esto es, de incentivar a gente con bajo CI para que curse estudios
universitarios; en realidad, eso es lo que se está haciendo al no hacer pagar
su coste real y no potenciar las becas para los realmente capacitados y sin
medios. No, lo que pretendo es sacar todo el jugo posible de los medios
existentes para sostener la economía real desde el núcleo mismo de su
funcionamiento, y para ello todo plus de inteligencia será bienvenido.
En
otras palabras, en ese inmenso ámbito del “artesanado”, utilizando aquí la
terminología de Richard Sennett en su último libro, hay probablemente oportunidades no
aprovechadas para aumentar la productividad, tareas cuyas posibilidades no se
han explotado al máximo como consecuencia de esa tendencia a asignárselas a los
perdedores del paisaje laboral, a pagarles una mierda por ello, a depender por
ende de una fuerza de trabajo cada vez más desmotivada, y -last but not least, crecimiento obliga- a reemplazar cuanto antes
los procedimientos seguidos para dar cabida a otros probablemente menos
adecuados en términos de tiempo y/o dinero. (FI)
Volviendo
ahora a hablar del índice de solvencia. ¿Es ese porcentaje ridículo que los
bancos se empeñan en aplicar un signo de codicia? Por supuesto, pero ello
representa también, lo que es peor, falta de interés
regulador por parte de los Gobiernos, que prefieren mirar hacia otro lado. Es
una opinión extendida que el Estado tiene el monopolio de la creación de
dinero, por el mero hecho de que es el único autorizado a imprimirlo. Pero una
cosa es imprimir y otra crear. El Estado se limita a imprimir el dinero que la
Banca ha hecho necesario al endeudar a todo el mundo.
¿Por
qué no interviene el Estado como es debido, imponiendo un coeficiente de caja
más elevado? Si el incremento de un 5% a un 10%, por ejemplo, puede marcar la
diferencia entre poder o no poder hacer frente a demandas súbitas de liquidez,
¿no parece eso un aumento irrisorio, considerando que los bancos seguirían
teniendo el privilegio de crear 10 euros por cada euro real? ¿No podrían acaso
los directivos seguir forrándose mucho más de lo necesario para poder vivir
nadando entre billetes tanto ellos como sus hijos y sus nietos?
Entramos
aquí en el meollo de la cuestión. A los Gobiernos, sean de izquierdas o de
derechas, no les interesa que aumente el coeficiente de caja, porque eso supone
reducir las posibilidades de los ciudadanos de obtener créditos, y eso supone
menor crecimiento de la economía, y eso supone menos posibilidades de
reelección y menos posibilidades de salir bien parados en las comparaciones con
otros países. (Por otro lado, el hecho de vivir pendiente de la devolución de
una hipoteca o de cualquier otro préstamo considerable (para un segundo o
tercer coche, por ejemplo) es el mejor mecanismo que pudiera concebirse para
mantener a los ciudadanos anestesiados, para hacer que transijan con cualquier
cosa en el trabajo. Cuanto más hipotecada, más conformista se vuelve la
sociedad. El crédito es
el opio del pueblo.
Es
cierto que pasar de un 5% a un 10% parece una nimiedad, pero en realidad eso
implica reducir a la mitad el dinero prestado para una misma cantidad de dinero
depositado. Topamos aquí con la paradoja del restaurante rata, o sea, de ese restaurante que ofrece
raciones minúsculas a precio de oro. Uno se pregunta irremediablemente: en
lugar de cobrarme 30 euros por 2 de materia prima, ¿no podrían cobrarme 32 por
4 de materia prima? Ellos saldrían
ganando lo mismo, y yo saldría del restaurante doblemente satisfecho, efecto
que contrarrestaría con creces el efecto del pequeño aumento de precio. Ahora
bien, ocurre que el restaurador en cuestión es un tacaño y piensa en otros
términos. Para él lo importante es la relación entre el coste de la materia
prima y el beneficio conseguido. Para él, ese simple cambio de 2 a 4 significa
reducir a la mitad la rentabilidad de los alimentos que compre. Según cómo
evolucione la situación en el barrio, a la mínima que haya cierta competencia,
el restaurador rata acabará pagando su estrechez de miras: los clientes, hartos
de que les sablee, desertarán del local y se irán a otros con una mejor
relación cantidad+calidad/precio. Huelga
señalar la analogía con la huida de clientes de los bancos que intentaron
estrujarles demasiado a otros más sólidos. Parece innecesario también señalar
como colofón que, a través de los privilegios que conceden a la banca, nuestros
gobernantes han aplicado siempre y seguirán aplicando, con crisis o sin crisis,
esa misma ética miserable del restaurador rata.
(I – 22/11/09) - La importancia del “capital ratio” como factor
que sobrevuela toda esta crisis acaba de ser reconocida por The Economist en un artículo, “After the fall”, en el que plantea el tipo de medidas
que deberían haber tomado los dirigentes/payasos que se reunieron el pasado día
15 en Washington. Se explica en el artículo que a finales de los ochenta
Estados Unidos y el Reino Unido veían con preocupación que las autoridades
reguladoras de Japón permitían a los bancos de ese país contabilizar las
acciones en bolsa como parte del “core capital” (o sea, de ese núcleo de fondos
propios altamente aconsejable). Como consecuencia de ello, en 1988, nueve de
los diez primeros bancos del mundo eran japoneses. Claro está, el sistema
financiero del país no tardó en colapsarse. Entonces los banqueros centrales de
las principales economías se reunieron en Basilea para definir qué productos
deberían considerarse capital nuclear y qué porcentaje debería suponer éste
respecto al total de activos. Pero el
debate se vio viciado por la necesidad de rescatar de un modo u otro a Japón.
Además, hecha la ley hecha la trampa: los bancos aprovecharon las lagunas y
ambigüedades de Basilea 1 para
volver a las andadas. Y a finales de los noventa comenzaron las negociaciones
de Basilea 2, en las que, dice The
Economist, “los Gobiernos intentaron forzar un acuerdo que diera ventaja a sus
respectivos bancos”. Basilea 2 “es un acuerdo defectuoso. Aún no ha entrado en
vigor, y ya habría que actualizarlo. Su principal fallo es su dependencia de las
agencias de calificación y de los modelos que elaboran los propios bancos sobre
los riesgos que asumen... Además, el acuerdo no contempla la evaporación de
liquidez que ha impedido a los bancos financiar sus operaciones. No parece muy tranquilizador el hecho de
que el capital mínimo que los bancos rescatados intentan amasar ahora esté muy
por encima de los mínimos establecidos en Basilea 2”. La revista sigue
diciendo que la historia de estos intentos de fijar un capital ratio decente
contiene importantes lecciones para los líderes del G20. Pues bien, ya hemos visto el caso que le
hacen esos líderes a la historia, a la historia de los fracasos de sus
antecesores, a la historia de la inhibición de los Gobiernos ante la verdadera
naturaleza y gravedad del problema. (I – 28/11 - el mismísimo Greenspan
acaba de reconocer, según se indica en este artículo de The Economist, que “hasta ahora los bancos se
conformaban con un capital ratio de un 10% [ni siquiera], pero a partir de
ahora, si se desea reconfortar un poco a los ahorradores e inversores,
necesitarán un ratio mucho mayor, quizá en torno a un 15%”.) [Receta
anticrisis nº 2] (F-I) F-I).
(I-13/09/09) En un artículo de este 12 de septiembre, The Economist vuelve a
insistir: “Higher capital ratios would protect
the taxpayer from future bank failures and limit the industry’s profitability”.
En un par de párrafos, el semanario identifica lo que considera como el
principal mecanismo de la hipertrofia de la industria financiera, en términos
muy semejantes a los que pongo de relieve bastante más adelante en esta página
y en la parte II de este escrito al hablar de parásitos y sisificadores:
“... this is a classic case of a principal-agent problem. The
agents have better information than their clients—pension funds, retail
investors and the rest—and the interests of the two groups are often not
aligned. It can also be very difficult for clients to tell whether their many
agents are doing a good job. A member of a pension fund relies on trustees to
manage the scheme. Those trustees pick a consultant, who selects fund managers
who might buy structured products from an investment bank. If those products
include mortgage-backed securities, then lenders, brokers, property valuers and
estate agents will also be involved.
Every agent takes
a cut in the form of a spread or commission. But because financial products are
complex or long-term in nature, the client may not realise the worst until it
is too late. The finance sector is thus able to earn a high level of “rent” at
the expense of its customers.”
(FI)
(I-08/02/10) En el artículo Base camp Basel publicado en The Economist el pasado 23
de enero aparece un gráfico muy esclarecedor sobre la progresiva relajación de
las autoridades políticas y monetarias a lo largo de los últimos cien años en
lo que respecta al “core capital” (equity
como porcentaje de los assets). Puede
apreciarse que de valores que rondaban el 20% en Estados Unidos y Gran Bretaña
en 1880 se ha pasado a un 5%. En el artículo se hace una serie de cálculos para
determinar qué core capital deberían haber tenido los bancos para superar sin
ayuda del Estado la crisis actual, y se llega a la conclusión de que, en el caso
de los cuatro grandes bancos norteamericanos, ese porcentaje debería haer sido
del 20%, pero en términos absolutos eso significaría que, en previsión de otra
conyuntura similar, deberían recaudar nada menos que 30 000 millones de dólares
adicionales cada año. Eso supondría, trasladado a sus clientes, un aumento de
un punto de los intereses, del 6% al 7%. Pero, ah, claro, se nos dice, eso
afectaría al crecimiento económico. Por
supuesto: no se puede estar en misa y repicando. No puedes pretender crecer y
reponer el colchón de los bancos al mismo tiempo. La cuestión es que ese
aumento del 1% se consideraría demasiado en todas circunstancias, tanto si los
intereses están al 2% como al 8%: en el primer caso porque supone un aumento
proporcionalmente muy importante, del 50%, y en el otro porque los intereses
están ya muy altos. Luego, podriamos replicar, si el sumatorio de esos dos
tipos de razonamiento va a ser siempre el mismo, la objeción no es de recibo,
la objeción, en definitiva, tiene tintes ideológicos. Vemos reaparecer aquí, en
otros términos, la paradoja del restaurante rata. Hay que elegir, y según lo
que elijas se te va a ver el plumero. (FI)
No
deja de ser significativo que toda esta crisis se produzca también coincidiendo
con un momento en que la gente ya no puede endeudarse más. Los precios de las
casas, por ejemplo, han superado la capacidad de pago de la gente. Pero es que
además los salarios basura son tan basura que no permiten consumir todo lo que
la máquina económica exige. Por añadidura, el tirón de China y la India se ha
quedado en agua de borrajas. Eos dos paíes tamién están pasando por lo
suyo. La única alternativa es que los
Gobiernos nacionalicen total o
parcialmente los bancos [Receta anticrisis nº 3] que haga falta comprando acciones, no
productos tóxicos. Aportar provisionalmente
fondos de los contribuyentes para resolver el problema de liquidez, reducir el
ritmo de concesión de créditos aumentando paralelamente la reserva
fraccionaria, ir captando ahorros netos hasta alcanzar un buen nivel de fondos
propios, y a partir de ahí seguir como accionistas de los bancos, con poder de decisión en los mismos, todo el
tiempo que sea necesario para recuperar el dinero público invertido, incluso
con creces, como ocurrió en Suecia
la pasada década, y le funcionó. Está claro que si los Gobiernos no quieren
copiar esa solución con todas sus consecuencias es por miedo a la reacción de
la banca. Sin embargo, cualquier remedio que pretenda ser realmente eficaz pasa
por la nacionalización total o parcial de los bancos implicados: todo lo demás
es ocultar el problema y retrasar su solución, porque todo lo demás significa
que el Estado no estará ahí, en los bancos, para advertir: ‘eh, psst, que esos
mil euros que acaba de depositar ese humilde ahorrador no se los vas a prestar
a ese promotor empeñado en acabar el complejo de 5000 casas que ha empezado y
nadie va a comprar (cajas de ahorros y Martinsa-Fadesa); en lugar de eso, 500 servirán para alcanzar el 15% de
coeficiente de caja que nos hemos propuesto como objetivo, y los otros 500 se lo
concederemos a un tipo que quiere montar una empresa que nos parece viable y
realmente útil para la sociedad’).
(I-09/03/09) – En un artículo publicado ayer en El País,
Thomas L. Friedman, abunda en lo anterior:
“¿Quieren gastar 20.000 millones del dinero
público para crear puestos de trabajo? Perfecto. Llamen a las 20 empresas de
capital riesgo más importantes de Estados Unidos, que en la actualidad andan
escasas de dinero porque sus socios -fundaciones universitarias y fondos de
pensiones- están secos, y háganles esta oferta: el Tesoro estadounidense les
dará a cada una hasta 1.000 millones de dólares para financiar las mejores ideas
de capital-riesgo que encuentren. Si se van al garete, todos perdemos. Si
cualquiera de ellas resulta ser la próxima Microsoft o Intel, los
contribuyentes les darán a ustedes el 20% del beneficio del inversor y se
quedarán con el otro 80%...
Si vamos a gastar miles de millones de dólares del
contribuyente, no puede ser sólo en banqueros que decoran despachos,
especuladores de viviendas excesivamente endeudados y ejecutivos
automovilísticos que año tras año gastan más energía resistiéndose a los cambios
y presionando a Washington que liderando el cambio para vencer a Toyota.” (FI)
Pero
no, si los bancos son pirómanos, los
Gobiernos son bomberos pirómanos. Necesitan crecimiento
del PIB, y no hay crecimiento del PIB sin deuda. De modo que no pueden esperar
a que se alcance el 15% al ritmo natural de recuperación de dinero en efectivo.
Como tienen prisa, lo que están haciendo ahora es inyectar dinero en los bancos
para dotarlos de fondos propios, cuyo nivel evidentemente será muy inferior al
15% aquí considerado (parece que para el FMI basta con un tímido 8%, según
noticia aparecida en The Economist, pero según otra noticia más
reciente relacionada con ING, el índice de solvencia “se
orienta hacia un 12%”), o incluso puenteando a los bancos y dándole el dinero
directamente a las empresas. La banca no se queda atrás en sus maniobras, claro
está: los lobbies pugnan por mantener la reserva fraccionaria a niveles
irrisorios, y lo consiguen. Así, propuestas equivalentes, como la del Comisario
de Mercado Interior de la Unión Europea, quien, según leemos en noticia
aparecida en El País el 1 de octubre pasado, pretendía que los bancos se
quedaran con el 15% de los productos que salieran de sus cocinas financieras,
se quedan en agua de borrajas: la banca sólo admite quedarse con un 5% de esos
productos:
El objetivo es
que los bancos emisores de productos compactos (titulización de créditos e
hipotecas de alto riesgo que, en muchos casos, contenían productos tóxicos o
sin garantía y han sido el verdadero detonante de la crisis) que distribuían
por todo el mundo, sin asumir ninguna responsabilidad, tengan que mantener al
menos un 5% de los mismos, como garantía de que no son productos contaminados e
inseguros... El problema es que la
propuesta inicial del comisario exigía que los emisores mantuvieran en sus
carteras como mínimo el 15% de la emisión, pero la presión de los lobbys ha
diluido el proyecto.
Mayor
cinismo imposible: por una parte aseguras que no vas a repetir el mismo error
de titulización de porquería, pero al mismo tiempo prefieres tener las manos
libres para desembarazarte como mínimo del 95% de ese producto tan bueno que
dices que vas a diseñar. Pues bien, ese dato, que debería ser noticia de
primera plana como prueba de la sumisión a la banca no ya de los gobiernos,
sino de las entidades supranacionales que deberían protegernos de los
Gobiernos, ese dato, digo, queda sepultado en medio de la maraña de tópicos
manejados para interpretar todo este culebrón. Es más, el subtitular de la
noticia resalta lo contrario de lo que debería resaltar al resumirla con la
frase “La Comisión Europea obligará a las entidades colocadoras de productos
hipotecarios a tomar un 5% de las emisiones como garantía”... Uauhh, qué
valientes son esos eurócratas,
pensará el lector, se les puede perdonar que vayan hechos unos pijos y gasten
gafas a la Coixet. Pero es que encima, para más inri, esa bajada de pantalones
coincide en el tiempo, según vemos en la noticia, con una severa crítica
dirigida a los Estados Unidos por no asumir su responsabilidad ante la debacle.
Me atraganto con tanto despropósito. (Ver más abajo otras pruebas de lo mismo).
(I-24/02/09) En el caso concreto de España, la
participación del Gobierno de Zapatero
como cómplice de las maniobras de contabilidad creativa de los bancos es
difícil de poner en duda si leemos atentamente un artículo publicado por Daniel
Villalba en El País (“¿Dónde está el crédito que ‘no aparece’?”, 22 de febrero pasado).
Gracias a un Real Decreto (10/2008) del mes de diciembre (más detalles aquí), los bancos gozan de la posibilidad de maquillar sus cuentas
para que su balance no se vea afectado por los morosos. En concreto, si la
vivienda sujeta a hipoteca ha sufrido una pérdida de valor del 30%, tienen la
opción de volver a comprar la vivienda al precio original –un precio ficticio
por tanto, no el precio de mercado- para poder contabilizarla como activo por
ese valor. Y se evita tener que registrar la pérdida del 30%. Como consecuencia
de ese ingenioso mecanismo, se calcula en el citado artículo que en este
momento habría 120 000 millones de euros inmovilizados: “euros totalmente
esterilizados. Bienes que ni producen, ni son utilizados en el bienestar de las
personas”. Los bienes inmuebles implicados se utilizan así como un mero recuerdo
del valor que un día tuvieron, a la espera –a corto y medio plazo ingenua, y
puede que a largo plazo también según nos demuestra Japón- de que recuperen su
valor. La banca manipula sus datos, pues, desde la más absoluta legalidad.
Estamos ante otro caso de pago de favores, evidentemente, pues esa misma banca
nos tiene acostumbrados a condonar la deuda de los partidos, por ejemplo, 12 millones de euros al PSOE en 2006. (FI) (I-01-11-09)
Transcurridos ocho meses desde esta última inserción, ha tenido que ser la
agencia de calificación Moody’s la que sacara claramente a la luz lo que aquí todo el
mundo quería seguir tapando indefinidamente: la Banca está ocultando pérdidas
estimadas de 108 000 millones de euros (cifra que coincide con la facilitada
más arriba), y sólo ha provisionado la mitad de esa cantidad. (FI).
Un
detalle muy revelador es la insistencia de los Gobiernos para que el dinero
inyectado a los bancos se vuelque de inmediato en nuevos créditos para el
pringado-consumidor. No os preocupéis por los fondos propios –la reserva
fraccionaria-, le dicen a la banca, porque os vamos a dar también, a cambio de
un papelucho, quiero decir, pagaré cualquiera, el dinero necesario para que los
elevéis hasta ese miserable nivel que ahora os exigiremos. Nos importa un bledo
que esos pagarés salgan también de la nada como resultado de esta
macrooperación ad-hoc (ya nos encargaremos nosotros de perderlos o diluirlos de
algún modo si es necesario) y ni siquiera os exigimos derecho a voto ni
presencia en vuestros consejos de administración ni poder de decisión alguno,
líbrenos Dios todopoderoso. Tampoco os vamos a exigir, qué grosería, que las
acciones que nos deis a cambio sean acciones preferentes. En definitiva,
muchachos, aquí no ha pasado nada, pero, por favor, no volváis a gastaros 440
000 dólares en un fin de semana entre amiguetes para celebrar que habéis
conseguido por el morro que os demos 85 000 millones de euros para salvaros el
chiringuito, como hicieron los directivos de AIG, porque entonces la cosa ya canta mucho. Y sobre todo conceded
créditos, que esto se para!!
(I – 22/11 - El mismísimo gobernador del Banco de
España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez,
se ha visto obligado a disuadir al Gobierno para que no fuerce las cosas,
advirtiendo que “la entrada de representantes del Gobierno en los consejos de
administración de los bancos, pueden ser ‘nefastas’, si se cae en la tentación
de obligar a esas entidades a conceder créditos. ‘En el momento en que
obligamos a un banco a dar un crédito a quien no lo va a pagar nos hemos cargado
el sistema financiero’, dijo” (noticia de El País) (F-I).
(I – 19/01/09 – En los últimos días ZP y Solbes se
están poniendo ya un poco pesaditos con sus insistencias a la banca para que
presten más dinero. Lo increíble del caso es que la cuantía de los créditos
siguió aumentando en 2008, un 7%!! En contra de lo que lleva a hacer creer la propaganda oficial. O
sea que no les basta con que la banca preste más que el año anterior con todo lo
que está cayendo. No les basta con un incremento que duplica la inflación.
Quieren que no cese el “incremento del incremento” anual. Demuestran así una
vez más la tesis aquí expuesta: les importa un pito el saneamiento interno de
los bancos. F-I)
En definitiva, de lo que se trata ahora es de dar con
las fórmulas necesarias para, sin que se note demasiado, garantizar que se siga
financiando a los futuros deudores no con arreglo a la cuantía de los depósitos
previos de los ahorradores, sino, nolens volens,
con dinero futuro de todos los contribuyentes. Los Gobiernos aceptan por tanto
que la población general viva peor en el futuro para que a cambio la Economía
viva mejor en el presente. ¡A quién coño le importan las futuras generaciones!
Bueno, la cosa suena peor si lo planteamos de otro modo: ¡Y
qué te importa a ti cobrar una pensión
de mierda dentro de 10 o 20 años? Qué digo, para qué pensar tan a largo
plazo: todos los padres actuales saben que sus hijos están viviendo ya peor que
como han vivido ellos. Muchos de esos padres tienen varias casas, mientras que
sus hijos no pueden independizarse porque tienen que destinar a la hipoteca el 84% de su sueldo por una vivienda sitiada por los inmigrantes en
las afueras de la ciudad, con el aliciente añadido de tener que emplear 2 o 3
horas diarias en transporte para ir y volver de un trabajo-basura. Lo curioso
es que los muy imbéciles no se lanzan a la calle. Les basta el cóctel
anestésico de su MP3 y el botellón/éxtasis del fin de semana. Eso sí, estarán
dispuestos a pintarse la cara y hacer chorradas en juguetonas manifestaciones
por la igualdad de género. (I-10/05/09 – A propósito, a quienes aún no se
crean que la vivienda tiene aún
bastante trecho para seguir bajando en España, les recomiendo que visiten el
gráfico número 1 de este artículo de
The Economist, o bien este otro sobre los precios de las casas en Estados Unidos, Gran
Bretaña y Australia – De hecho, como puede verse también aquí y aquí, cuando estalla una burbuja inmobiliaria, se tarda entre cinco
y diez años en alcanzar los precios nominales que había en el pico de la
burbuja, y algo más hasta recuperar los precios reales. Pero la cosa puede ser
“peor”: basta con ver lo ocurrido en el mercado inmobiliario de Japón durante la pasada década: de risa. FI).
(I-19/10/09) En realidad, creo que, dadas las
medidas torticeras de estímulo del mercado de la vivienda que ZP ha puesto a
punto, este sector podría perfectamente reactivarse en los próximos meses, como
explico en otro lugar, pero al precio de seguir retrasando la solución del
problema (I).
(I-31/12/09)
A todos los interesados en este tema del estallido de las burbujas
inmobiliarias, les aconsejaría que prestasen atención a la tabla 10.8, pag.
160, del libro de Reinhart y Rogoff
antes citado. La conclusión de los autores (pag. 224) es que en esos casos “la disminución de los precios reales de la
vivienda es como media de un 35%, repartido a lo largo de unos seis años”.
A estas alturas los precios en España han bajado aproximadamente un 20% en
términos reales, desde el pico registrado en el primer trimestre de 2007. Eso
significaría que los precios deberían seguir agonizando lentamente hasta perder
al menos otro 15% en términos reales en los próximos años. En un entorno
inflacionario, como es posible que ocurra considerando la enorme cantidad de
dinero inyectado en la economía, ese ajuste podría adoptar la forma de una cuasiestabilización
de los precios nominales, sobre todo teniendo en cuenta la afición de los
españolitos a aferrarse a sus ladrillos para tener la sensación de que son
ricos. Esta estimación coincide más o menos con la que recientemente hacía el
BBVA, que auguraba aún una caída de en torno a un 20% en términos reales. En
cualquier caso, como conclusión práctica,
aconsejo encarecidamente la lectura de esta carta al director aparecida en El País hace un par de
meses. (FI)
Retomando
el discurso original, desengañémonos, los Gobiernos no nos están salvando de
los bancos; antes bien, están objetivamente conchabados con ellos. Los banqueros
al menos admiten sin tapujos que lo único que persiguen es dinero, más dinero,
pero los Gobiernos tienen el cinismo de referirse al bien común cuando en lo
único que piensan es en el crecimiento económico. Evidentemente, un pilar
fundamental de esa operación de engaño es que la población equipare crecimiento
con bienestar, pero eso es algo conseguido ya hace tiempo, a despecho de todas
las estadísticas que muestran que el nivel de felicidad se mantiene
prácticamente constante desde hace años pese al aumento imparable del PIB
mundial.
La
responsabilidad de los Gobiernos en la burbuja inmobiliaria es descarada. La
política de desgravación fiscal por compra de vivienda aplicada en España y
otros países ha favorecido el aumento de los precios de los pisos, de la misma
manera que las ayudas al alquiler están distorsionando ese mercado, pues acaban
traduciéndose sólo en más ganancias para los arrendadores, que al fijar la
cuantía del alquiler suman la ayuda concedida al precio de mercado, que lógicamente
se dispara. En las operaciones de compra, análogamente, las ayudas van a parar
a los vendedores y, en forma de aumento del importe de las hipotecas, a los
bancos; y en forma de impuestos, claro está, a los ayuntamientos, ansiosos por
seguir alimentando el presupuesto destinado a obras tan faraónicas como
innecesarias. Los planes
RENOVE y VIVE para estimular las ventas de coches son más de lo mismo...
Claro, como las calles de nuestras ciudades están desiertas y necesitan un poco
de animación (véase esto). El colmo del asunto es que, según
noticia del 22 de octubre en El País, en España las financieras de coches
podrán beneficiarse del plan de rescate concebido en principio para bancos y
cajas de ahorros, y, por si eso fuera poco, los promotores de viviendas también
han pedido al Gobierno que use parte del dinero para ayudarles a superar este
bache. Puro dinero-helicóptero. A río revuelto, ganancias para
los chorizos de siempre, ganancias para los que se han beneficiado de la
burbuja. Mucha ayuda para rescatar a los ladrones de cuello blanco, mucha ayuda
para seguir inundándonos de automóviles, y mientras tanto se rebajan las
ambiciones de la Ley de Dependencia. Bueno, a los viejetes les
quedará el consuelo de que siempre podrán okupar una vivienda deshabitada o un
coche abandonado donde caerse muertos.
La
banca y los inversores más imprudentes han estado actuando como secuestradores -reteniendo como
rehenes, con el arma de su desconfianza mutua, a unos ahorradores que han caído
en el pánico- para que el Estado les saque del apuro sin tener que pagar ellos
un duro (Véase Carry on screaming). Cada jornada de euforia
bursátil que sigue a una jornada negra en los mercados refleja la inclusión de alguna
nueva concesión en la letra pequeña, o no tan pequeña, de los planes de rescate
que han elaborado los Gobiernos. En entrevista concedida a El País el 12 de
octubre, Jeffrey Williamson advierte que en el Plan Paulson se han colado nada
menos que 190 000 millones de dólares simplemente para ayudar a los sectores
más inimaginables de la sociedad (fabricantes de flechas incluidos), que
cabildearon con gran habilidad en las negociaciones frenéticas que condujeron a
la aprobación in extremis del plan. (más
dinero-helicóptero). Qué es eso sino una inyección de dinero para unos pocos
con cargo a la totalidad de los contribuyentes, una inyección no para ayudar a
los bancos, sino simplemente para que la puta máquina siga moviéndose sin
parar. Se os ve el plumero, muchachos, porque, veamos, en qué cabeza cabe que
un problema de exceso de crédito pueda solucionarse concediendo mucho más
crédito no ya sin intereses, sino a fondo perdido. Más claro, agua. Ante el
dilema de restringir el crédito y no crecer o seguir concediendo créditos a
espuertas para seguir creciendo, tanto los gobiernos como la banca están
destinados a avivar el fuego de la deuda, para provocar cuanto antes otra
burbuja que nos saque de ésta. A la espera de que eso suceda, una recesión.
Pero ya sabemos en qué consiste una recesión: en repartir durante muchos años
por toda la población la pérdida de poder adquisitivo necesaria para corregir
todos los excesos cometidos por una pequeña banda de ladrones en la época de
bonanza con el visto bueno de los Gobiernos.
El
diagnóstico de la Escuela Austriaca sobre lo ocurrido en Japón la pasada década
parece conservar toda su vigencia ante los derroteros que está tomando esta
crisis:
Economists of the Austrian school challenge the idea that Japan experienced a liquidity trap,
instead contending it suffered from the bust portion of a business cycle
brought on by monetary inflation, which could only be cured by allowing the
bust to liquidate the malinvestments made during the boom. Austrians contend that busts are necessary corrections to booms and
that artificial credit expansion or other government interference will only
make the bust longer or delay an even bigger bust. Thus, they blame Japan's
rigorous government interference in the market for causing the bust to last
throughout the decade.
(Fuente: Wikipedia, trampa de liquidez - “liquidity trap” )
Otra
fuente de indignación ciudadana son las obvenciones
de los altos directivos de los bancos. Según The Economist, que sigue
pensando que la invasión de Irak fue un gran acierto, es una mala idea acabar
con los paracaídas dorados, los sueldos estratosféricos y las opciones sobre
acciones. Su razonamiento es que incluso muchas firmas donde no se aplicaron
incentivos peligrosos están pasando por apuros. Es como decir que, como hay
gente que no fuma ni bebe ni come superbigmacs y sin embargo sufre infartos,
toda medida de prevención de las enfermedades cardiovasculares es una memez.
Memez es esa forma de razonar: pura ideología. Ahora bien, cuando resulta que
tu oponente ideológico coincide contigo en algo, ese algo es probablemente
cierto. Por eso, es muy significativo que en ese mismo artículo, The Economist (después de
facilitarnos el interesante dato de que el valor nominal de todos los contratos de derivados a nivel mundial equivalía a finales
de 2007 a 600 billones de dólares –sí, billones-,
unas 11 veces el PIB mundial, frente a sólo 75 billones 10 años antes) opine
que:
- “la innovación financiera no se produce en el vacío, sino en
respuesta a los incentivos que establecen los Gobiernos”
- “los políticos también
tuvieron su buena parte de culpa: el mercado inmobiliario estadounidense
–el origen de los mayores excesos- muestra por todas partes las huellas
dactilares del Gobierno”
- “[es necesario] replantearse las normas sobre el capital ratio (índice de solvencia) de los bancos, fomentando una mayor prudencia durante los
booms...”
Y qué decir del papel penoso que
juegan en todo esto los bancos centrales
(véase A monetary malaise en The Economist). Nos han
tenido a todos pendientes durante años de la inflación, cuando lo que realmente
temían era la deflación (I - 27/11:
véase este argumentario
en defensa de la deflación-FI).
Ya se sabe, deflación equivale a menos crecimiento, y ahí está Japón para
demostrarlo (véase este ilustrativo gráfico). ¡Qué
oprobio, crecer un 2,7% en lugar de un 3,1%, qué va a pensar Alemania de mí?
Pero es indudable que consiguieron ocultar su verdadero objetivo: cada vez que Trichet elevaba un miserable cuarto de punto los tipos de interés, su
imagen como aguerrido defensor de la ortodoxia y el rigor se agigantaba: vaya
tipo, no le temblaba la mano pese a saber que queda aún en España un pavoroso
10% de habitantes (todos inmigrantes) que no son propietarios. Uauhh!! En
realidad, la gran hazaña del presidente del BCE consistía en convencernos de
que iba a tapar con sus deditos la inmensidad obscena de los orificios por los
que los bancos expulsaban chorros de crédito. Su gran hazaña consistía en
elevar los tipos la mitad o la tercera parte de lo que hubiera debido para
evitar las burbujas, para evitar que se siga exportando deuda a las futuras
generaciones. Greenspan bajaba los
tipos cuando debía subirlos, pero él, ay pillín, se limitaba a subirlos menos
de lo necesario. No obstante, conviene recordar aquí las presiones que recibía
de los Gobiernos para que los bajara. Es posible que sin esas presiones hubiese
sido más estricto, y es que creer en la independencia del BCE es como creer en
la independencia del CGPJ español o en los Reyes Magos. (se
puede seguir el hilo varios párrafos más abajo).
(I - En cualquier caso –añado este párrafo tras las últimas
bajadas de tipos del BCE, a 22/11/08-
no deja de ser sorprendente que después de todas esas inyecciones masivas de
dinero de los últimos meses la inflación esté bajando. Cabe sospechar que sin
tales inyecciones ahora estaríamos en plena deflación a la japonesa. Pero me huelo que eso implica una mayor
volatilidad del IPC: si de repente los bancos y la gente recupera la confianza
(no puede descartarse un tipping point), y/o si una recuperación rápida de la
demanda de energía –léase el crecimiento de China y la India- vuelve a aumentar
el precio del petróleo, todo ese dinero tendrá que trasladarse a los precios.
De repente, inflación. The Economist advierte de ese riesgo: “Los mercados
de opciones nos están diciendo que la incertidumbre
respecto a la inflación se ha disparado... ello refleja el temor de que los
políticos, en sus esfuerzos por evitar la deflación, se pasen por el otro lado”
F-I).
(I-07/02/09) Quién sabe, no es descartable
que los precios adquieran a medio plazo una volatilidad considerable. Nos hemos acostumbrado ya a una Bolsa
volátil (véase aquí la evolución más reciente del VIX). Puede ocurrir que a partir
de ahora las autoridades monetarias sean incapaces de ajustar todo lo finamente
que es necesario el valor de los tipos de interés, y que los políticos no
logren o no quieran manipular en la medida necesaria y con la rapidez
suficiente la presión fiscal. La
estabilidad de precios de que han gozado los países industrializados en los
últimos años se revelaría entonces como un puro hallazgo casual, imposible de
mantener en una economía presidida por la incertidumbre desde todos los puntos
de vista. Asistiríamos así a unos ciclos erráticos de inflación y (cuasi)deflación, que harían las delicias de los teóricos del
caos. Escudriñando en la web en este sentido acabo de encontrar un excelente artículo
en el que se señala
que lo ocurrido con los precios del petróleo es precisamente eso: acabamos de
vivir sólo la primera subida y bajada de lo que es el comienzo de una inevitable
montaña rusa que puede durar muchos años.
La
idea subyacente es que estamos ya en o muy cerca del “pico de petróleo”, definido como el agotamiento de la mitad de las
reservas. En esa situación, según se
explica, el coste marginal de
producción aumenta rápidamente, lo cual, unido a la enorme demanda de los
últimos años, habría disparado el precio del producto. La depresión económica
provocada por ese aumento habría propiciado a continuación una disminución
marcada y rápida de la demanda, con la consiguiente caída súbita de los
precios. A quien se haya encontrado en la situación de tener que desplazar una
enorme bandeja con agua no le costará demasiado entender la idea: a la que el
agua se desplaza sólo un poquito hacia un lado y se intenta corregir el
movimiento, es prácticamente imposible evitar la progresiva amplificación de
las idas y venidas de la masa de agua de un lado a otro. (en
términos matemáticos, nos movemos en el terreno de la ecuación de Lotka-Volterra, aunque el componente caótico exigido
nos conduciría más bien a las ecuaciones descriptivas de fenómenos no lineales
en el ámbito de la ecología).
¿Es
lo ocurrido con el precio del petróleo un precedente de lo que puede ocurrir
con los precios en general? Es tentador establecer una analogía entre el pico
de petróleo y lo que podríamos considerar un “pico de deuda”. Con una tasa de ahorro de los hogares próxima o
inferior a cero y unos tipos de interés también muy bajos, el costo marginal de
seguir prestando alegremente dinero (el riesgo de morosidad, en definitiva)
empezaba probablemente a resultar excesivo para los bancos, aunque ellos no lo
percibieran así... Ahora sí lo saben. El resultado es un bandazo del agua hacia
el otro lado, un bandazo de contracción
crediticia. El mayor coste de los créditos (pues los bancos han endurecido
sus condiciones pese a la disminución de los tipos) frena la demanda de dinero,
al igual que el elevado coste del petróleo redujo la demanda de éste.
Paralelamente, como medida de precaución, los bancos acopian avariciosamente el
dinero que les están prestando los bancos centrales. Y la disminución de la
masa monetaria circulante tiende a deprimir los precios. Pero aumenta al mismo
tiempo la probabilidad de que se produzca un efecto mariposa, de que cualquier nimiedad (política, económica,
mediática, o una combinación de todas ellas en forma de otra “perfect storm”
que inyecte optimismo/insensatez en los consumidores y/o inversores)
desencadene un desbordamiento del dinero acumulado que se refleje más pronto
que tarde en los precios. (Véase más abajo lo que he denominado Principio de Peter Social) (F-I)
(I-15/02/09) Retomando el tema de la volatilidad,
en su libro Why Stock Markets Crash (2003), Didier
Sornette
señala, citando en su apoyo tanto a Greenspan como a Krugman –lo que no deja de
ser significativo- que la inestabilidad
propia de la Bolsa se habría trasladando, no sólo a los precios, como se acaba
de explicar, sino a toda la economía. El
componente psicológico de oscilación entre un optimismo irracional y temores que desembocan en profecías
autocumplidas se habría propagado de la economía de lo intangible a la economía
de lo tangible, afectando así a los empresarios en sus decisiones de compra de
insumos, despido de personal, etc. Lo curioso es que el autor plantea el
fenómeno no ya como un caso de “contagio” de prácticas, de actitudes, sino como
una muestra de la tendencia a emular
el comportamiento de los mercados, lo que apoya algunas de las reflexiones que
se hacen aquí más adelante. En las páginas 384-392 del
libro citado, Sornette ve en el crecimiento acelerado de la complejidad el
preludio del colapso que le espera a
la sociedad occidental, y marca distancias respecto a los optimistas que
consideran que, por el contrario, lo que nos permitirá resolver los problemas
asociados a la complejidad es precisamente el mantenimiento de esa febril
innovación tecnológica. (FI)
(I-08-09/02/09) A los indicios de que hemos entrado en
una etapa de caos (en el sentido más matemático del término) hay que añadir,
por si eso fuera poco, el paralelo aumento de la entropía financiera. Si recordamos que la entropía es una medida
probabilística de la incertidumbre, nos costará menos entender que alguien haya
definido esta crisis por la que estamos atravesando como una depresión epistemológica. La titulización de los bonos basura es
sólo uno de los elementos de la ocultación
(pérdida) de información que ha inundado de entropía los mercados financieros. El principal
responsable es probablemente, como se sostiene en el texto a que conduce el
enlace supra, la extrema complejidad
de los instrumentos creados, que ha acabado por hacerlos opacos para todo el
mundo: los genios de las finanzas que han provocado esta catástrofe se han ido
pasando unos a otros productos que no entendían. La falta de información, la
ignorancia, es lo que tiene paralizada a la banca. Lo peor es que,
termodinámica obliga, el aumento de la entropía es irreversible: si diluimos un
terrón de azúcar en agua, después de diluida no hay manera de vover a
concentrar el azúcar. Del mismo modo, los bonos basura se han diluido (ocultado)
probablemente de tal forma que va a ser imposible separarlos del resto. Los bancos malos que se ha propuesto crear
con productos dudosos no reducirán la incertidumbre, simplemente la
concentrarán en otro sitio, pero la suma total de incertidumbre será la misma
(véanse aquí las opciones barajadas para intentar aislar los productos
tóxicos: se diría que en todos los casos la incertidumbre tapada por un lado
vuelve a salir por otro. El artículo analiza este tema con gran rigor y pone de
manifiesto las enormes, puede que insuperables, dificultades que surgen cuando
se intenta ponerle un precio a algo sobre lo que se carece de información.)
Aun así, hay otra posible interpretación de todo esto que no me
parece descartable: en realidad, aunque difícil, sí es posible “abrir” esos productos tóxicos y
averiguar qué contienen; por ejemplo, un 20% de hipotecas de muy alto riesgo,
otro 10% de hipotecas de riesgo medio, un 10% de préstamos normales al consumo,
y un 50% de hipotecas concedidas a clientes solventes. Eso significa que quizá
sí pueda asignárseles un valor más o menos “objetivo”. Ahora bien, todo el
mundo sabe que ese trabajo de desciframiento sólo podrían hacerlo con la
precisión y urgencia necesarias los mismos bancos, esto es, la parte
interesada, que son quienes han elaborado esos productos. Estaría funcionando
aquí, en tal caso, otra forma de
chantaje de los bancos, que le estarían diciendo a las autoridades ‘anda,
apáñatelas como puedas’, sabiendo que los Gobiernos están tan apurados
económicamente que lo último que pueden hacer ahora es dedicar un batallón de
funcionarios a extraer información fiable de todo ese inmenso rompecabezas (hay
que aportar energía para reducir la entropía). La incertidumbre, siguiendo esta
hipótesis, tendría entonces bastante de artificial. El resultado del chantaje está claro: las
autoridades ceden, dando garantías para los productos dudosos y/o concentrando
todo lo tóxico en bancos malos. En los dos casos el resultado será el mismo:
trasvase de dinero de los contribuyentes a los bancos. Todo porque a los Gobiernos no les da la gana de
nacionalizar los bancos en crisis para poder recuperar poco a poco el
dinero aportado.
En
cualquier caso, si a los políticos no les da la gana de actuar, tanto da que la
incertidumbre sea real o manipulada. No hay supermegaorganismo capaz de
compensar la pusilanimidad de los Gobiernos ante la banca. Su pantalla de humo
son las reuniones del G20 y sus
llamamientos a la multilateralidad, a la persecución de los paraísos fiscales y
la creación de un superorganismo de control del sistema financiero mundial. Son
como el borracho que busca las llaves perdidas debajo de una farola situada a
varios metros de donde las perdió, sólo porque es el único sitio donde hay luz.
Nuestros gobernantes, sin necesidad de estar ebrios, y sabiendo perfectamente
que la solución está en otra parte (o ni siquiera en otra parte), se colocan
bajo los flashes de unos media que andan tan desconcertados como ellos, para
que podamos comprobar lo mucho que se preocupan por nosotros.
En
resumen, sobre un escenario de caos y máxima entropía, políticos y “sabios” de
todo tipo montan un simulacro de control de la realidad a estas alturas
totalmente innecesario porque ya nadie se cree sus payasadas. Se ha dicho de
los matemáticos que son como “un
hombre ciego encerrado en una habitación a oscuras buscando un gato negro
inexistente”. Se diría que nuestros políticos y economistas son en este momento
como un hombre ebrio y maniatado que en un barco en plena tormenta manipulara
con la boca el mecanismo de apertura averiado de una caja fuerte llena de
excrementos.
Pero
detrás de esta crisis hay otro factor importante al que creo que no se estaba
dando la importancia que merece, hasta que el caso Madoff lo puso claramente de relieve. Se trata de la credulidad, del conformismo. El hombre es conformista
por naturaleza, probablemente porque en el pasado hubiese sido catástrofico para
su supervivencia que en los grupos de cazadores-recolectores cada uno fuese a
su bola. En un experimento que ha dado mucho que hablar, Stanley Milgram sometió a sus cobayas a la siguiente situación: los
juntaba por separado con varios otros que estaban conchabados con el
experimentador y les presentaba a todos un papel con varias líneas de distinta
longitud, una de las cuales era ligera pero claramente más larga que las otras.
Los cómplices de Milgram aseguraban que la más larga era otra, quizá la segunda
en longitud, y la gran mayoría de las veces el cobaya, dudando de lo que veían
sus ojos, se alineaba con la opinión de sus “compañeros” de experimento. A
nadie se le escapa que un mecanismo así ha de ser ya por sí sólo un factor de amplificación de cualquier
tendencia. He ahí otra variable a tener en cuenta para explicar volatilidades y
crisis diversas. Madoff supo combinar con especial habilidad la ocultación de
información y la credulidad de buen número de personas, deslumbradas por el
supuesto savoir-faire del estafador y
por la sensación de pertenecer a un club selecto de “entendidos”, pero el
fenómeno se ha dado de forma generalizada entre los asesores financieros
empleados en los bancos, entre los que hasta el más iconoclasta tenía que darse
cuenta de que necesitaba desesperadamente mimetizarse y potenciar el entorno de
optimismo del que dependían sus bonus.
El héroe de toda esta película, el único
inconformista al que todos, en especial la SEC, enviaron al carajo por pepito
grillo, es Harry Markopolos, quien por lo que parece sólo ha soltado hasta ahora una
pequeña parte de la información que posee.
[Véase Receta
anticrisis nº 4]
(I-23/02/09 – Según un estudio reciente, el substrato neuroquímico de la satisfacción
que reporta comprobar que la opinión propia está alineada con la del grupo es
la liberación de dopamina). (FI)
La
emulación, esa
búsqueda incesante y estresante de un mayor estatus, determinada genéticamente, podría considerarse un tipo
especial de conformismo, en el que lo que se compartirían no serían ideas (la
mayoría estúpidas) sino ambiciones (la mayoría estúpidas). Y siendo en el fondo
una forma de conformismo, participaría de esa propiedad que le hace amplificar
las tendencias mimetizadas. Aquí tenemos, por tanto, otro factor explicativo de
la crisis desde el lado de los “inocentes” consumidores sedientos de crédito. [Véase Receta
anticrisis nº 5] Pero creo que es
posible analizar un poco más a fondo este factor. Creo, sí, que hay sociedades
en las que coinciden factores que propician más la emulación. En España, probablemente por razones
genéticas, pero con toda seguridad por razones geográficas, se da una vida
social que no tiene parangón en el resto de Europa. Más contacto social
significa más posibilidades de compararse con el otro, con cualquiera de los
muchos otros, y por consiguiente más riesgo de emulación. Si, por añadidura,
todo ello se produce en ese contexto de aumento de las desigualdades de que
gozamos en España gracias a la pasividad y la inepcia con que ZP ha manejado el
legado del funesto aznar, muy pocos resistirán la tentación de participar en la
carrera generalizada en pos de un estatus que, por relativo, será siempre
huidizo. La combinación de alta desigualdad social y una vida social intensa es
el caldo de cultivo ideal para la proliferación de las formas más absurdas de
emulación. Y cuanto más ascienda la sociedad por esa pendiente, lógicamente,
más dura será la caída.
(FI).
(Retomando el hilo tras estas numerosas Inserciones, algo más abstractas) Algo
parecido ocurre con el desempleo: la gente interpreta el nivel de desempleo como equivalente a la
cantidad de trabajo que falta. Pero en realidad habría que hablar de un nivel
de desempleo natural, que se obtendría sumando al observado todo el trabajo que
sobra. O sea, todas esas actividades de las que la sociedad no saca provecho
alguno, sino muchas veces incluso todo lo contrario. Tiendo a pensar que en una
situación de decrecimiento los empleos que se perderían serían los
más prescindibles, con el consiguiente alivio para muchos, que en nuestra vida diaria
nos vemos obligados a hacer estupideces que justifiquen esos trabajos. Pero,
cuidado, son trabajos que contribuyen al PIB, o sea, al crecimiento. Pagar la
reparación del coche después de una hostia, pagar los gastos de hospital
durante dos semanas, pagar el móvil que me permitirá transmitir el vídeo de mi
última operación, pagar a profesores que enseñen catalán a pringados que lo
necesitan para trabajar como barrenderos en Barcelona, pagar a consultores de
todo tipo para que la empresa pueda justificar mejor la decisión que ya ha
tomado de despedir a parte del personal... todo eso se contabiliza en el PIB,
todo eso es riqueza, ¡a ver si nos enteramos de una vez!
Cómo
no ver en esas brechas entre los tipos de interés necesarios y los reales,
entre empleo necesario y empleo real, un mecanismo en el fondo idéntico de
calentamiento de la economía para ostentar las cifras macroeconómicas que dicta
el Progreso.
El
sector inmobiliario es probablemente el paradigma que tenemos ahora más a mano
de esas actividades inútiles que proliferan por la sociedad al calor del dinero
fácil, aunque
la industria automovilística no se queda a la zaga. (I - A propósito, así como los bancos utilizan a los
ahorradores, así también los fabricantes
de coches emplean a sus trabajadores
como rehenes, amenazando a los Gobiernos con dejarlos en la calle, a ellos
y a muchos otros de las industrias auxiliares del automóvil, si nos les dan
también una ayudita, y el Gobierno buenista/tonto de turno se la da para no
perder votos, con la coartada de que deben usarla para fabricar coches más
limpios!). Las recesiones tienden a borrar del mapa
los empleos más superfluos. La gente es más racional en sus gastos. Por
ejemplo, dejarán de ir al fitness de la esquina a practicar ese estúpido ejercicio
de correr por una cinta móvil y se darán cuenta de que es más agradable correr
por el parque o por grandes espacios urbanos. Si criticamos que ZP/delaVega
sigan empeñándose en reanimar el sector inmobiliario y el sector del automóvil
(ladrillo y carrocerías, ah, deja
que me imagine el paisaje), en lugar de esperar a que la ley de la oferta y la
demanda se encargue de rebajar los precios a niveles razonables (¡Dios, es que
estos sociatas son tan cretinos que sólo saben aprovechar lo
peor del capitalismo!), análogamente deberíamos oponernos a toda medida que
prolongue de forma artificial la vida de cualquier negocio basado en la
explotación de necesidades espurias. (I:
veo hoy la noticia de que, no contento con ayudar
a los bancos con 150 000 millones, a las inmobiliarias con 3000 millones, y al
Plan VIVE de renovación de los automóviles con 1200 millones, el Gobierno ha
decidido ayudar también al sector turístico con 400 millones, con una condición
que ya apesta, como es la de “introducir mejoras para la sostenibilidad
de los establecimientos, en especial para el ahorro energético y la
conservación y mejora del medio ambiente; inversiones encaminadas a la
implantación de sistemas de calidad, mejoras de accesibilidad e implantación de
nuevas tecnologías” (sí, cada vez está más claro, ese exhibicionismo de preocupación por el medio ambiente es la nueva
gran coartada del capitalismo para sobrevivir destruyendo lo que acaba de crear:
véase esto). O sea, con el dinero de mis
impuestos van a pagar a un hotelero para que me suba el precio de la habitación
y, paralelamente, dedique parte de la suma recibida a hacer obras innecesarias
que me joderán la estancia en el hotelito y permitirán que algún diseñador deje
su impronta en el edificio en detrimento de la comodidad de futuros clientes. F-I) F-I) (I – 15/12, a
propósito, véase también el Manifiesto contra
el diseño inhumano – F-I)
(I-08/12 -
Algo que guarda relación con este último punto: según explica Carmen Alcaide
-presidenta del INE- en El País de ayer, el Gobierno de ZP es, dentro de la
Unión Europea, el que más pasa de centrar el plan de inversiones ad hoc en el
aumento de la competitividad. De los 11 000 millones de euros previstos, nada
menos 8000 millones se van a
destinar a “la realización de obras a
través de los ayuntamientos... obras no presupuestadas para 2009, sin
superar los cinco millones de euros, y los proyectos tienen que elaborarse,
presentarse antes del 20 de enero, licitarse e iniciar las obras antes del 13
de abril de 2009”.
(I-07/02/09, parece ser
que sólo UPyD, el partido de Rosa Díez, ha tenido el arrojo
necesario para oponerse a esa medida parche/demagógica: óigase esto) (F-I).
(I-14/02/09) Pero es que,
además, atención, según estamos viendo –léase esta magnífica carta al Director- al mismo
tiempo que entrega 8000 millones con una mano, con la otra retiene 33 000
millones, pues esa es la cifra que la Administración pública debe a las
empresas actualmente. Si con 8000 millones quieren crear 300 000 puestos de
trabajo –eso es lo que nos dicen- es fácil calcular que, proporcionalmente, la morosidad del Estado está poniendo en
peligro nada menos que 1 200 000 puestos de trabajo. Por favor, ya mismo,
¡propongamos para el Nobel de Economía a sebastián, (I-08/02/10 solbes,
salgadilla -FI) y zapatero! Por sus trabajos sobre “Cómo aumentar el
diferencial con el bono alemán
descojonándose de todos los españoles”. (FI).
O sea, vamos a asistir a una fiesta de
adjudicación improvisada, y probablemente nepotista como pocas, de obras
innecesarias para crear empleo. ¿Para qué? Es fácil deducirlo, para los
promotores/constructores por un lado, y para esos inmigrantes que no se sabe
dónde meter por el otro. La sociedad viviría más tranquila si se les diese
directamente el dinero a los inmigrantes para que se queden en casa y no nos
jodan abriendo y cerrando zanjas. Ese
dinero va a tener que salir inevitablemente en el futuro de los contribuyentes,
o sea que asistimos a una operación de trasvase de dinero de la clase media a
los empresarios por un lado y a los inmigrantes y amiguetes de los concejales
por otro. (¿Alguien se extraña de que con estos socialistas de mierda sigan
aumentando las desigualdades? Jugar a joder a la clase media es una operación
muy peligrosa, según demuesta la historia) Compárense los 8000 millones para
zanjas innecesarias con la birria de 1200 millones aprobada con gran alarde y
después de un “gran esfuerzo” para la ley de Dependencia.
(I-09/11/09) En
el gráfico que saca en este artículo The Economist esta semana se
compara el aumento reciente del paro por efecto de la crisis en distintos
países industrializados. Por supuesto, España está claramente en cabeza (se
escapa del gráfico, siempre batiendo récords). Me he dedicado a relacionar esos
datos con el aumento de la población experimentado por la mayoría de esos
países (los once para los que he encontrado datos) entre 2001 y 2009. El resultado es
que, en el conjunto de los países analizados, por cada 1% de aumento de la población (o sea, del porcentaje de
inmigrantes respecto a la población total, dada la baja fecundidad de la
población autóctona) en los últimos años, se ha producido un 9% más de paro
respecto a la situación anterior a la crisis. En Alemania, donde la
población incluso ha disminuido, el paro ha aumentado sólo un 7%, hasta el 8%
de la población activa. La estrecha correlación observada (0,8) demuestra que
el paro, más que un problema debido a “problemas estructurales del mercado
laboral” u otras tonterías de parecido calibre, es un problema mecánico. Sí, mecánico. Lo que pasa es
que aquí nadie se atreve a reconocerlo abiertamente, nadie quiere reconocer que
el 60% del paro actual (el 11,3% de paro creado por encima del 8% precrisis, lo
que arroja el 19,3% postcrisis que maneja The Economist), o sea, casi tres
millones de personas, eran a la postre totalmente prescindibles, pero van a
seguir aquí indefinidamente lastrando la economía española, bueno, a la
economía que le den, quiero decir, desangrando mediante el aumento de impuestos
inevitable a la clase media. (FI)
(I-08/02/10) Que esa
contribución de la inmigración a las cifras actuales de paro es un tema tabú
puede apreciarse por ejemplo en un artículo publicado ayer en El País,
“Recuperar la credibilidad”, en el que sus autores no sueltan que “Nuestro
crecimiento durante los últimos años tiene como origen el incremento de la población
activa como porcentaje de la población total”. Bonito circunloquio.(FI)
(I-22/05/09 – ZP ha
intentado deslumbrar hace poco al país proponiendo un nuevo modelo de crecimiento no basado
en el ladrillo. ¿Sabe este hombre de qué está hablando? ¿No es consciente del
dilema irresoluble que eso conlleva? La única forma de resolver el problema del
paro en este país, dado que hemos metido a dos millones de inmigrantes que no
están cualificados ni lo estarán para cualquier cosa que no sea servir una cerveza
o poner un ladrillo encima de otro, la única manera de crear empleo es volver a
darles un pico y una pala con cualquier pretexto. O sea, ZP, o sigues con un
20% de parados (+ los consiguientes problemas sociales) para intentar emular la
potencia tecnológica de Finlandia con el resto del personal, o este país
seguirá toda la vida encadenado al cemento de una forma u otra. En realidad, tu
estratagema de presentar la supresión de las desgravaciones por vivienda como
una valiente decisión política, cuando no es sino un balón de oxígeno para
reanimar la compraventa de pisos y relanzar su precio durante 2010, constituye,
hay que reconocerte el mérito, un ejercicio insuperable de cinismo. (FI) (I-08/08/09 – En
qué consiste el nuevo modelo de crecimiento de ZP es algo que pusimos averiguar
con ocasión de sus titubeos previos al desacierto de decidir cerrar Garoña más pronto que tarde: nuestro
Presidente propuso reciclar a los parados para trabajar en el nuevo Parador de
Turismo que se crearía en la zona. Del ladrillo al turismo, y del turismo al
ladrillo. España no aprenderá nunca, me da asco. (FI)
(I-14/02/09) A propósito
de la referencia que se hace cuatro líneas más arriba a las clases medias, parece que cuanto mayor es
proporcionalmente, más rápido es el crecimiento del país. Según se señala esta
semana en un artículo de The Economist, cuantitativamente ese efecto es de medio punto de PIB adicional por cada 10%
que aumente la clase media (por ejemplo, del 40% al 50% de la población
total), al menos en las economías emergentes
Mira por dónde, para unos socialistas que han abandonado la mayoría de
los valores de la izquierda, el conocimiento de esa influencia negativa de las
desigualdades en el crecimiento podría ser el único acicate eficaz. Por medio
punto de crecimiento, ¡qué no estarán dispuestos a
hacer? ¡Sí, puede que estén dispuestos no sólo a matar a su madre, sino incluso
a intentar subir un pelín los impuestos a los más ricos!(FI) (I-23/02/09 – Sin
embargo, parece que en los países industrializados tiende a ocurrir lo
contrario, véanse las explicaciones más abajo en el anexo sobre
econopsicofísica) (I-01/11/09 – En fin, Robert H. Frank cita un
estudio sobre 65 países industrializados realizado con datos del Banco Mundial
y la OCDE que muestra una relación inversa entre crecimiento y desigualdad, de
modo que intuyo que hay por ahí otra variable que está interfiriendo, probablemente
relacionada con el nivel de desarrollo del país o el periodo analizado (FI) (FI).
(I-07/11/09) Leía en El País de ayer que un 0,7% de la
población mundial gasta el 50% de la energía que arrebatamos a este pobre
planeta. Veamos, del mismo modo que se ha visto que existe una relación muy
estrecha entre el consumo de electricidad y el nivel del PIB (concretamente,
según se explica aquí, en los países desarrollados, por cada
0,44% de aumento de la energía, el PIB aumenta un 1%), cabe pensar que tiene
que haber una correlación entre la cantidad de energía gastada por un
determinado segmento social y su contribución (directa+indirecta) al PIB. Eso
supone, enlazando con la cifra dada al principio, que la mitad del trabajo que
hace la gente va a parar, nos guste o no, a un escaso 1% de la población. Y eso
significa también, atención, que si de
repente obligásemos a ese 1% de la población a vivir como la media o poco más,
el resto de la humanidad podríamos reducir alegremente nuestro tiempo de
trabajo a la mitad, consumiendo la mitad de energía. Difícil de asimilar, no?,
pero parece de cajón matemáticamente. Evidentemente, esa desigualdad extrema se
refiere al conjunto de la población mundial. Pero si centrásemos el análisis en
los países industrializados es posible que quienes no hemos tenido la suerte de
pertenecer a ese 1% pudiésemos reducir fácilmente nuestra semana de trabajo a
tres o cuatro días sin merma perceptible del bienestar general.
[A propósito,
según datos de esta página, el consumo de energía de los
españolitos ha caído un 7,5% respecto al valor máximo alcanzado en 2005. Si
damos por buena la relación cuantitativa entre consumo de energía y PIB (0,44),
la caída del PIB debería de ser del orden del 17%. En realidad, la caída ha
sido del 8%, pues antes de la crisis crecíamos a ritmo de un +4%, y ahora el
PIB cae un 4% anual. Mi interpretación es que todo el dinero inyectado en la
economía ha permitido reducir a sólo un 4% una caída del PIB que si se hubiera
abandonado a su evolución natural habría tenido que llegar a ser del 13%. Es
posible, dicho de otra forma, que los datos sobre el consumo de energía nos
estén indicando claramente lo que las cifras oficiales no quieren decirnos,
permitiéndonos acceder al contrafactual de “¿Qué hubiese ocurrido si el
Gobierno no hubiese intervenido en la economía?”. La verdad, me gustaría que
algún economista me señalase dónde puede estar el equívoco en todo este
razonamiento. En cualquier caso, ya es casualidad, una vez más, que la
diferencia entre el 13% del contrafactual y el 4% real coincida misteriosamente
con el 10% del PIB que hemos acumulado como déficit público.]
Este breve análisis trastoca la
perspectiva habitual de los discursos sobre el aumento de las
desigualdades. Se nos intenta convencer
de que la riqueza creciente de los plutócratas es un mal menor que acaba
impulsando hacia arriba la pobreza de los de abajo, haciéndolos algo más ricos,
y que si no es así es porque falla algún mecanismo de ese elástico imaginario
obligado a acortarse por abajo por efecto de la tensión impuesta desde el otro
extremo por una clase empresarial tan dinámica como valiente. Pero parece que
no, parece que, en lugar de la engañosa analogía del elástico, habría que
retomar la clásica imagen del bombeo sudoroso de riqueza hacia arriba por unos
desgraciados que siguen siempre al mismo nivel. No habría estiramiento ni
tensión ninguna sino, en todo caso, una creciente
inestabilidad de la riqueza acumulada por arriba, por efecto de su propia masa.
Sería el efecto “pirámide invertida”. La
disminución de la entropía de la riqueza la haría cada vez más inestable, y el
resultado serían crisis de derrumbamiento de esa riqueza concentrada. El
resultado de las crisis sería ese descenso del extremo superior, hipertrofiado,
de la distribución vertical de la riqueza, recuperándose así una entropía más
llevadera. El resultado, por supuesto, será también una reducción de las
necesidades de bombeo... un aumento del paro.
Esta interpretación
mecanicista/termodinámica del paro se vería avalada por el dato –véanse las
explicaciones más abajo- de que la semana laboral de cinco días nació en
Estados Unidos en 1933 como medida paliativa de un desempleo enquistado, y
habría que recordar también que la verdadera “recuperación” no empezó hasta la
II Guerra Mundial. Desde que estalló la riqueza acumulada en 1929, necesitaron
cuatro años para reconocer que las necesidades de bombeo habían disminuido
considerablemente. Según puede apreciarse perfectamente en los gráficos que
aparecen en esta página, durante la Gran Depresión el
paro fue aumentando paulatinamente desde un 3% hasta el 25% al que llegó en
1933. Parece demasiada casualidad que justamente ese año se aprobara la
reducción de la semana de trabajo, y que justamente ese año el paro empezara a
disminuir desde esa cota máxima hasta el 14% al que llegó en 1937. Es curioso,
en 1938 volvió a aumentar considerablemente, y al año siguiente comenzó la II
Guerra Mundial.
Pues bien, en esta crisis estamos viendo
ya que lo que más se resiste a despegar es el empleo. No puede descartarse que
dentro de uno o dos años, cuando a los políticos se les empiece a caer la cara
de vergüenza tras haber repetido eso de “vislumbramos una recuperación del
empleo para el próximo trimestre” durante diez trimestres, vuelva a cobrar
fuerza la idea de repartir de algún modo el trabajo. Por lo pronto, ya se empiezan a oír voces que
propugnan desde el Gobierno una
reactivación de los contratos a tiempo parcial (véanse aquí algunos datos sobre la situación en
España en ese sentido). Abunda también en esto el hecho de que las perspectivas
de crecimiento de las economías europeas para 2010 y 2011, aún siendo
positivas, son anémicas, y sin crecimiento, tal como funciona esta economía, no
habrá corrección de las cifras del paro. (FI)
O sea, volviendo al tema de varias páginas
atrás, ciudadano medio de a pie, que tienes la desgracia de no ser ni chorizo
ladrillero ni inmigrante: el próximo año, cuando te veas obligado a saltar por
encima de zanjas entre el ruido ensordecedor de las taladradoras y excavadoras
para acudir a reemplazar por unas horas a la persona que cuida a tu madre con
Alzheimer, recuerda que esos que te están amargando la vida lo están haciendo
con el dinero que podría haber ido a parar a una residencia en la que la
atendiesen dignamente. Pero, claro, esa alternativa exige algo más que actuar a
golpe de talonario, exige tener unos criterios claros para distribuir riqueza,
exige planificación, exige una formación de los trabajadores que el Gobierno no
está dispuesto a financiar... pero, sobre todo, exige un cociente intelectual
algo más alto que el que ostentan elementos como zp, rajoy, delavega, aguirre,
pepiño blanco, caldera, chacón, aído y muchos y
muchas otros y otras integrantes e integrantas de nuestra flamante clase
política).
(I-01-11-09)
Pero, en relación con esto último, hay otro factor del que probablemente se
prefiere no hablar. Me refiero al distinto perfil de los trabajadores que
requieren las diversas opciones a elegir como “nueva economía” para salir de la
crisis. Si te encuentras de repente con un montón de inmigrantes masculinos,
brutotes acostumbrados a tratar con hormigoneras y taladradoras como máximo
logro profesional, difícilmente podrás reciclarlos e inyectar en ellos la
empatía estrogénica necesaria para limpiar culos de viejos nonagenarios. Sí,
así de crudo, lo siento, pero ese es el tipo de trabajo socialmente necesario
que nadie quiere hacer, menos aún tantos españolitos y españolitas a los que se
les caen los anillos. Los familiares han amortiguado hasta ahora esa situación,
pero la nueva generación de viejos que se nos viene encima tiene muy pocos
hijos, y no todo el mundo tiene el dinero suficiente para contratar a una
latinoamericana. (Uf, perdón por este planteamiento machista/racista, pero no
creo que los curtidos varones rumanos que por aquí pululan estén por la
labor.).
Además, la asistencia a los ancianos
requiere por lo general, a partir de un cierto nivel de deterioro de su situación, un escenario
especializado, residencias bien preparadas y organizadas, y eso es algo que no
se improvisa de la noche a la mañana como vía keynesiana a la reactivación
económica. En cambio, cargarse una acera y reponerla con material de la empresa
de tu primo o construir una rotonda donde no hacía maldita falta es algo que
puede planificarse en unos minutos. Y picos y palas hay ya a montones. (FI)
Que el dinero que el Gobierno está
soltando alegremente está yendo a parar a quienes menos lo necesitan es algo
que ya han puesto de relieve algunos de los datos económicos más recientes,
según señalaba hace dos semanas en El País (véase aquí el artículo) Ángel Laborda:
“Hay mucha riqueza informativa en la contabilidad nacional
trimestral. Una de las más significativas en estos momentos es la evolución de
los márgenes empresariales por unidad producida, que están registrando un
fuerte repunte... a pesar de que los
costes laborales aumentan más que el deflactor del PIB. La explicación es que
el tercero de los componentes de dicho deflactor, los impuestos netos sobre los
productos, cae a tasas del 20%. Si esto es así, las empresas están recibiendo una enorme ayuda (no sé si toda
voluntaria) del fisco”. F-I)
(I-09/03/09) – Y ahora la relatora de la ONU por el
derecho a la vivienda acaba de soltarle a ZP un nuevo varapalo, señalándole que las supuestas ayudas a los inquilinos se
convierten en realidad en ayudas a los propietarios. Otra muestra de socialismo
real: suma y sigue (FI)
(I-16/03/09) – En El País de ayer, Josep Pijoan-Mas nos traduce esa idea en cifras y destroza la falacia
demagógica de que hay que ayudar a los hipotecados:
“Los hogares hipotecados han experimentado enormes ganancias de capital
y se han beneficiado por tanto del boom inmobiliario. Y más importante aún, los
hogares que se han hipotecado para comprar una vivienda no son pobres. Al
menos, no tan pobres como los hogares que no han comprado una vivienda y viven
en régimen de alquiler. Así, la Encuesta Financiera de las Familias de 2005 que
organiza el Banco de España muestra que entre el 20% de los hogares españoles
más pobres, sólo el 6% están pagando una hipoteca por adquisición de su
vivienda principal, mientras que dicho porcentaje es aproximadamente de un 33%
entre el 20% de los hogares más ricos... Sumando el valor de todos los activos
y restando el valor de todas las deudas, los hogares propietarios de su
vivienda principal poseen, de media, una riqueza neta valorada en 307.600 euros,
mientras que el resto de los hogares poseen una riqueza neta valorada en
36.600.” (FI)
(I-08/02/09
– respecto a la inutilidad de las obras públicas:
precisamente, en un artículo
reciente del New York Times se explica que entre los economistas japoneses está
afianzada la idea de que las ingentes cantidades dinero destinadas en ese país
a autopistas, puentes y carreteras a ninguna parte para salir de la crisis a
comienzos de los noventa han tenido un efecto muy limitado en el crecimiento.
Faltos de espacio, los japoneses se han dejado comer lo poco que quedaba libre
de sus islas por el asfalto. Se cita el caso de un puente de 70 millones de
dólares construido hasta una pequeña isla casi deshabitada ya conectada por un
puente más corto. Lo más importante es que, con el apoyo de cifras, se concluye
que esa opción del cemento puede funcionar quizá en los países tercermundistas,
que al fin y al cabo tienen necesidad de infraestructuras, pero es
absolutamente redundante en los países industrializados, en los que, en cambio,
la inversión en servicios terciarios públicos es más eficaz a largo plazo,
sobre todo en una coyuntura de envejecimiento de la población (educación, ayuda
a ancianos). Pero esos son justamente los sectores que está ignorando
olímpicamente el Gobierno.
En
Japón ocurre además otra cosa muy interesante, y es que nada menos que el 60% de los
hogares han sido construidos con posterioridad a 1980. La gente, cuando compra
una casa, esté como esté, la derriba para construirse otra. El fenómeno se
atribuye a razones culturales, a cierta aversión de unos japoneses obsesionados
por la limpieza a las cosas de segunda mano, pero no me extrañaría que la
legislación u otros mecanismos propiciasen directa o indirectamente ese
despilfarro para reducir el desempleo. ¡Cuidado, en cuanto se entere, ZP es
capaz de proponer que hagamos lo mismo para absorber a los inmigrantes en paro!
(Bueno, en realidad muchas obras públicas consisten ya en eso).(FI)
(I-01/11/09)
Transcurridos nueve meses desde esa última inserción, el atrevimiento de ZP ha
superado todo lo imaginable: aún no nos obliga a destruir casas para volverlas
a construir, pero ya hemos visto que sí es capaz de dedicar 8000 millones en
2009 + 5000 millones en 2010 a destruir y reconstruir aceras. Pero con ser esto
grave, el límite de lo delirante lo ha alcanzado con su reciente decisión de
seguir subvencionando el uso innecesario de carbón para obtener energía. Presionado por los mineros de su
entrañable León, por los sindicatos de la minería, como es incapaz de decir que
no, les ha prometido no sólo que se prolongarán las ayudas al carbón conforme a
lo previsto, sino incluso que luchará desde su inminente presidencia de la UE
para evitar que tales ayudas desaparezcan.
Resulta,
según se comenta en esta noticia, que como consecuencia de la caída de la demanda que ha
provocado esta crisis, hay un montón de carbón acumulado. Para darle salida,
según las estimaciones realizadas, ZP va a subvencionar su uso con 2000
millones de euros a lo largo de los próximos tres años. O sea, no se encuentran
mil millones para aplicar bien la Ley de Dependencia, pero sí hay al parecer
2000 millones para inyectar en la atmósfera no sé cuántas toneladas de CO2
dejando en la estacada a las energías limpias, a las que además se deberá
compensar por infrautilizar su capacidad de producción de energía.
Rocambolesco! Según un experto al que se cita en el artículo: “no veo por qué hay que quemar el carbón.
Sería mejor hacer como en la agricultura, pagar a los mineros para que no hagan
nada o para que mantengan la mina abierta pero sin extraer carbón, o para que
lo almacenemos o lo exportemos. Pero ¿pagarles y luego quemarlo aumentando las
emisiones y compensando a tecnologías más limpias que no entran en
funcionamiento?”
Además, se diría que a ZP no le basta con figurar en el primer
puesto de guarros en el ranking de países contaminantes: como muy bien ilustra
este gráfico de The Economist, somos los más cerdos, con diferencia,
de todos los países industrializados. No es que no haya precedentes de
mecanismos similares para “relanzar la economía”. Vamos a ver, hablando de
cerdos, ya en 1933, en plena Gran Depresión, Roosevelt permitió que se
sacrificaran 6 millones de cerdos para subir artificialmente el precio de la
carne y evitar que cundiera aún más el descontento entre los ganaderos. Más
cerca en el tiempo, sin necesidad de crisis, tenemos las ayudas milmillonarias
a los agricultores franceses. La PAC cuesta 46 000 millones de dólares al año,
la mitad del presupuesto de la UE. Es cierto. La pequeña diferencia, sin
embargo, es que antes de tomar esas decisiones ni Roosevelt ni la UE se habían
dedicado a subvencionar con miles de millones ninguna otra medida destinada a
acabar con la industria agropecuaria.
Los vaivenes decisionales de ZP pasarán a la historia.
Ahora
bien, la estrategia de gastar dinero en
provocar algún tipo de escasez artificialmente para creernos todos más ricos, porque
de eso se trata en todos esos casos, es muy peligrosa. Roosevelt la tomó con
los cerdos en 1933, pero no sirvió de nada.
Siguieron otras medidas similares. La cosa no se solucionó hasta que,
años después, de forma “natural”, el estallido de la II Guerra Mundial provocó
la gran escasez, esta vez de armamento, que de verdad sacó a Estados Unidos de
la depresión. Al mismo tiempo, la guerra provocó una escasez de carne humana
que alivió las colas del paro. Es
posible que esta vez la solución deba llegar también de una combinación de esos
dos tipos de escasez, una de algún recurso físico, y otra en forma de
disminución súbita de carne humana. En cualquier caso, parece evidente que
los políticos están dando palos de ciego a ver qué tipo de penuria resulta más
rentable para “crear riqueza”. ¡Dios, cómo hemos
podido llegar hasta aquí?
Las
teorías conspiranoicas que por ahí circulan sobre la fabricación deliberada del
H1N1 porcino como arma fallida para cargarse a cientos de millones de personas
vendrían a ser la manifestación de un cierto deseo colectivo de que mueran
muchos de nuestros semejantes para hacernos la vida algo más llevadera a los
supervivientes. ¡Un poco de desahogo, por favor, que estamos hartos de ruidos,
suciedad, coches, pisos cada vez más pequeños, inmigrantes innecesarios, falta
de tiempo, falta... de sentido en todo este estúpido modo de vida!
En realidad, es la receta de
moda. ¿Quieres crecimiento? Pues crea
escasez. Del tipo que sea. Un caso es por ejemplo Ginebra, una ciudad en la
que se vivía muy tranquilamente, pero hace unos diez años se empezó a conceder
ventajas fiscales a las empresas que se instalaran en ella. Como consecuencia
de ello se ha producido una avalancha de empleados de cuello blanco (empezando
por 3000 individuos de Procter & Gamble, para una ciudad de medio millón de
habitantes). El resultado es una falta aguda de viviendas para la gente: sólo
un 0,1% de los pisos están vacíos, en comparación con el 10% de la vecina Lyon,
una ciudad francamente agradable, en la que se respira espacio por todas
partes. Evidentemente, la gente que sigue viviendo en Ginebra tiene que pagar
mucho más por lo que tiene (a eso se le llama riqueza), tiene que pagar mucho
más para hacer lo mismo que hacía antes (al tenerse que ir a las afueras, en
gasolina, en tiempo de transporte, buscando canguros que antes no necesitaba
para los hijos debido a ese menor tiempo diaponible, etc). Esa necesidad de
ampliar los servicios como consecuencia
de la mayor complejidad de la vida cotidiana ha tenido un efecto llamada. Más
gente aún de los alrededores, para satisfacción de los propietarios de pisos
que ven subir astronómicamente el precio de los pisos y los alquileres, y
necesitan nuevos tipos de sirvientes para gastarse ese dinero extra, que viene
a engrosar el PIB de la ciudad: Ginebra es ahora más “rica”.
Es la gran paradoja del
capitalismo avanzado: sólo puede mantenerse a flote recreando la escasez que en
su momento contribuyó a corregir. Aunque se trate de otro tipo de escasez.
Cuando hay algún avance tecnológico sustantivo, todo va bien, pero en periodos
de sequía hay que dinamitar lo existente para volver a empezar. ¿Qué sería en
estos momentos de la economía estadounidense sin las grandes inyecciones de
dinero y sin Irak-Afganistán? (FI)
Como señala Tim Jackson en “New Scientist”, los políticos
“nos bombardean con anuncios que nos invitan a aislar térmicamente nuestras
viviendas, bajar el termostato, conducir menos, caminar más. El único consejo que nunca aparecerá en la
lista de recomendaciones de los Gobiernos es ‘compra menos cosas’. Comprar una televisión de bajo consumo de
energía es algo digno de aplauso, pero no comprar ninguna es un delito contra
la sociedad”.
(I-22/05/09 – A algunos analistas se les ve el plumero de la adoración al Dios-Consumo. Javier
Vidal Folch ha llegado a defender las ayudas a la compra de automóviles con las
siguientes palabras (El País, 14/05):
“[es] algo que de entrada repugna, porque supone una
transferencia de (todos) los contribuyentes a (algunos) consumidores. Si se
mira individualmente. Si se intenta una visión global, no serían ayudas a los
consumidores, sino al consumo,
impulso a la demanda agregada, gasolina para la recuperación, benéfica para
todos.”
Se suma así a todos cuantos
anteponen la buena salud de las ideas con mayúsculas al buen vivir de la gente.
Crecimiento, Lengua, Patria, Consumo, Empleo. Nadie me ha presentado nunca a
esos señores. No sé por qué tengo yo, como contribuyente, que pagar ni un solo
euro para que esos conceptos sobrevivan como moneda de cambio legítima entre
políticos gilipollas, o, lo que es peor, entre ciudadanos gilipollas que
padecen las consecuencias. Sí, Vidal-Folch, esa idea repugna, de entrada y de
salida. (FI).
Abordemos
ahora otro punto interesante. Cualquier propuesta de reducción del crecimiento
está irremediablemente condenada a responder a la objeción de que todo intento de llevarla a la práctica provocará un
aumento importante del desempleo.
Pues bien, es posible responder de forma satisfactoria a esa objeción.
Admitamos que habrá, por ejemplo, un aumento del desempleo del 10% (del 5% al
15%). Ahora bien, como ya se ha dicho, ese 10% corresponderá la mayoría de las
veces a actividades de simples parásitos, de sisificadores. En ese sentido, la sociedad no
sufrirá una pérdida neta de bienestar. Sí de PIB, pero ya hemos visto que el
PIB no tiene nada que ver con el bienestar. Por ejemplo, muchos empleados de
banca se quedarán – se están quedando- sin trabajo. El fitness de la esquina
cerrará, pero el local será aprovechado para otras actividades más útiles
(crisis obliga) o sencillamente se quedará vacío, empujando a la baja los
alquileres de locales en la zona. Ese y otros casos similares se traducirán en
una disminución de los precios. La gente tendrá menos dinero, pero las cosas
costarán menos.
(I-7/02/09)
– Como ha escrito Tim Harford en Slate: “Ganamos –aproximadamente- el doble [en términos reales] de lo que ganaban
nuestros padres a nuestra edad. Cuando los adolescentes de hoy alcancen la
cuarentena, nada debería impedirles disfrutar de su mayor prosperidad
trabajando menos en lugar de ganando más. Más que ser dos veces más ricos que
sus padres, podrían optar por no ser más ricos pero empezar el fin de semana el miércoles por la tarde. Si esto
ocurriese gradualmente, no se llegaría a una situación de desempleo masivo.
Simplemente, la gente ganaría menos, gastaría menos, vestiría más prendas de
segunda mano, y pasaría más tiempo leyendo [viendo la tele], paseando… Seguimos
trabajando arduamente porque lo que buscamos con nuestros ingresos es ante todo
mantener nuestro estatus.” No
está de más recordar aquí que la semana de cinco días laborables es un invento
de los años treinta, como medida con la que se ocultó lo que verdaderamente se
estaba haciendo para reducir el alto desempleo de aquellos años de crisis: repartir el trabajo: “Lo que finalmente consolidó el fin de semana de dos días no fue ningún
tipo de altruismo, activismo o, paradójicamente, prosperidad; fue la Gran
Depresión del 29. [...] Aunque tanto los empleadores como la Administración de
Roosevelt se oponían a la semana de 30 horas que proponían los sindicatos como
medida de reparto del trabajo, el Congreso aprobó finalmente una ley en ese
sentido en 1933. La ley se benefició de un periodo de prueba de dos años, pero
la National Industrial Recovery Act la descafeinó, pese a lo cual la presión a
favor de algún tipo de reparto de trabajo se mantuvo. Muchas empresas redujeron
la jornada de trabajo, o el número de días laborables de seis a cinco”
(Extraído de Waiting for the Weekend,
de Witold Rybczynski, Penguin Books,
1991, pags. 143 y 213). (FI) [Ya
tenemos aquí la receta
anticrisis nº 6 : trabajar menos y consumir menos]
(I-09/03/09) En relación con el desempleo, creo que
hay un gran tabú que hay que romper. Me refiero a la necesidad de trabajar como
requisito para cobrar algo de dinero. Todo el mundo reconoce que, en lo que a
la salud se refiere, la cobertura universal supuso un gran avance en los países
desarrollados, un avance que todo el mundo da hoy día por descontado. Cualquier
persona enferma tiene derecho en la mayoría de esos países a asistencia
sanitaria gratuita o casi, trabaje o no trabaje. Del mismo modo, el derecho a
una renta mínima (como por ejemplo la renta básica de ciudadanía que propone Daniel Raventós) no debería
condicionarse al desempeño de un trabajo. La principal crítica a esta propuesta
es que ello fomentaría el parasitismo. Ahora bien, es fácil rebatir eso si
recordamos que entre quienes tienen un trabajo formal remunerado el porcentaje de
parásitos –bien por cobrar sueldos desorbitados, con bonus de todo tipo, o bien por realizar trabajos que nos hacen la
vida imposible a los demás- es mucho mayor que el porcentaje de parados en cualquier
momento. Además, muy probablemente la suma de los sueldos de todos esos
parásitos socialmente admitidos es mucho mayor que la necesaria para extender
el seguro de desempleo de forma indefinida para todos los parados que no lo
estén percibiendo ya. (I-10/05/09 – Parece que ZP acaba de tomar
una decisión en ese sentido, aunque se trata de hecho de un
sucedáneo, un parche para mitigar el acuciantísimo problema que supone el paro
en estos momentos en España; el propio PSOE rechazó en octubre de 2007 la
medida por considerarla inflacionista. Ahora, sin embago, su prioridad
semireconocida es ganarse a la izquierda para tener algún apoyo, y su prioridad
no reconocida, que no se note mucho que ha metido en el país a unos dos
millones de inmigrantes de más en los últimos años. De todas formas, si eso
sirve para generalizar de forma irreversible la idea de que hay un mínimo de
ingresos que no debe condicionase al desempeño de un trabajo, y menos de un
trabajo innecesario, habremos de admitir que ZP ha acertado. Ha acertado no guiado
por ningún tipo de lógica o convicción, sino, como siempre hace, para
mantenerse en el poder. (FI) (I-11/05/09 – Joaquín Estefanía nos recuerda hoy en
El País que esta renta mínima que propone ZP no equivale a la renta básica de
ciudadanía “unos emolumentos que se conceden a todos los ciudadanos por el mero
hecho de serlo, no para serlo”. Pero añade “Aparte de las dificultades de
financiación, los expertos del Gobierno indican que si en estos momentos se
aprobase una renta básica universalizada, volverían a generalizarse los flujos
de inmigración que se han contenido por la profundidad de la crisis”. Atención:
el Gobierno está admitiendo que hay algo deseable para los españoles que no se
puede poner en práctica para no discriminar a los inmigrantes. No lo entiendo,
si hay algo positivo (y plenamente coherente con una mentalidad de izquierdas)
para los ciudadanos, ¿no es preferible que se
beneficie al menos una parte (90% de autóctonos) a que no se beneficie nadie.
Esto se llama igualar por lo bajo, una de las especialidades de la izquierda
real. (FI)
Los
grandes proyectos de obras públicas y ayuda a industrias enfermas que están
lanzando los Gobiernos para salir de la crisis son una forma de chantaje a los trabajadores precarios y los
parados. No os preocupéis, vienen a decirles, os vamos a dar dinero, pero a
cambio tenéis que hacer trabajos que no hacen maldita falta, pero que os harán
sufrir y, por ende, os darán derecho a percibir el subsidio de desempleo en
forma de salario. Además, piensan para sí nuestros Gobiernos crecimientistas,
de ese modo el dinero que invirtamos tendrá un efecto multiplicador mayor que
los cheques miserables que les dimos para que nos votaran. Al fin y al cabo,
les damos empleo para aumentar el PIB, no para que vivan mejor.
Evidentemente,
propuestas como la renta básica y el reparto del trabajo no son incompatibles.
Es más, podría concebirse quizá, para determinadas ocupaciones, una combinación
de esas dos ideas. Un sistema similar al de las cuotas de emisión de CO2,
por ejemplo. De ese modo, una persona con contrato fijo pero asqueada de su
trabajo podría vender temporalmente una cuota de su empleo+sueldo a un parado
debidamente cualificado que percibiera la renta básica, a cambio de percibir él
durante un tiempo esa renta básica. De ese modo podría disfrutar de un año
sabático cobrando, pongamos, un 30% de su sueldo habitual.
Un
problema de fondo que nadie plantea es que el instinto que lleva a los parados
a buscar y aceptar cualquier trabajo nace en buena parte del aburrimiento. Una consigna básica para
cualquier Gobierno crecimientista –adopto por un momento un punto de vista algo
conspiranoico para mejor expresar las ideas- sería ésta: embrutece a la gente
cuanto puedas, de modo que necesiten trabajar para no aburrirse. De ese modo,
no se limitarán a trabajar para satisfacer sus necesidades, cosa altamente
perturbadora porque el PIB alcanzaría enseguida un techo. Al contrario, aun con
sus necesidades presentes y futuras más que cubiertas, la gente seguirá
buscando trabajo como sea, es decir, presionando a la baja los salarios, y eso
permitirá mejorar la productividad a lo bruto, vía carne laboral, ya que somos
incapaces de mejorarla de ninguna otra forma.
En
otro lugar propuse hace tiempo gravar las rentas del trabajo en función de la
necesidad objetiva de desempeñar cada trabajo. En aquellos casos en que, por
ejemplo, una mujer tuviese un empleo bien remunerado aun con un marido millonario, sólo para “no
aburrirse en casa”, cosa que en la mayoría de los casos podrá determinarse a la
vista de la naturaleza del trabajo realizado, se podría proceder a aplicarle un
IRPF especial, a ella o a su marido, y el dinero así recaudado podría
destinarse a sufragar la renta básica de ciudadanía.
En
definitiva, tanto la utilidad social de los empleos como la necesidad personal
objetiva de desempeñarlos deberían ser criterios a tener en cuenta para aplicar
nuevas formas de impuestos con los que pagar subsidios de desempleo, rentas
básicas o similares. Cabría hablar así de un “reparto progresivo del (no)trabajo”, por oposición al reparto regresivo que supondría
la simple jornada de 35 horas con recorte proporcional de los sueldos (porque
eso es lo que procedería hacer en tal caso; la opción de trabajar menos
cobrando el 100% ya quedó suficiente y justificadamente desprestigiada en
Francia)(FI).
Ya
hemos visto, pues, de qué manera podríamos liberarnos de muchos parásitos sin
que ello suponga necesariamente la aparición de un ejército de desempleados famélicos
dispuestos a montar una revuelta social. Ahora bien, con independencia de lo
mejor o peor que se reparta el trabajo, es cierto que el Estado, sobre todo en
momentos de crisis, debería intentar también estimular las actividades más
útiles para la sociedad. Nos planteábamos más arriba una situación hipotética
en la que el Estado había cerrado considerablemente el grifo del crédito. Las hoy tan alabadas políticas keynesianas están tan
orientadas al crecimiento por el crecimiento, a un estímulo indiscriminado de
la demanda, como puedan estarlo las políticas neoliberales. Justifican, como
estamos viendo, las ayudas a un sector del automóvil mimado, a unos promotores
inmobiliarios acostumbrados al pelotazo ininterrumpido, etc. Ahora bien, el Gobierno ilustrado de nuestro escenario
hipotético no está obsesionado con
el crecimiento; lo que realmente le preocupa es el bienestar de la gente. El
Estado debe intervenir, pero no tanto cuantitativa como cualitativamente. Su
papel ha de consistir en reorientar la
actividad productiva hacia actividades más útiles para la sociedad, y a
aumentar la productividad en esos sectores. Nadie en su sano juicio puede
sostener hoy que en España necesitamos más todoterrenos y más apartamentos.
Hemos hablado de la insuficientemente financiada Ley de Dependencia. Mejor
orientar los fondos hacia ahí, por ejemplo. Pero la objeción previsible es: ¿con qué dinero? Pues bien, la respuesta
fácil es: con el mismo que les ibas a dar a todos esos chorizos. Pero es más
interesante escoger la respuesta difícil: el dinero necesario se recaudará
básicamente mediante un sistema robusto de impuestos
sobre el consumo de carácter progresivo.
Como
medida complementaria de la restricción del crédito, parece lógico adoptar una
política fiscal que grave más de lo que lo hace ahora el consumo,
fundamentalmente en su modalidad ostentatoria. En su libro
“Luxury fever”, Robert H. Frank
explica con cierto detalle cómo un impuesto que grave preferentemente el
consumo de los más ricos (por oposición al IVA, que tiene efectos regresivos)
presenta varias ventajas:
- desvía recursos de los
trabajos destinados a satisfacer los gustos superfluos de los ricos hacia otros
menesteres (menos parásitos, decíamos, y de este modo, también, menos gente
trabajando para los parásitos, o sea, menos parásitos secundarios).
- reduce las desigualdades, por
razones obvias. No es que haya que reducir las desigualdades como factor
negativo en sí mismo, quiero decir que no es necesario adoptar aquí una
perspectiva moral. Basta con adoptar una perspectiva hedonista, o benthamiana,
de felicidad para el mayor número, porque reducir las desigualdades aumenta la
felicidad global (prueba matemática: la representación gráfica de la felicidad
declarada versus los ingresos muestra un proceso de saturación: quitar X a los
más ricos les quita un 1% de felicidad, y repartiéndolo entre los más pobres
aumentaremos un 10% su felicidad; prueba práctica: los países nórdicos, donde
tan deprimente se supone que es el ambiente, figuran en los primeros puestos en
la clasificación de felicidad: son también los más igualitarios)
- como consecuencia de lo
anterior: mejorará la salud de la población (menos gasto sanitario). Esto
también está demostrado: el rico se verá obligado a ostentar menos, y el menos rico
no se estresará tanto para emularle, de modo que su riesgo de infarto
disminuirá.
- una mejor distribución del
talento y las aptitudes profesionales. Rober Frank, autor de “The winner takes
it all” (El ganador se lo lleva todo), no podía dejar de resaltar este punto:
resumiendo, al reducirse los incentivos para llegar a ser el que más gaste y
ostente, muchos individuos que hubiesen desplegado esfuerzos inútiles para ser
ese único/máximo ganador se resignarán a buscar trabajos para los que probablemente
estarán mejor preparados. De ese modo ellos pierden menos tiempo y recursos, y
la sociedad sale ganando gente mejor preparada para las profesiones finalmente
desempeñadas. Menos brokers, más ingenieros, por ejemplo.
- lógicamente, si se penaliza el
consumo, habrá que despenalizar fiscalmente el ahorro. La ventaja añadida de
esto es que se reducirá la evasión de impuestos, lo que deja sin uno de sus
principales argumentos a quienes se oponen a los aumentos de impuestos. Esto me
lleva a añadir también, aunque no lo diga Robert Frank, que una buena fuente de impuestos no eludibles
son los que pueden percibirse por las segundas y terceras residencias. Las casas no pueden salir volando. Ha
ahí otra medida disuasiva que podría contribuir a abaratar los pisos y que ni
al PP ni al PSOE les da la gana de aplicar. [Véase Receta
anticrisis nº 7].
Es
cierto que todo esto implica que el Estado meta sus narices en un asunto algo
subjetivo como es el de la “utilidad” de las actividades humanas. ¿Pero no
estamos acaso acostumbrados ya a que meta las narices en muchas otras cosas: la
velocidad en carretera, si fumo o no fumo, si tengo o no derecho a cierta ayuda
en función de mis ingresos? Y si el Estado tiene la facultad de decidir si este
o aquel producto merecen un IVA mayor porque son de
lujo, ¿por qué no habría de poder hacer lo mismo con las profesiones? Puede que
la idea de un impuesto sobre el valor sustraído no sea tan descabellada.
(I-08/08/09) – Las ideas de
Robert Frank acaban de recibir un nada desdeñable respaldo por parte de Geoffrey Miller, profesor de psicología
evolucionista que nos sorprendió hace años con su The Mating Mind. En ese
libro nos descubría que detrás de no pocos inventos y manifestaciones
artísticas de la humanidad no hay otra cosa que un intento por parte del macho
de deslumbrar a las hembras. En su reciente libro Spent!, Miller extrapola
esa idea haciéndola converger con las reflexiones de Veblen en su Teoría de la
clase ociosa: queremos deslumbrar no sólo al otro sexo, sino a todo el mundo,
pasándoles por las narices cuantos más signos podamos tanto de nuestro estatus
como, atención, de nuestra individualidad.
Y para ello nada mejor que lanzarse a consumir productos que nos retraten ante
los demás, ya sea como ecolós, como personas serias, como personas
desinhibidas, como “artistas”. Ese deseo irrefrenable de ostentar signos de
identidad encuentra el complemento perfecto en la obsesión de los Gobiernos y
los ciudadanos por “seguir creciendo”. La obsesión por el crecimiento unida a
la obsesión por la identidad dan lugar a un consumismo desbocado, que es causa de muchas externalidades: en muchos casos acabamos trasladando el coste real
de nuestro consumo a otras personas que se conforman con menos. Lo ocurrido con
las ayudas a la industria del automóvil es un ejemplo clarísmo de esto: yo, que
no tengo coche ni quiero tenerlo, estoy pagando de mi bolsillo las subvenciones
de que se benefician muchas personas que cambian de coche sólo para mantener o
mejorar su estatus. Esa persecución de estatus, además, es un deseo imposible
de saciar porque, como todo el mundo hace lo mismo, en términos relativos nadie
se mueve.
Se
entenderá, dicho esto último, que Miller no se oponga al consumismo por razones
morales sino por razones prácticas que cualquier persona un poco crítica, sea
cual sea su ideología, suscribirá. Ahora bien, el autor es consciente de que ese
comportamiento compulsivo no puede combatirse a golpe de leyes, pues
inmediatamente nos cargaríamos las fuerzas del mercado y buena parte de la
innovación tecnológica, amén de repetir los errores del socialismo real. El
autor, a diferencia de los buenistas, no niega la naturaleza humana, cuenta con
ella, y sólo aspira, entre otras cosas, a que el Estado manipule la máquina
social de forma inteligente accionando el botón de los impuestos para que el
instinto de ostentar, que siempre seguirá ahí, se exprese de manera menos
gravosa para sociedad. Los buenistas recurren a leyes y decretos, pero temen
manejar el botón de los impuestos para no “quedar mal con los(sus)
votantes”, pero a un Gobierno con principios no le temblaría el pulso para
utilizar esa arma.
¿Que
tipo de impuestos? Ça va de soi, los impuestos
sobre el consumo. Los impuestos sobre los ingresos son una aberración, pues
penalizan la creación de riqueza, mientras que los impuestos sobre el consumo
penalizan que se sustraiga riqueza de la sociedad; ¿más lógico, no? La
resistencia de los Gobiernos a aplicar impuestos sobre el consumo demuestra que
su prioridad es dar salida a lo que se produzca, no gestionar bien lo ya
producido para que dure el máximo tiempo posible, para que beneficie al máximo
número de personas posible (mercados de segunda mano, trueques... ésa es otra
de las propuestas de Miller, promover la longevidad de los productos). Según
Miller: “Si los ciudadanos no entienden
los impuestos, no entenderán cómo, cuándo y dónde su Gobierno expropia dinero,
tiempo y libertad de sus vidas. No entenderán tampoco que la mayoría de los
Gobiernos privilegian el consumo antes que el ahorro, y algunas formas de
consumo respecto a otras”.
Nos
recuerda Miller otros apoyos a los impuestos sobre el consumo, como la
organización FairTax y, atención, el mismísimo Alan Greenspan. Como en tantas ocasiones, se cumpliría aquí la regla
empírica de “si tu enemigo piensa lo mismo que tú, probablemente estáis en lo
cierto”. El autor va más allá de Robert
Frank, pues propone que el impuesto aplicado a cada producto o servicio
consumido se module –con ayuda de las enormes bases de datos y los potentes
medios informáticos de que disponemos hoy día- en función de la magnitud de la
externalidad negativa que entrañe para la sociedad. Llega así a la conclusión,
por ejemplo, de que, teniendo en cuenta las 30 000 muertes por arma de fuego
que se registran cada año en los Estados Unidos, cada bala debería venderse a 9 dólares, no a
los 0,22 dólares a que se pueden adquirir ahora. Ok, la gente puede seguir
teniendo pitbulls y consumiendo sesiones de psicoanálisis o remedios
homeopáticos mientras su enfermedad real les mata y los demás tenemos que pagar
por ello en forma de impuestos, pero esos productos serán mucho más caros, “Sí,
la gente debe tener libertad para escoger el nivel de riesgo físico que quieran
imponerse a sí mismos, pero deberían pagar también un ojo de la cara por los
costes sociales que pueden derivarse de esas decisiones si esos riesgos son muy
altos”. Por el otro lado, habría que aplicar impuestos negativos, o sea
subvenciones, a todos aquellos productos que conlleven externalidades positivas, esto es, que en términos objetivos
beneficien a toda la sociedad. El Estado, en definitiva, no impondría nada, se
limitaría a mover el botón de esos “impuestos inteligentes al consumo” para
reorientar la actividad económica hacia los productos más útiles para la
sociedad. Eso no impediría a la gente seguir ostentando signos de identidad,
pero ahora con productos más baratos, que no impedirán la comparación relativa,
pero sin lo costes del consumo desbocado (runaway).
(FI)
(I-02/11/09) – Bueno, según se nos dice,
los españoles hemos empezado a ahorrar como locos. Ángel Laborda nos contaba
ayer en las páginas salmón de El País que la tasa de ahorro ha alcanzado un
17,5%, probablemente un máximo histórico.
Tanto el Gobierno como muchos analistas ven en ello un dato agridulce,
por supuesto. Un dato que no les permite
lograr esa cuadratura del círculo que siguen buscando obstinadamente,
consistente en formar ciudadanos que sean a un tiempo más
prudentes y consumidores irrefrenables.
Pero, como en tantas otras ocasiones, la verdad está en la distribución. El imaginario colectivo nos
traslada al extrarradio de las grandes ciudades, nos introduce en pisos
angostos, con familias (ya no tan) numerosas con críos llorando y los mocos
colgando, hogares en los que sin embargo el cabeza de familia -mejor dicho, su
mujer, si es que no coinciden los dos conceptos- gracias a unos esfuerzos
colosales, como sustituir las pechugas de pollo por cuellos y alas, renunciar a
esa cervecita de media mañana con los otros parados del barrio o a la salida
del súper, pasar a comprar papel higiénico de una sola capa, dejar para tiempos
mejores el salto a la tele de plasma... gracias a esos esfuerzos colosales,
decía, esa madre a lo anamagnani consigue ahora llegar a fin de mes con 100
euros más en la cuenta bancaria.
Pues
no, queda muy bien esa imagen como parte de la mitología circulante en las
crisis, como un elemento más de esa propaganda que vehicula la idea de que
todos estamos en el mismo barco, como parte del regodeo televisivo en los más
pringuis de la sociedad. Pero no es así. Robert H. Frank, en su último
“Economic Naturalist” recupera a un economista prácticamente ignorado, un tal Duesenberry, que vino a decir, resumidamente, que los pobretones han
asimilado tan bien la idea de que nunca llegarán a nada que no hacen ningún
esfuerzo en previsión de tiempos peores. Parece lógico, porque si no además de
pobres serían tontos. Lo que numerosos estudios han demostrado, por el
contrario, es que la tasa de ahorro aumenta de forma notable cuando aumentan
los ingresos permanentes. Y ese 17,5% de ahorro que estamos viendo corresponde
probablemente a ahorro de las clases altas y medio-altas. Es curioso que esa
aceleración del ahorro de los últimos trimestres coincida con la espectacular
subida experimentada por la Bolsa desde el pasado marzo. Ah claro, se me
olvidaba, es que nuestra heroína de las patas de pollo dedica los 100 euros
ahorrados a comprar acciones del Santander.
Un
dato que abunda en esa misma interpretación es que, como se explica en esta página de wikipedia, el reparto de
cupones para alimentos tiene un efecto multiplicador mucho mayor (siete veces
más) que los recortes permanentes de impuestos que Bush quería regalar a los
ricos. Eso significa que los más necesitados, lejos de ahorrar lo que dejan de
gastarse en comida, se lo pulen ipso facto. En cambio los beneficiados por los
recortes de impuestos, que en el ejemplo citado eran las clases altas, bien que
se aferran al dinero extra llovido del cielo. (FI)
En
definitiva, se trata de combinar
impuestos sobre el consumo progresivos y un keynesianismo selectivo (véase: Bofes: una alternativa para reorientar el ahorro). Si el aumento de la reserva fraccionaria constituía la medida más
importante a tomar desde el lado de la oferta de dinero (medida apoyada incluso
por The Economist), esas otras dos medidas vendrían a complementarla desde el
lado del empleo del dinero, contribuyendo simultáneamente a librarnos de
parásitos, crear empleo sin coste para los contribuyentes (exceptuando los más
ricos), mitigar las desigualdades y reducir la evasión de impuestos. ¿Qué más
se puede pedir? ¿Demasiado bonito para ser cierto? Pues que hagan un
experimento: aprovechando que tenemos 17 autonomías, y que cada una hace lo que
le da la gana a nivel fiscal (y a muchos otros niveles: calendarios de
vacunación, días festivos...), y así nos va, presionemos para que al menos dos
o tres apliquen estas o parecidas ideas, y dentro de unos años hacemos un
balance de la situación. ¿Qué tal? [Véase Receta anticrisis nº 8] (I-16/03-09) El secretario general del PSOE en la
Región de Murcia ha venido a exponer hace poco un razonamiento similar, si bien, como era de esperar, dando
por buenas (o en todo caso por irreversibles: “hagamos de la necesidad virtud”, dice hacia el final de su
artículo) todas esas competencias transferidas a las autonomías:
“Las comunidades autónomas se van a examinar en esta crisis, porque la
capacidad real de España de afrontar los retos del futuro depende en buena
medida de las políticas de oferta desarrolladas en el ámbito autonómico.La
parte negativa de esta autonomía puede ser la complejidad que se introduce en
el marco regulador; la parte positiva debería ser la diversidad de experiencias
acumuladas.... El análisis público de las propuestas de cada comunidad induce a
la coordinación porque fomenta el aprovechamiento de las externalidades de las
acciones de otros y la imitación de las mejores prácticas.” (FI)
A riesgo de parecer ingenuo, creo que hay
que referirse también aquí a los movimientos que propugnan un
retorno a la simplicidad. Si un 20% de la población diseñásemos estratégicamente nuestra vida
diaria para consumir un tímido 10% menos
de lo habitual, eso podría traducirse en un 2% menos de crecimiento del
PIB, para frustración de los crecimientistas que nos gobiernan. De hecho no
costaría tanto: por ejemplo, de esos 50 libros que te compras al año y de los
que sólo te lees la mitad, no saldrás perdiendo nada si te compras sólo 45. En
lugar de ir al cine a ver el último bodrio de Woody Allen, que tu mujer está
tan empeñada en ver, esperad a que salga en vídeo y la veis (la ve ella)
tranquilamente en casa, sin agobios de problemas de aparcamiento previos, colas
en la taquilla, anuncios que te perforan los tímpanos, etc. (A cambio, tú y tu
hijo podréis deleitaros –si conseguís no vomitar- viendo a Ben Stiller en Tropic Thunder). En lugar de 10 salidas al
restaurante al mes, confórmate con 9. En cuanto a tus planes de cambiar de
coche, ¿tanto te cuesta seguir con él 6 meses más, después de 6 años? Intenta
comprar marcas blancas en el supermercado. Y así tantas otras cosas. Otra
actitud compatible con esa, a veces indistinguible de ella, es, por supuesto,
consumir las cosas más lentamente, paladearlas más (véase Slow Movement). En realidad, según John Naish en “Enough”, dos medidas tan simples como no llevar encima tarjeta
de crédito y preguntarse cúanto nos va a costar eso en términos de tiempo de
trabajo pueden tener un efecto más que considerable. (Véanse otros consejos,
aunque más ecolo-naive, en Frugal Living in the UK). En su libro, Naish se refiere
en un momento dado al significativo silencio, entre los estudiosos del tema del
decrecimiento, respecto a la viabilidad de esa opción, es decir, respecto a la
manera de lograr parar el crecimiento sin que la sociedad se colapse. Esta
espinosa cuestión sería el “elefante fiscal irrumpiendo en el eco-salón”. Las
personas que consultó al respecto coincidían en que el experto que más ha
elaborado ese escenario es el Profesor Tim Jackson (citado aquí más arriba). Éste, en conversación mantenida con Naish, se muestra
escéptico respecto a la posibilidad de que llegue a haber un número
considerable de gente que cambie de comportamiento espontáneamente. Por otro
lado, considera también “muy difícil abrir un debate de este tipo entre los
políticos. Enseguida se aborta aludiendo a la necesidad de garantizar la
estabilidad económica”.
(I – 22/11 - Otra manera de oponerse al
crecimiento: sabotear los espejismos culturales.
La prueba: Sarkozy convoca a un pomposo guateque a gente guapa/interesante del
mundo de la cultura y las finanzas bajo el lema, atención, ‘La cultura como factor de crecimiento’. Al parecer, en Europa hay
nada menos que 5 millones de personas ocupadas en la industria cultural.
Entiéndaseme bien, no me opongo a que la gente consuma libros, música, etc. Me
opongo, por ejemplo, a que Esperancita Aguirre conceda a Garci 15 millones de euros para una película sobre el levantamiento popular del 2 de mayo que en
taquilla sólo logrará recaudar 700 000, me opongo a que Moratinos sea cómplice
de la operación de desviar 20 millones de los contribuyentes y del sector
privado (no me importa tanto la procedencia como el coste de oportunidad) para que Barceló
llene una sala de la ONU de estalactitas de colores que no tardarán (se admiten
apuestas) en desplomarse y perforar el cráneo de algún delegado, y el artista,
concluida la estafa, se permita el lujo de dar las gracias al opresivo Estado
español -que le ha contratado por sólo 6 millones- mediante el gesto de relegar
ostensiblemente el castellano al último lugar, tras el francés y el
“mallorquín”, en sus palabras de despedida de Ginebra. A ver, sumemos, ya van
15+20 = 35 millones. Y me opongo, podría añadir aquí, a los 30 millones dedicados por la Generalitat a pagar informes innecesarios (que en buena parte,
adivino, serán sobre temas culturales: diversitat,
identitat, solidaritat... ) a ex diputados, amiguetes
y hasta parientes inmediatos de los actuales dirigentes catalanufos. Veamos 35
+ 30... tenemos ya más de 60 millones considerando
sólo esos tres despropósitos. Nada menos que 10 000 millones de las antiguas
pesetas. “La cultura, como el arte, no tiene precio”: anda majo, díselo a ese
tipo con cáncer que tiene que esperar tres meses en la lista de espera de un
hospital para someterse a una nueva exploración, mientras percibe cómo el tumor
avanza por sus órganos (F-I). [Véase la receta anticrisis nº 9]
(I-16/03/09) – Ésta sí que es buena: la última
ocurrencia de Carod-Rovira ha consistido en regalarles a los
ecuatorianos un millón de euros para apoyar las actividades desplegadas por un
grupo indígena a fin de fomentar la educación bilingüe, o sea, supongo, la
educación en español y en alguna de esas lenguas agonizantes de las que sólo quedará
un centenar de hablantes. ¿A cuántos de esos hablantes de esas y otras lenguas
minoritarias les estará imponiendo al mismo tiempo la Generalitat el
aprendizaje del catalán? Ese gran proyecto de fomentar lenguas por un lado y
por otro de forma incoherente, con un resultado neto nulo evidentemente, ha
sido criticado de forma magistral por Félix Ovejero en la revista Claves
(el artículo se encuentra también on-line en la web de Ciutadans).
Véase también “Genes, lenguas,
termodinámica”.
Por
otra parte, que el despilfarro es muchas veces el resultado no tanto de la
falta de cerebro (que también) sino de una iniciativa destinada ante todo a
demostrar la infinita capacidad de buenismo (véase El buenismo tenía un precio) que tienen nuestros políticos es algo
que hemos tenido ocasión de comprobar una vez más (El País, 14 de marzo) en
forma de pataleta de la oposición ante la intención del Gobierno de reducir en
un 30% el Fondo destinado a apoyar la integración de los inmigrantes. Desde el PP hasta IU, pasando por
ERC, de repente, todos son más papistas
que el Papa, más buenistas que el buenista máximo, en realidad no para ayudar a
los inmigrantes (en la coyuntura actual de desempleo masivo están
irremisiblemente destinados a hundirse en la más absoluta mierda: ningún
esfuerzo de integración logrará contrarrestar la desintegración masiva de ese
sector de la población), sino, obviamente, para proteger el empleo de los
amiguetes que los caciques locales han contratado para adoctrinar a los
inmigrantes. Estamos hablando, si el Gobierno no da marcha atrás, de la
bagatela de 141 millones de euros, o sea, calculo yo, considerando que se trata
de un actividad que sólo requiere capital humano (profesores buenistas
improvisados profiriendo bobadas mayormente en la paleolengua local de turno
ante unos inmigrantes-objeto), unos 10 000 bonitos “empleos” repartidos entre
els amics y els amics dels amics. Otra bonita cantidad tirada por la ventana. (FI) (I-10/05/09 – Evidentemente, hace unas semanas el
Gobierno dio marcha atrás: en su carrera hacia la gloria de la Alianza de
Civilizaciones, ZP no puede permitirse que nadie le gane en buenismo. (FI)
(I - 01/12: reparo ahora en que ese truquillo de
aludir al crecimiento para fortalecer la Cultura
tiene precedentes en el plano internacional, de tal manera que podríamos
generalizar y decir que, si los Gobiernos buscan coartadas para estimular el
crecimiento, en una nueva vuelta de tuerca, hay quienes utilizan el crecimiento
como coartada para recaudar fondos para sus respectivas causas. Destacan en
este sentido el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. El mantra
de esta última desde hace ya varios años, propagado en especial por Jeffrey
Sachs, es que la salud de la población contribuye a aumentar el PIB de los
países. Sin embargo, un estudio reciente parece poner en duda esa relación
causa-efecto. En cualquier caso, estos dos
ejemplos, la cultura y la salud, muestran bien claramente que el PIB se ha
convertido en el gran tótem de las sociedades actuales. La vida colectiva,
incluso la vida personal, pierde todo sentido en ausencia de crecimiento. F-I)
(I – 15/02/09)
– Pero, irónicamente, puede que sea ahora el momento más oportuno para relanzar
el debate y forzar la adopción de un índice de cuantificación global del
progreso de una sociedad distinto del PIB. Ya sabemos que la clase política no
tiene ningún inconveniente en maquillar cifras y cambiar de criterio de un día
para otro si con ello logra transmitirnos la idea de que está haciendo bien los
deberes (en el fondo, son como colegiales.
Ya lo dijo Pilar Majón: “han hecho política de patio de colegio”. Pues bien,
siguen haciéndola. No saben hacer otra cosa. Qué remedio, qué se puede esperar
de un elenco con una edad mental de nueve años. Ahora les ha dado por jugar a espías y contraespías en Madrid, y
encima se creen que todo el mundo les está mirando. Pobrecitos.).
Pero a lo que iba, si estos colegiales ven que el PIB se hace negativo, al
igual que estarían dispuestos, como decía más arriba, incluso a reducir las
desigualdades con tal de ganar un miserable medio punto de PIB, ¿por qué no
podrían decidir también, llegado el caso, introducir otro indicador que en esta
coyuntura les resulte más favorable (eso también está por ver, es cierto, pero
cabe esa posibilidad), como por ejemplo el ISH (índice de salud social), el IEWB
(índice de
bienestar económico) o el más conocido HDI (índice de desarrollo humano de las
Naciones Unidas)?
Además,
ocurre otra cosa, y es que lo que no podemos hacer es proponer el decrecimiento
como alternativa antisistema sin cuestionar la variable de referencia utilizada
por el enemigo. ¿Qué sentido tiene decir que debemos aspirar a reducir el PIB,
no a aumentarlo indefinidamente, y considerar al mismo tiempo que el concepto
mismo de PIB es una estupidez? Debemos ser coherentes. Adoptemos un nuevo
índice, el que consideremos más idóneo, y desentendámonos de lo que ocurra con
el PIB. Contraataquemos publicando ese índice X al día siguiente de la
publicación oficial del PIB. Si se empeñan en seguir utilizándolo, allá ellos,
pero si encima no hace más que disminuir o aumentar de forma ridícula, el
espectáculo nos resultará regocijante. (FI).
(I – 11/05/09
– La manipulación de los datos macroeconómicos por nuestros dirigentes europeos
no tiene límite: el pasado mes de abril propusieron incluir la prostitución, el tráfico de drogas y el contrabando
en el PIB en 2011 o 2012. Se quedan tan contentos, y nadie dice nada. ¡Qué no
estarán dispuestos a hacer para inflar las cifras de ese PIB que se les viene
abajo! O sea, permiten que los bancos manipulen sus datos, manipulan ellos
mismos sus estadísticas, y todo a plena luz del día. (FI)
(I – 19/01/09: Atención, porque hay un nuevo elemento
que lleva a pensar que la noción de crecimiento
de cualquier cosa y a cualquier precio está empezando a convertirse en LA
única idea con cabida en el escaso espacio cerebral que tiene Zapatero detrás de sus cejas. Cómo no
haberlo pensado antes: al más puro estilo fascista, pero sin necesidad de
apostar por costosas y lentas políticas natalistas, ZP ha decidido usar el
atajo de estimular el crecimiento demográfico y hacer de España una gran Nación a base de carne humana. Resignados
a no poder competir nunca con los otros países en términos de productividad,
porque las nociones de esfuerzo y paciencia son
totalmente ajenas al espíritu de los españoles, nos queda el recurso de
hacer cuanto más bulto mejor, como en un estadio de fútbol. No basta con que
hayan entrado en el país cinco millones de inmigrantes en los últimos años.
Ahora –como parte de ese gran invento llamado Memoria Histórica- concederemos la nacionalidad nada
menos que a millón y medio de hijos y nietos de españoles que en
su día tuvieron que exiliarse, así como, toma ya, a no sé cuántos brigadistas
internacionales. Pero es que además, qué casualidad, es de prever que la gran
mayoría de esas personas votarán en su día a quien les
hizo tal regalo. ZP está llevando a cabo de forma insidiosa un auténtico golpe de Estado demográfico, que ni el
PP ni nadie se atreven a criticar para no perder votos buenistas. Ingeniosa inversión de los términos la que se
le ha ocurrido a nuestro máximo dirigente: si
el crecimiento es bueno para el hombre, el hombre es bueno para el crecimiento.
(I-16/03/09) -
Tengo el convencimiento de que ZP pasará a la historia como el artífice
de la mayor y más rápida distorsión
demográfica sufrida por un país occidental. No son sólo esos 5 millones de
inmigrantes que han entrado en España con su ayuda (12% de la población en 5
años) y que ahora no sabe dónde meter. Es que no ha sabido o no ha querido
copiar la política natalista de un país tan próximo como Francia. Según artículo publicado en El País, gracias a una política natalista
enérgica (incluido el pago de 600 euros mensuales a las mujeres que dejan de
trabajar para atender a sus hijos), la tasa de fecundidad en el país vecino es
de 2,1, en comparación con el miserable 1,37 de España. Pero es que, además, en
Francia sólo son hijos de inmigrantes el 5% de los nacidos, mientras que en
España lo son el 20%. Si hacemos
cálculos, eso significa que, proporcionalmente, por cada dos francesas que
tienen un hijo, sólo hay una española no inmigrante que lo tenga. Lo que decía,
en lugar de ayudar a las españolas, el Gobierno buenista de ZP ayuda a las
inmigrantes. ¿Racismo? Vale, pues habrá que concluir que Francia es racista. (FI)
Ladrillo, coches,
zanjas en las calles, guiris cerveceros, carne humana importada como propia,
todo vale con tal de montar la de Dios es Cristo, porque el deterioro de la
calidad de vida y las distintas formas de reparto de la miseria entre una masa
de desempleados cada vez más amorfa e indiferenciada, gracias a las continuas
medidas correctivas que requiere una sociedad así lanzada por la pendiente de
una complejidad tan artificial (17 autonomías incluidas) como
exponencial, acabarán dándole al PIB ese empujoncito que tanto necesita. F-I).
(I-07/02/09) En un libro muy ameno (que acabo
de comprobar con deleite que se encuentra accesible on line en la biblioteca de
Google) pero del que sólo he podido aprovechar la mitad más o menos dados mis
limitados conocimientos matemáticos, topé en su día con un concepto muy
interesante que viene aquí al caso. Se trata de la idea de “energía económica”. Esta variable se define como ½ * P *
(GDP)2, donde P es la población del país, y GDP es nuestro PIB en
inglés. Está clara la analogía con la fórmula, en el campo de la física, que
nos define la energía cinética como la mitad del producto de la masa por la
velocidad al cuadrado. Pero, atención, en las páginas 99-100 del libro (que
casualmente se han omitido en la presentación on-line) se presenta una tabla
con la evolución de la energía económica de Estados unidos durante el periodo
1960-1990: una bonita curva de crecimiento exponencial; ahora bien, al
principio de la página 100 se pregunta el autor “¿Cuándo empezará a achatarse y a convertirse en una curva de
crecimiento logístico (véase este didáctico applet). Porque es
inevitable que ocurra, más tarde o más temprano”. Y eso se dice con datos que llegan a
1990. Es más que probable que 20 años más tarde estemos ya bien entrados en la
zona de achatamiento de la “S” logística. Probalemente la crisis actual es el
principio del final de ese crecimiento de la energía económica que creíamos
indefinido, y que muchos siguen creyendo indefinido. También es posible que
cada país tenga, por sus propias características, una curva logística peculiar,
de crecimiento más pronunciado o más suave, y que los que tengan las más suaves
sufran menos problemas de todo tipo al disponer de más tiempo para ir encajando
las distintas piezas del crecimiento, en definitiva, para ir manejando la
complejidad asociada. Huelga decir que la curva logística de España sería
prácticamente vertical en su parte central. Pero detendré aquí esta divagación,
ya excesivamente teórica.
En
la página 101 del libro citado se ofrece una fórmula más general de la “fuerza
económica”, que permite ponderar de distinta manera el factor población y el
factor PIB, interpreto que para adaptar mejor la ecuación a diversos datos
empíricos o en función de otras consideraciones, pero lo que me interesaba
resaltar es esa introducción del factor población como variable que también hay
que tener en cuenta para determinar el “peso” de un país en la economía
mundial. Quien no sepa o no quiera modernizar la economía de un país, siempre
tendrá a mano el recurso fácil de intentar potenciar el crecimiento demográfico
dentro de sus fronteras, aunque esa opción sea sin duda menos eficaz para
aumentar la fuerza económica (el exponente sugerido por el autor, Robert B. Banks, para P es menor que el
del GDP). (FI)
(I-15/02/09) Al final de esta página he insertado
en forma de Anexo algunas divagaciones en las que intento
relacionar el concepto de energía económica con otras ecuaciones del campo de la
econofísica, fundamentalmente con la ecuación central con la que trabaja Vladimir Z. Nuri en su artículo Fractional Reserve Banking as Economic Parasitism. (Si insertara aquí en medio
esas elucubraciones los lectores (¿) perderían el
hilo, si no lo han perdido ya. Bueno, incluso yo estoy empezando a perderlo,
pero creo que este modus operandi de inserciones aparentemente un poco
anárquicas es el que más me incentiva para seguir alimentando este texto.
Quiero pensar que esta técnica puntillista me está permitiendo dibujar un
paisaje que aún no distingo bien, pero que se hará más nítido con la distancia
del paso del tiempo). (FI).
(Y ahora un poco de ritmo de
fondo para asimilar todas estas ideas: Joy
Division, Style Council)
Pero
imaginemos –wishful thinking- que la Iniciativa
10x20 tuviese éxito: equivaldría a un sabotaje en toda regla de la ideología crecimientista. El precio a
pagar -que muchas veces no será tal, sino todo lo contrario, porque la opción
elegida nos permitirá vivir más tranquilos- es realmente ridículo en comparación
con la satisfacción de ver que tenemos el poder necesario para reducir el
aumento del PIB mucho más de lo que puedan estimularlo las decisiones del BCE o
de los Gobiernos. No se trata de llevar una vida “pura”, ni de consumir menos
energía, ni de estar más en contacto con la naturaleza, ni otras mariconadas
por el estilo (no me gusta eso de que ser anticonsumista pase necesariamente
por ser baba-cool, prefiero la sobriedad protestante), se trata simplemente de
joder en lo posible a los poderes económicos. ¡Guerrilla microeconómica anónima contra boato macroeconómico hortera!
(I-27/11: Hay otro aspecto interesante que nadie
parece interesado en plantear: nos guste o no, estamos sumidos en una batalla entre consumidores endeudados por un
lado y ahorradores por el otro, y en esa batalla el Estado no podía sino tomar
partido descarada y masivamente a favor de los primeros. Cuando el BCE
rebaja los tipos, cuando el Gobierno rebaja impuestos a diestro y siniestro,
los verdaderamente beneficiados son los consumidores. A cambio, los ahorradores
verán reducida su recompensa (en forma de intereses) por haber tenido la
peregrina idea de pensar en el futuro, en ese futuro –ah, gran paradoja- que el
mismo Estado se ha encargado de pintar muy negro para que no confiásemos sólo
en él como fuente de ingresos en nuestra vejez. Fantástica ducha escocesa: ahora incentivo el ahorro (para que tu decrepitud
física no me cueste un duro), ahora incentivo el gasto (para que estés contento
y vuelvas a elegirme en las próximas elecciones). A eso lo llaman, parece,
Estado benefactor. (I-22/05/09 – Véase aquí un resumen concentradísimo del porqué y las consecuencias de ese
enfrentamiento entre ahorradores y endeudados -FI).
Pues
bien, tomo partido por los ahorradores (aunque sólo sea por interés personal).
Lejos de mí la idea de que la gente deje de pagar sus deudas a los bancos, como
algunos están proponiendo desde plataformas algo improvisadas contra esta
catástrofe. Muchos se habrán endeudado de forma imprudente, y no tengo que ser
yo, ahorrador prudente, quien pague las consecuencias. Que pague el que se
arriesgó en su momento. Lejos de mí también la idea de salir a manifestarme
junto con los trabajadores de Nissan afectados por un ERE: no quiero que mi
dinero se invierta en fabricar más y más coches. ¿Cómo puede alguien
considerarse de la “izquierda verde” y apoyar al mismo tiempo la inyección de
dinero público en la industria automovilística? La gente que se manifiesta con
esos fines está apoyando la subvención de esos todoterrenos que se comprarán
las familias ricas como complemento de los dos o tres coches que ya tienen. A
estas alturas, no creo que haya nadie que, si realmente lo necesita, no pueda
adquirir un coche de segunda mano a buen precio. Respecto al trabajador que se
queda en la calle, ya he señalado en otro lugar cómo se le podría ayudar. F-I).
(I-14-15/02/09 – En el número de The Economist de esta
semana se dedica un artículo a esto: “En teoría, todo el mundo habla del ahorro como
una virtud, pero en la práctica lo consideran un vicio... Keynes lo advirtió: ‘Cada vez que ahorren cinco chelines, piensen
que están dejando sin trabajo a un hombre durante un día’”. Se subraya también
la paradoja de que el ahorro esté penalizado fiscalmente, mientras que las hipotecas se benefician se deducciones
fiscales. Pienso, añado yo, que nuestra venganza, la de quienes hemos sido
ahorradores, llegará en el momento en que se instale una verdadera deflación,
pues al menos entonces volveremos a disfrutar de intereses reales positivos. En
realidad, eso sería justicia económica,
todo lo contrario de lo que parecen estar buscando los Gobiernos. O, siendo
menos “moralistas”, podríamos considerar que eso equivaldría a dejar que la
naturaleza (económica) siga su curso espontáneamente y permita que al final
sobrevivan los más aptos, en este caso, los más previsores, es decir, los que
más han utilizado su córtex
prefrontal
no tanto para enriquecerse como en previsión de una época de vacas flacas en el
futuro. El Estado, al oponerse a esa
purga lógica y necesaria, actúa de hecho como un agente disgenésico. (FI).
(I-23/02/09 – Se diría también que el ahorro ha adquirido con el tiempo una
connotación peyorativa. En primer lugar, como signo de avaricia personal: la
gente no entiende que algunos prefieran ahorrar por la simple razón de que dan
prioridad a gastos que tienen previsto realizar en el futuro. Pero, en segundo
lugar, y esto es más relevante, el ahorro ha pasado a ser rechazado como medida
“de derechas”. Es lógico, una sociedad
consumista tiene que ser por fuerza una sociedad hedonista, y el hedonismo se
opone a los valores “burgueses” de sacrificio, postergación de la
gratificación, frugalidad y ahorro. Se
opone también a todo lo predicado por la Iglesia, y los creyentes y
practicantes suelen ser de ideología conservadora, de modo que ya esa mera
asociación hace inevitable la conclusión de que sacrificarse en el presente
para obtener alguna ventaja en el futuro es una enorme chorrada. Comoquiera que sea, desde el 68 sobre todo,
la izquierda estaba mucho mejor pertrechada ideológicamente para contribuir a
acelerar el paso del capitalismo de producción al capitalismo de consumo. En
cierto modo, estamos asistiendo a la
culminación lógica de la aplicación de los valores de la izquierda como medida
de reactivación del capitalismo a la desesperada. La gran paradoja es que
ahora se nos intenta convencer de que la izquierda ha triunfado por fin, al
obligar a la derecha a postrarse de hinojos y reconocer la necesidad de adoptar
políticas keynesianas y nacionalizar los bancos, cuando en realidad han sido
los valores de la izquierda –unidos, bien es verdad, a la codicia de una
derecha que no dudó en capitular cuando reparó en que el cambio de ideología
podía resultarle muy rentable- los que nos han conducido a esta situación. (FI) (I-10/05/09 – Cuenta hoy Timothy Garton Ash en El
País que hace 30 años Daniel Bell ya advirtió “la paradoja de que el capitalismo depende depende de que los individuos
vivan con arreglo a unos valores ligeramente distintos en sus facetas de
productores y consumidores... la faceta productiva se basa en que las personas
se rijan por valores como el esfuerzo, la puntualidad, la disciplina y la
voluntad de aceptar una gratificación aplazada. En cambio, la faceta
consumidora se basa en que sean expansivas y dadas a permitirse caprichos,
buscar el placer y vivir el momento”. Es difícil vislumbrar cómo va a poder
el capitalismo sobrevivir con cierta estabilidad una vez que la balanza se ha
inclinado tan manifiestamente hacia el componente consumista (FI)
(I-08/02/10) – Un artículo de The Economist del 16 de enero pasado muestra esa
relación de enfrentamiento entre endeudados y ahorradores desde otro punto de
vista. Antes del colapso del sistema de Bretton Woods –comienzo de los años
setenta-, explica, la vinculación de las monedas, directamente o vía dólar o
libra, al oro como patrón limitaba el poder de los gobiernos de descafeinar (debase) su moneda imprimiendo
dinero. El abandono de los tipos de
cambio flotantes disparó la creación de papel y a partir de ese momento
empezaron a producirse burbujas una detrás de otra, no tanto de precios como de
activos bursátiles o inmobiliarios. Cito literalmente unos párrafos muy
esclarecedeores:
“No es de extrañar que los países desarrollados abandonaran los
tipos de cambio fijos. Anclando las monedas, los Gobiernos forzaban a la
economía real a absorber los choques, lo que significaba recortes salariales o
un mayor desempleo, todo ello en beneficio de los acreedores. Pero en una
democracia los votos de la gente endeudada superan de sobra los intereses de
los acreedores.... Esta batalla va a volver a librarse en la zona euro, donde
los países con altos costes se han ligado a un nuevo patrón oro, que no es otro
que la hipereficiente máquina exportadora alemana”. (FI)
(I-31/08/09) – Era de prever, después de una época
en que bajar impuestos era de izquierdas (en un año la presión fiscal en España
ha bajado nada menos que 4 puntos), ZP no ha tenido más remedio que admitir que
todo el dinero despilfarrado (plan E y demás) para salir de la crisis se va a
tener que sacar del contribuyente. Dice que va a subir algunos impuestos, pero
descarta el IRPF y un mayor esfuerzo de recaudación entre las grandes fortunas
(olé socialismo!). Simula que no existe una cosa
llamada impuestos sobre el consumo (defendidos aquí más arriba). Lo único que queda son las ganancias de capital, y ahí entran
desde el humilde ahorrador hasta los especuladores en Bolsa o los compradores
compulsivos de bienes inmuebles. Otra
muestra más, por si hiciera falta, de la toma de partido del Gobierno en contra
de los ahorradores y a favor de los consumidores. Antes el socialismo consistía en quitar algo de dinero a los ricos para
distribuirlo entre los más pobres. La socialdemocracia consumista de hoy día,
en cambio, saca el dinero de los ahorradores para entregárselo a los
consumidores. A los ricos, ni tocarlos. Es la mejor manera de evitarse
problemas y de conservar electorado, pues los ahorradores han sido siempre una
minoría. (FI)
(I-08/12:
Ese enfrentamiento
invisible entre particulares tiene como correlato a nivel internacional la distinta psicología de pueblos como el
alemán y el japonés por un lado, y, en el otro extremo, la fiebre consumista de
los países anglosajones o el Spanish way to wasting. En un artículo reciente de The Economist que ha suscitado una
viva reacción (de oposición prácticamente unánime) entre los lectores se
argumenta que la actitud más conservadora en lo económico de Alemania y Japón
no les ha protegido frente a la crisis, pues también han entrado en recesión.
Considera la revista que ese hecho demuestra la falsedad de la “teoría de la resaca”, esto es, la
teoría, defendida por la Escuela
Austriaca, de que la mejor manera de curar una crisis de sobreconsumo es
pasar por una etapa de frugalidad colectiva que la compense, de tal modo que las
inyecciones de liquidez equivaldrían a darle al borracho aún más alcohol y no
conseguiríamos más que agravar su estado y retrasar la recuperación. Se cita como uno de las personas que ha
criticado la teoría de la resaca a Paul Krugman, y, en efecto, un artículo
publicado por éste en las páginas salmón de El País el 7/12 no deja lugar a
dudas: Krugman es partidario de un megapaquete de medidas fiscales para salir
de la crisis. Sorprende que el reciente Nobel no señale qué actividades
económicas merecen recibir dinero y cuáles no, porque ése es el meollo de la
cuestión. A mi entender, la postura de The Economist queda suficientemente
rebatida en los comentarios a la noticia, de modo que no me
esforzaré aquí en elaborar réplica alguna. F-I)
(I-01/12:
Parece que los
periodistas empiezan por fin a resaltar la gran responsabilidad de los
políticos en la incubación de esta crisis: véase este artículo de Soledad
Gallego-Díaz, “La culpa es de los
políticos”. Es cierto que muchas
veces la culpa no será estrictamente de los Gobiernos, sino también de los
parlamentos. Toda la clase política, de
un extremo al otro del espectro, participa de esa obsesión por el crecimiento
aquí criticada. Me gustaría que UPyD
fuese una excepción en ese sentido, pero no parece que tengan muy elaborado
este tema.
Pero
sigamos aumentando la resolución de este análisis, reduzcamos la escala de
escudriñamiento, y veremos que debemos seguir diferenciando, desmenuzando
conceptos. Decía dos párrafos más arriba que es muy fácil ver por un lado a los
bancos y los ricos y por el otro a la gran mayoría de los ciudadanos. Pero no,
lo que está pasando no se puede entender si no se repara en el trasvase de
fondos de los ahorradores a los endeudados. Pero la cosa no acaba ahí. Se dice
que el Gobierno está salvando a los bancos con el dinero de los contribuyentes.
“Contribuyentes”, o sea, parecería, “todos”. Sin embargo, recordemos que quien
realmente contribuye es el que paga impuestos. Si resulta que ahora, agotada la
“munición” monetarista, asistimos a una carrera desaforada de medidas fiscales,
o sea, de rebaja de impuestos, no se entiende de dónde puede sacar el Estado el
dinero de los rescates financieros. La respuesta es muy sencilla: se está
emitiendo deuda pública a espuertas, de manera que el dinero procede de los que
tienen dinero suficiente para comprar esa deuda, o sea, una vez más, de quienes
ahorraron en su día. En realidad, al
paso que vamos, a corto plazo, la mayoría de los “contribuyentes” no van a
contribuir más que a poner la mano para que les den dinero.
(I-09/02/09) Pero a largo plazo es otro cantar: si los bancos no devuelven en el futuro el dinero que les están
prestando con todas estas subastas, los Estados tendrán que aumentar los
impuestos para no agravar el déficit público, o resignarse a ver aumentar la
deuda pública. En resumen, si los
bancos devuelven el dinero será a costa del crédito futuro, y si no lo
devuelven el Estado lo sacará de los contribuyentes. O sea que –creo que esto
es lo que se conoce como el sure thing
principle- en cualquier caso las generaciones futuras pagarán el pato en la
misma medida (si no más, porque habrá pago de intereses por medio) en que la
generación presente vea aliviada sus actuales estrecheces económicas. ¡Ah, qué bonita la solidaridad
intergeneracional! – FI - FI)
(I-07/09/09) En relación con lo
anterior, estamos viendo ya las primeras manifestaciones del tipo de dilemas
que estaba cantado que tendrían que afrontar los Gobiernos de resultas de esas
inyecciones masivas de fondos públicos, no sólo en los bancos, sino –y esto es
algo que ha ido adquiriendo más peso conforme avanzaba la crisis- en la
sociedad en general, y en determinadas industrias en particular. Veamos esto
más detenidamente.
Está
claro que el Gobierno ha caído en un círculo vicioso del que le costará salir.
Se dice que en España la recuperación tardará en llegar un año más que en otros
países -Francia, Alemania y China- que parecen haber recuperado cierto
crecimiento. ¿Qué cálculos, me pregunto yo, les han llevado a estimar que el
retraso será precisamente de un año? Si el escenario de una agonía a la japonesa no puede
descartarse para Europa, la probabilidad de que ese escenario se haga realidad
se dispara en el caso de España. ¿Por qué? Veamos, un gobierno buenista como el
nuestro no repara en gastos para contentar a todo el mundo, como estamos viendo
con la ayuda de 420 euros mensuales para los parados sin prestacioes: se
anunció a bombo y platillo con fines propagandísticos, luego se intentó limitar
casi a escondidas su impacto presupuestario, pero en cuanto los parados y
sindicatos empezaron a protestar la medida pasó a ser retroactiva –desde el
pasado 1 de enero en lugar del 1 de agosto- y no condicionada al 17% de umbral
de paro (ése es otro criterio estúpido, o no tan estúpido: se nota que las ayudas
no son para aliviar la situación de los parados, con independencia de cuántos
otros parados haya en el país, sino para reducir el riesgo de conflicto social
macroscópico). Eso es lo que se dice
gobernar con ideas y criterios claros: lanzar un globo sonda, ver si cuela, y
echar marcha atrás si los niños protestan. Por ejemplo, los padres deciden
vacunar a su hijo, pero el nene se pone a llorar al ver la aguja y los padres
deciden no vacunarlo, no sea que se traumatice.
La
cuestión, a lo que iba, es que cuanto más dinero dedique el Gobierno a
contentar ahora a los ciudadanos, más dinero tendrá que recuperar en el futuro
a base de impuestos, y por tanto menos dinero tendrán los consumidores para
consumir. Y menos demanda significa más desempleo, y la combinación de
desempleo+buenismo significa más derroche de dinero para mantener a la gente
tranquilita y convencida de que lo mejor que pueden hacer en las próximas
elecciones es votar a ZP, y más dinero a sacar de debajo de las piedras. Y
vuelta a empezar. Ése es el círculo vicioso. Buenismo para hoy, hambre para
mañana. Se me dirá que otros países del entorno están haciendo lo mismo, pero
hay una pequeña diferencia, y es que no han acogido seráficamente en su
territorio a cinco millones de extranjeros en cinco años. Las ayudas de 420
euros van a ir a parar fundamentalmente a cientos de miles, quizá en torno a un
millón, de inmigrantes. Sí, sí, esas personas que habían llegado –ínclito
Caldera dixit- para garantizar nuestras pensiones en el futuro, ji,ji. ¿A eso le llaman garantizar mi pensión, a subirme los
impuestos y a retrasarme la jubilación para mantenerles? Pues sí, quienes votan
a ZP se creen eso y muchas otras estupideces.
Pero
me interesa sobre todo resaltar el aspecto cuantitativo del fenómeno. Esos
inmigrantes han llegado para quedarse, como todo el mundo sabe, pero el quid de
la cuestión no es tanto que se trate de inmigrantes –aunque eso ya de por sí
plantea problemas específicos- como el hecho de que España va a encontrarse en
consecuencia con un exceso crónico de mano de obra de baja cualificación
durante los próximos años/décadas. Cabe pensar que por debajo de un determinado
umbral de paro es posible levantar cabeza: se dedica cierto dinero a prestaciones
sociales, pero la actividad económica genera suficientes ingresos fiscales para
poder cubrir esas necesidades. Pero si aumenta el paro, caen los ingresos
fiscales, no hay huevos para subir impuestos y hay buenismo a espuertas para
acallar a la gente con ayudas especiales, el
Gobierno está abocado a una espiral de empeoramiento de la situación totalmente
comparable a los fenómenos conocidos como “espiral de la deuda” o “espiral de
la pobreza”. Pues bien, es más que probable que España haya sobrepasado ese
umbral crítico de desempleo, generador de una espiral de sopa boba de
consecuencias incalculables, gracias a esa peculiar combinación de avalancha
inmigratoria reciente + buenismo económico.
En ningún otro país se da tal combinación.
El
círculo vicioso se está concretando ya en lo siguiente: como subir determinados impuestos (progresivos) en
la medida necesaria es algo descartado por los economistas buenistas, deciden recortar el gasto
donde sea, bueno, donde menos se note, por ejemplo en I+D, porque los
investigadores andan pensando en las musarañas y no protestarán. Sin
I+D y sin unas buenas inversiones industriales no hay nuevo modelo
productivo, seguimos dependiendo del ladrillo, los baretos y el turismo de
cerveza como grandes industrias nacionales, pero como la demanda ha caído
especialmente en esos sectores, como el problema del paro persiste, y como siguen llegando nuevos inmigrantes a un ritmo considerable –entre
otras cosas porque por ahí se corre la voz de que en España los parados gozan
de ayudas indefinidas- se sigue teniendo que dedicar un montón de dinero a los
desempleados, a una atención sanitaria buenista garantizada para cualquier
inmigrante... y queda aún menos dinero para reactivar los sectores realmente
productivos. (FI)
(I-10/09/09) – Para tener una idea del
creciente desfase entre gastos e ingresos, conviene citar aquí algunos datos
aportados en el editorial de El País del 7/09/09, “el déficit público [de
España] se ha multiplicado por cinco como consecuencia de un descenso en la recaudación
del 17% en los impuestos indirectos la reducción superó el 27% con el IVA cayendo más del 36%) mientras que
los gastos aumentaron casi un 25%”. (I-12/09/09) Pero un gráfico vale más que mil palabras, sobre todo si aparece insertado
en un artículo de The Economist que termina diciendo exactamente esto: “Mr Zapatero shows little appetite for
long-term spending cuts of the kind that countries such as Britain are starting
to think about. He looks as if he is
storing up problems for the future.” (FI) (I-14/09/09)
Y bien, no sólo en el extranjero han calado ya a ZP. Después de la primera plana de hoy de El País, podemos dar por
seguro que el Presi tiene los días contados. Vengándose de él por haberlos
ninguneado con la TDT de pago, el diario hasta ahora psoero –demostrando una
vez más que el negocio está antes que la ideología- se ha atrevido a reconocer
bien alto que ZP no tiene ni idea de cómo gestionar la crisis, y lo poco que
sabe, o sea, lo mucho que no sabe, ni siquiera lo consulta con sus
colaboradores más fieles, que tampoco entienden nada de lo que está pasando,
porque los que entendían algo lo han mandado a tomar por saco. (FI)
Acaba
de decir Zapatero en su intervención en el Congreso que tenemos que ahorrar 15
000 millones para salir de ésta. En realidad, el déficit acumulado a julio de
2009 era de 50 000 millones de euros. Empezamos a ver de dónde van a sacarlos,
según datos también de un artículo publicado en El País del 7/09/09. Por
ejemplo, 1000 millones son los que van a sacar subiendo la retención sobre los
intereses del capital del 18% al 20%: cada ahorrador puede ir cuantificando ya
con cuánto dinero va a contribuir a sufragar retroactivamente la imprudencia de
los bancos, el consumismo de los hipotecados y el dispendio buenista del
Gobierno. ¿Y los otros 14000 millones? La salgado (Dios mío, ¡pensar que esta
mujer, de haber prosperado su candidatura al puesto de Directora General de la
OMS, habría podido ser en estos momentos la responsable máxima de la lucha
mundial contra la gripe porcina! Me dan escalofríos), según se dice en el citado
artículo, no es partidaria de un aumento del IVA, pese a que así lo recomiendan la CEOE y no pocos expertos.
Argumenta para ello que eso reduciría el consumo (¡y por tanto el Crecimiento,
claro!) y que esos impuestos perjudican en especial a las rentas más bajas.
Pero vamos a ver, ¿no existe acaso un IVA para productos de lujo? ¿Qué
impedimento hay para subir el IVA aplicable a, por ejemplo, todos esos yates que abarrotan los puertos de
Barcelona, Palma, etc. y que se adquieren únicamente con fines de ostentación,
que no de uso? ¿Qué le impide subir el IVA de los restaurantes para gilipollas,
como el de Ferrán Adriá? ¿Qué le impide subir el IVA de los coches de
lujo? Según el Secretario de Estado de
Economía, en declaraciones de hace un año, España es actualmente uno
de los países con el IVA más bajo. De hecho, el IVA en los países nórdicos
supera el 25%, en la OCDE es como media del 18%, y en España del 16%. El hecho de que el IVA sea especialmente alto en países muy
igualitarios y de que se pueda graduar en función de lo necesario o superfluo
que sea el producto o bien adquirido demuestra que, muy al contrario de lo que
la gente cree, y de lo que estos “socialistas” quieren hacernos creer para
mantener el Crecimiento y la paz social, el
IVA puede ser un impuesto progresivo.
Hagamos
cálculos, si el IVA subiera del 16% al 20% -aún muy por debajo de lo aplicado
en los países nórdicos- eso significaría, teniendo en cuenta que lo recaudado
por IVA asciende a unos 30 000 – 40 000 millones de euros anuales (en función
del nivel de consumo, claro), unos ingresos adicionales del orden de 10 000
millones. Este planteamiento coincide con la opinión y con las cifras que da aquí el catedrático de Hacienda Pública Juan José Rubio.
Otra
posibilidad, evidentemente, es recortar el gasto público, pero, atención,
recortarlo en todas esas iniciativas gubernamentales buenistas que sin
necesidad de crisis eran ya un despilfarro vergonzoso. Pues bien, según mis
propios cálculos, de ahí se podrían sacar fácilmente unos 20 000 millones de euros:
véase “El buenismo tenía
un precio”).
O
sea, en total, unos 30 000 millones, las dos terceras partes del déficit
público. O sea, dinero se puede sacar, el problema es que ZP + salgado no quieren aplicar criterios de utilidad pública para
determinar de dónde se tiene que sacar la pasta. Su único criterio es “que
moleste al menor número de personas posible, que se note lo menos posible”, y
si el resultado está en las antípodas de lo que cabe exigirle a un partido
socialdemócrata... tant pis! Está claro que el perfil impositivo final será muy
distinto según cuál de esos dos criterios se aplique.
Lo
que está claro es que ni a ZP ni a flacucha2
(flacucha1 es delavega, of course) se
les ha pasado por la cabeza la idea de que los
impuestos son una especie de botón maravilloso que permite matar dos pájaros de
un tiro: recaudar dinero y desincentivar comportamientos nocivos para el
conjunto de la sociedad. Para ellos no existe el conjunto de la sociedad, para
ellos no existe el futuro, para ellos, en realidad, no existen los
comportamientos nocivos, porque “todo el mundo es bueno”, lo que pasa es que
hay que educarles –con dinero público, claro- para que descubran todo lo bueno
que llevan dentro.
(I-12/09/09) – Pero hay que añadir que el IVA es sólo el
penúltimo de los impuestos que el Gobierno prefiere no tocar. El último tabú,
lo que realmente le hace temblar, son los impuestos sobre la vivienda. Y es que
en ese terreno nuestra distancia respecto a la media europea es sencillamente
abismal. La diferencia no es ya de 18 a 16, como en el caso del IVA, sino de 2
a 1 aproximadamente. En efecto, aquí puede verse la lista de los 18 primeros países en el ranking de
porcentaje de impuestos sobre bienes inmuebles respecto a los ingresos fiscales
totales. La media de ese conjunto de países es de 5,8%, y al último de la
lista, Austria, le corresponde un 1,3%. ¿Qué pasa con España? Una pequeña investigación internética me ha
permitido localizar en una página nada menos que de la Moncloa que los ingresos
fiscales por vivienda son del orden de 12 000 millones de euros anuales, esto
es, aproximadamente un 1,2% del PIB, pero como los ingresos fiscales respecto
al PIB representan aproximadamente un 35%, eso eleva la fiscalidad proporcional
de la vivienda (respecto a ingresos fiscales totales) a un 3%. O sea, la mitad
de la media de los 18 primeros países. Simplemente igualando la media mediante
un aumento de los impuestos sobre segundas y terceras viviendas se podría por
tanto recaudar 12000 millones de euros adicionales al año. Y aquí salgadito no
puede aducir que en ese caso los propietarios “se llevarán su dinero al extranjero”,
por la sencilla razón de que las casas
no pueden salir volando.
Es
significativo, en esee sentido, que en un artículo reciente (último párrafo), The Economist señalase que, en
este contexto de superación de la crisis, el último reducto que les queda a las
Administraciones para recaudar dinero son los impuestos sobre el consumo y los
impuestos sobre bienes inmuebles, porque “como
los Gobiernos no pueden gravar más lo móvil, tendrán que gravar más lo estático”.
Considerando que los impuestos sobre la propiedad son ya muy altos en Estados
Unidos y en el Reino Unido, se señala que el IVA es la última solución, en la
línea de lo concluido aquí más arriba. Pero la cuestión es que en España, a
diferencia de lo que ocurre en esos dos países, como acabo de explicar, hay aún
mucho margen para gravar la vivienda. Con el cuento de que va a eliminar la
desgravación en 2011 –sólo tímidamente, y está por ver que realmente lo haga-
ZP cree haber demostrado que ya ha apurado todo lo que podía por ese camino. Es
más, se las da de valiente por atreverse a hacerlo, mejor dicho, por decir que
va a hacerlo, pero apuesto a que fue solo un globo sonda y acabará
desdiciéndose, como siempre. En este país, ni ZP ni ningún otro gobernante
tendrá nunca huevos para gravar como es debido la
vivienda, por la sencilla razón de que hay un 85% de propietarios. ¿Quién se
atreverá a contrariar al 85% de la población? Sin embargo, considerando las
cifras aportadas más arriba, una duplicación de los impuestos sobre la vivienda
(que pese a ello seguirían muy por debajo de la media de los principales países
industrializados) permitiría recaudar unos 12 000 millones más, que unidos a la
suma de 30 000 millones obtenida supra nos permitiría enjugar más del 80% del
actual déficit público.
Teniendo
en cuenta esa mayor presión fiscal sobre la vivienda que aplican Estados Unidos
y el Reino Unido, no parece causalidad que los pisos hayan bajado a mucho mayor
ritmo en esos dos países que en España. España
está destinada a mantener viva, por el mecanismo que sea, la ficción de que
todos somos ricos gracias al ladrillo al que estamos abrazados. En
realidad, la estrategia es bien sencilla: todo el mundo se pone tácitamente de
acuerdo para no vender (“para no perder dinero”); al no haber apenas
operaciones de compraventa, el mercado se queda cuasicongelado en los precios
que la gente pide sin estar dispuesta a bajarlos (pueden esperar, piensan,
hasta el día de la jubilación y/o el día en que necesitarán cuidados
terminales, o en que creen que los necesitarán, porque muchos caerán fulminados
por un infarto). Ese patrimonio intraducible en la práctica a dinero, ese
patrimonio cada vez más ilíquido, sigue siendo para los ciudadanitos una
riqueza real. Todos contentos. Pero, una vez más, se está exportando el
problema al futuro. La caída de precios será más lenta, pero seguirá
produciéndose hasta el nivel que le toca,
porque ese dinero que la gente cree que tiene pero no tiene es dinero
que no va a poder gastar consumiendo, de modo que la economía no va a poder
distribuirlo entre los compradores potenciales –en parte en forma de aumento
del empleo- para que compren, o sea que más difícil aún será encontrar comprador
(estoy suponiendo aquí, aunque no estoy del todo seguro, que el dinero
circulará más si llega a manos del vendedor, pues el comprador no hace más que
ahorrar para poder tener algúna día la posibilidad de comprar). Poco a poco la realidad irá carcomiendo esa
gigantesca ficción colectiva. Evidentemente, todo eso en la medida en que el
Estado no siga contrarrestando la acción espontánea –en este caso totalmente
saludable- del mercado, cosa en absoluto descartable si nuestros gobernantes
siguen empeñándose en no desconectar el respirador del sector de la
construcción, esto es, si siguen empeñados en no gravar la vivienda con tipos
similares a los aplicados en la mayoría de los países de nuestro entorno. Pero
en la medida en que el dinero con que se recompren los pisos no provengan de la
economía real, sino del Estado, en esa misma medida, en un momento u otro, la
sociedad (no precisamente los beneficiados por este perverso mecanismo,
lamentablemente) deberá devolver el dinero en forma de impuestos... y ese empobrecimiento
de la sociedad significa menos compradores potenciales aún. Es decir, cuanto
más se mantengan los precios inflados artificialmente por el Estado, menos
compradores habrá. Más ilíquido será el mercado... más tendrá que ceder el
vendedor cuando no le quede más remedio que vender.
Last but not least, más de uno habrá
advertido que ese mecanismo de complicidad colectiva para retener masivamente
los bienes inmobiliarios y mantener así su valor ficticio es clavado al que
están empleando los bancos al adquirir los pisos que no venden las
inmobiliarias que les adeudan toneladas de dinero y consignar en sus cuentas el
valor al que en su día confiaban en venderlos, no el valor real de mercado.
(Véase la explicación aquí mismo en otro lugar). Ciudadanito hipotecado medio,
¿por qué te indignas con los tejemanejes de los bancos? ¡Tú mismo estás
participando en una immensa mentira colectiva! ¡Tú mismo estás llorándole al
Estado para que mantenga viva toda esa patraña!
Y
ahora que lo pienso... ¡Eso es exactamente lo que está pasando con el dólar! El dólar no acaba de venirse
abajo porque China no se arriesga a vender todos los bonos estadounidenses que
tiene, pues está cantado que en el momento en que lo haga ella misma provocará
una caída brutal del billete verde. No vendiendo mantiene la ilusión de que los
bonos valen lo que en su día le costaron. (FI)
(I-08/02/10) En realidad, enlazando de nuevo con el
tema de la vivienda, la cosa es aún más retorcida y delirante, porque muchos de
los que dicen sacar un piso a la venta en realidad no necesitan el dinero, pues
se trata de hogares acomodados con tres, cuatro o más casas, más que miembros
tiene la familia, y es eso precisamente lo que les hace mantener o incluso
aumentar el precio, por si alguno pica. El coste de oportunidad de poner un
precio superior al de mercado es mínimo, pues de hecho no necesitan ese dinero,
y saben, sobre todo los propietarios de casas bien situadas, que si aguantan
aumenta la probabilidad de que pique un incauto, o un magnate ruso. La resistencia de los pisos a bajar en España
reflejaría justamente esa relativa abundancia de familias a las que les sobra
la pasta y no saben dónde meterla. Pueden permitirse subir los precios a
niveles que nadie se cree, como meándose en la boca de los compradores
potenciales aprovechando el contexto de crisis. Este fenómeno, por otro lado, y
si se me permite ahora un salto teórico, dinamita la idea tradicional que
relaciona el precio de un objeto con la necesidad real que el propietario tenga
de conservarlo. Está claro que cuando se supera un determinado umbral (tipping
point), esa relación se invierte. El aumento de las desigualdades que se ha
producido en España ha propiciado seguramente esa inversión perversa de un mecanismo
clásico de formación de precios, que probablemente no tiene parangón en otros
países considerados globalmente.
Esto
me lleva a hacer algunas especulaciones. Es cierto que, en estos momentos de
pánico ante el aumento del riesgo-país, España se encuentra con las manos
atadas por la falta de una moneda propia. No puede recurrir a la solución
tradicional de la devaluación. Pero hagamos un experimento imaginario:
supongamos que un buen día todos los propietarios de pisos en venta se
levantasen inesperadamente con el firme propósito de reconocer el valor real de
sus propiedades y procedieran a reducir un 20% el precio de venta. Cabe pensar
que de repente esa mera decisión pondría en circulación bastante dinero, que en
consecuencia el consumo, y con ello la recaudación por IVA, se recuperarían un
poquito, y que, last but not least, de este modo el coste de la vida bajaría
sensiblemente para los compradores. Esa disminución del coste de la vida les
permitiría aceptar trabajos peor pagados, y caerían así los sueldos reales, que
es de lo que se trata para ganar competitividad, pero el nivel de vida real de
los compradores de las viviendas así abaratadas se mantendría. Esa decisión
colectiva habría tenido, en definitiva, un efecto parecido al de una devaluación.
Ahora bien, probablemente la decisión tendría también otras consecuencias que
habría que analizar para ver si el saldo final sigue siendo positivo en
términos globales para el país. Pero para eso están los economistas.
Se
me objetará que eso no es más que un experimento imaginario, que no puede
suceder. Pero se podrían instaurar desincentivos a la retención de viviendas,
como el aumento de impuestos a las segundas y terceras viviendas propuesto más
ariba. Y ver qué pasa.
Lo
que está claro es que en una situación de crisis de la deuda como está
atravesando España hay que proceder a devaluar algo en el país: si no es la
moneda, porque no existe moneda propia, tendrá que ser el precio de trabajo
(reducción de sueldos), la capacidad adquisitiva (IVA), la capacidad de ahorro
(impuestos sobre los intereses)... ¿Por qué no implantar mecanismos impositivos
que aumenten el coste de oportunidad de la retención de viviendas sobrantes,
mecanismos que se traduzcan así en una “devaluación” de las viviendas desocupadas?
No digo en lugar de las otras medidas para superar la crisis, sino como
complemento crítico para evitar que se supere el tipping point del 90% de deuda
que, según Rogoff, autor citado más arriba, marca el comienzo de la
irreversibilidad y el camino directo a la bancarrota. (FI)
(I-19/10/09) Pero a estas alturas hay que estar ciego
para no ver claramente la estrategia de ZP: tanto el hecho de retrasar la
eliminación de la desgravación por vivienda habitual hasta enero de 2011 como
el hecho de retrasar algunas de las medidas impositivas a junio de 2010, así
como el plazo establecido para poder usar las cuentas-vivienda, van en el
sentido de provocar ansiedad en los compradores potenciales para que adquieran
un piso durante el año que viene. De esa manera se reducirá artificialmente la
velocidad de caída del precio de la vivienda, o incluso se conseguirá que
vuelva a subir (¡todo es posible en
España!), de modo que los bancos puedan por un momento creer en sus balances
maquillados, y seguir mintiendo con cierto aplomo a la gente. Pero eso es sólo
retrasar el problema: cuando la demanda disminuya en 2011, porque ya no quedará
ningún comprador potencial, pues todos se habrán abalanzado a comprar como
idiotas en 2010, los precios caerán de forma aún más pronunciada.
Por
otro lado, es obvio también que ZP confía en que la aplicación de esos trucos
durante un año permitirá superar de forma airosa el que supone simple bache de
2010 y empalmar con la recuperación que cree que se producirá a finales de ese
año. Cuando vea que esa recuperación no se produce, es más que probable que
anuncie que habrá que retrasar otro año o indefinidamente la eliminación de la
desgravación en cuestión. Y todos los que acaben de comprarse un piso
hipotecándose a 30 años se ciscarán en su madre. Pero nuestro flamante Gobierno
socialista habrá logrado mantener un año más los precios de la vivienda a
niveles equivalentes a 6-7 veces el sueldo anual de una familia, en contraste
con el esfuerzo económico de 4 o 5 años deseable y más generalizado en otros
países. Y aun así la ministra de Vivienda dice que el objetivo es que los pisos
suban al mismo ritmo que el IPC. O sea, el objetivo de un Gobierno que se dice
socialista es que los precios de la vivienda se mantengan permanentemente
elevados, a unos niveles equivalentes al 150% del deseable, para que sigan
siendo inasequibles para la gente... Bueno, para que el 90% de propietarios que
hay en este país sigan viviendo en su burbuja de riqueza y, creyéndose ricos,
vuelvan cuanto antes a consumir como lo hicieron hasta hace un año. (FI)
(I-19/10/09) En cualquier caso, como muy bien señala
Jesús Mota en El País, lo que el Estado pueda recaudar de más gracias a las
subidas de impuestos que se están barajando es una cantidad ridícula en
comparación con la realmente necesaria para reducir el déficit. Lo que pretende
ZP, según el articulista, es lanzar un mensaje a los mercados para que se crean
que la deuda no se disparará. Pero, como tantas veces, ZP, pretendiendo
contentar a unos y a otros –en este caso a los votantes y a los mercados- no
contenta a nadie. El problema de este hombre es que no sabe decir que NO. No se
atrevió a decirle a Berlusconi que se callase
en la famosa rueda de prensa, no se atrevió a negarse a ir a Villa
Certosa, no se atrevió a decirle a sus hijas cómo tenían que ir vestidas en su
encuentro con los Obama, no se atrevió a decirle a Obama que no quería foto
alguna en la que salieran sus hijas... Así es él. Y así nos va. (FI)
(I-19/10/09) Otro aspecto al que nadie presta
atención es el de los posibles conflictos de intereses que sobrevuelan todas estas decisiones
sobre las subidas de impuestos. Habría que exigir de nuestros gobernantes una
declaración seria no sólo de su patrimonio sino de la forma en que tienen
invertido su dinero, para que podamos comprobar hasta qué punto sus decisiones
económicas, y políticas, pueden estar sesgadas por su situación personal.
¿Cuánto dinero tiene la salgado invertido en sicav?
¿Cuántas propiedades inmobiliarias tienen por término medio los ministros, como
para que tengan todos tanto interés en que los precios de las casas sigan
subiendo al menos al mismo ritmo que la inflación? Si la mera sintonía de un
juez con un determinado partido político basta para alinear su voto
sistemáticamente con los intereses de ese partido, y aquí nos movemos en el
terreno en el que más se ha de hacer gala de imparcialidad, ¡qué
no ocurrirá allí donde confluyen los intereses personales –que siempre se
antepondrán a los de partido- y una actividad, la política, ya de entrada
sospechosa como ninguna otra? Pero por favor, que no nos tomen el pelo diciéndonos que Chaves tiene un patrimonio personal
de 70 000 euros!!
(FI).
(I-01/11/09) Pero los conflictos de intereses no son
lo único que habría que escrutar. Un factor que nadie se atreve a mencionar
es... el cociente intelectual. Lo
digo en serio. Lo de ZP es clamoroso. Todos los partidos deberían someter a
cualquiera que aspire a dirigirlo a pruebas psicotécnicas. Y esa exigencia cobra mucho más sentido si
hablamos de los ministros del Gobierno. No hace falta que trascienda el
resultado, pero la imposición de ese requisito debería considerarse un elemento
capital de la gobernanza. Y no se trata de que tengan más de 100, por favor.
Hay que exigirles un nivel a la altura de la tarea que tendrán que desempeñar.
Otro
factor aún es, a la luz de la experiencia ZP, el contacto previo con el
funcionamiento real de la economía, y con el mundo laboral en particular, cosa
de la que carece nuestro presi, pues pasó directamente de la universidad al
partido. Ahí lo tenemos, en palabras de no sé quién, “ese chico de León que no
sabe idiomas”. (I)
(I-02/11/09) Que la falta de preparación técnica se
traduce en pérdidas económicas para todos los españoles es algo que acaba de
demostrar la London School of Economics. El estudio realizado muestra que si la elección de los altos
directivos de las cajas de ahorros hubiese estado menos politizado España se
habría ahorrado 12 000 millones de euros. A la luz de ese dato, resulta aún más
escandaloso que Narcis Serra, el
artífice de la desastrosa gestión de Caixa Catalunya, no contento con haber
permitido que esta entidad se quedara en pelotas, sea quien ocupe ahora también
la presidencia de la nueva caixa que resultará de la fusión de las caixas de
Catalunya, Tarragona y Manresa. Es interesante ver aquí la telaraña de relaciones (incluido el inculpado Millet) en que
se desenvuelve este menda. (FI)
Mira
por dónde [enlazando con lo que iba
diciendo antes de la antepenúltima inserción] se diría que ZP practica la
máxima benthamiana de “la máxima felicidad para el mayor número de personas
posible”. Pero, claro, estamos hablando de felicidad a corto plazo, de
felicidad hasta las próximas elecciones generales para que le votemos, al
precio de seguir jodiendo las perspectivas de nuestros hijos/nietos. Si algo debemos reconocerle sin ninguna duda
a este hombre, que como una de sus primeras muestras de ingenuidad y
adelantándonos ya el tono panfilista de la que sería su forma de gobernar, nos
soltó sólo ganar las elecciones aquello de “A mí el poder no me va a cambiar”,
es su infinita capacidad maniobrera.
Pero el comentario que acabo de citar me sugiere también otra cosa. Además de descubrírsenos como seguidor de Bentham, podríamos decir que ZP practica mejor que ningún otro dirigente de los países industrializados lo que voy a atreverme a bautizar aquí como “dawkinismo social”. Definiré primero lo que entiendo por dawkinismo. Dicho muy resumidamente, sería el hecho de darle la vuelta a la relación tradicional de dependencia asumida entre dos partes. El cambio de paradigma que introdujo Dawkins con su gen egoísta es que nuestro cuerpo no se sirve de nuestros genes, no los usa en forma de talentos, aptitudes o como se quiera llamarlos, no los domeña mediante la educación; por el contrario, los genes nos dominan a nosotros, se sirven de nosotros aunque no lo sepamos o no queramos reconocerlo, hacen con nosotros lo que quieren para reproducirse al máximo. La parte, una parte minúscula como es el gen, se sirve del todo, del organismo. En el caso de las democracias, la creencia tradicional de que el pueblo, el todo, se sirve de la parte, el Gobierno, para intentar vivir mejor está dando paso, de forma acelerada en el caso de España, al covencimiento de que los votantes no somos más que aquello de que se sirve el Poder para mantenerse en el poder y la Oposición para intentar llegar al poder, despreciando olímpicamente los intereses objetivos de los gobernados. En una dictadura se da por sentado que es así –sustitúyase votantes por oprimidos- pero se suponía que la democracia iba a ser distinta. Es distinta, sí, pero sólo en las formas, no en el fondo. Los mecanismos de coerción se han hecho más sofisticados, eso es todo. En realidad, la coerción ha dado paso a la persuasión. La razón de Estado ha dado paso a la mercadotecnia de Estado. No habrá otro mayo parisino. El hedonismo ha acabado con la revolución. El 69, lógica/paradójicamente, ha acabado con el 68. (FI)
(I-10/09/09) La hipótesis que me aventuré a
exponer aquí hace tres días acerca de un futuro
a la japonesa en España se ve fuertemente avalada por un artículo, del que
tuve conocimiento justo anteayer, referente a la situación que atraviesa
actualmente el país. El texto no tiene desperdicio. En la
sección titulada “Spain= Japan 2.0?”
se cifra en 470 000 millones de euros, casi la mitad del PIB español, la deuda
contraída por promotores e inmobiliarias. Los bancos tendrán grandes
dificultades para recuperar una gran parte de esa cantidad, pero en su
contabilidad -como ya señalé aquí mismo el pasado mes de febrero, y como se
explica en el artículo- no reflejan ese riesgo, gracias a las operaciones de
maquillaje que el Gobierno les permite hacer. El resultado es dinero esfumado
que sin embargo sigue formando parte de la contabilidad nacional. Seguimos
metiendo toneladas de mierda debajo de la alfombra, pero esta autoestafa no
puede durar eternamente, y cada mes más de retraso en reconocerlo se convertirá
en un año más de depresión económica. El resultado de todo esto será la
proliferación de bancos zombis, el enquistamiento de la deflación y, debido a
la incapacidad crónica de este país para aumentar la productividad (debido a su
analfabetismo, a su gusto por la Fiesta y a la proliferación de parásitos que
conlleva el Estado de las autonomías), una “devaluación interna” consistente en una reducción del 20%-30% de
los precios y los sueldos, que tendrá lugar de forma lenta y dolorosa... a la
japonesa. Se ve aquí con claridad que
decir que la deflación es muy mala es como decirle a un enfermo que los
medicamentos que toma son muy malos: sólo hay que ver lo mal que se encuentra.
A ver, la deflación / devaluación interna es el remedio inevitable contra la
enfermedad, no su causa. Pero parece imposible corregir esa demonización de la
deflación que se ha instalado en el imaginario colectivo. Claro, sirve para
desviar la atención de las verdaderas causas: el exceso de gasto de años
anteriores, coño! Además, todo el mundo sabe que,
cuanto más se tarde en tratar una enfermedad, más costará tratarla.
Pero
como estamos viendo no todo se arregla corrigiendo el déficit público de 50 000
millones de euros: la deuda que acumulan/ocultan los bancos es varias veces
mayor: en el artículo se estima que las pérdidas del sector inmobiliario, una
vez que se toque fondo y se reconozcan, ascenderán a unos 250 000 millones de
euros, una cuarta parte del PIB. No entiendo mucho de economía, pero supongo
que no es casualidad que la suma de esos dos conceptos arroje el equivalente a
casi una tercera parte del PIB, y que la devaluación interna prevista sea
también de un 20%-30%. Veamos, intento comprender la situación: si le presto a
un impresentable 100 euros y no me los devuelve, tengo básicamente tres
opciones para equilibrar mis cuentas: o bien se los pido a otro pringui sin
intención de devolvérselos (equivalente a los impuestos), o bien me dedico a
pagar a la asistenta -bastante contenta seguirá si no pierde el curro- un
poquito menos hasta recuperar los 100 euros (equivalente a reducción de
sueldos), o bien me convierto en buscador compulsivo de ofertas para adquirir
las versiones más baratas de lo que suelo comprar, con la consiguiente presión
a la baja de los precios (equivalente a reducción del IPC – deflación). Manejo
menos dinero, pero más o menos me las arreglo, diluyendo los efectos del timo
por toda la sociedad, en particular la asistenta, que cobra un poquito menos, y
yo, que me veo obligado a invertir cierto tiempo buscando productos más baratos
(recordémoslo siempre: tiempo=dinero; si no se entiende eso es imposible
entender la economía).
En el artículo se subraya también cómo el milagro español ha sido posible, como en los EEUU, gracias a todo el dinero que hemos pedido prestado a otros países, y que ahora habrá que devolver. Resultado: un déficit comercial del 10% del PIB; o sea, unos 100 000 millones de euros que probablemente se solaparán con el cuarto de billón de pérdidas del sector inmobiliario.
Bueno, creo que voy encajando poco a poco el rompecabezas de las vías metabólicas que sigue el dinero en la actual coyuntura en España. (FI)
(I-13/09/09) En un editorial y un artículo de su número de este 12 de septiembre, The Economist,
hablando de la amenaza que va a suponer el aumento de la deuda pública en los
próximos años, elogia la solución elegida por algunos países que ya se han
caracterizado por tomar decisiones especialmente sensatas en el pasado en otros
ámbitos: Chile, Suecia, Hungría y
Alemania (a propósito, cada vez estoy más convencido de que el peso de la
población de origen alemán en Chile explica el relativo éxito de esta sociedad
en comparación con Argentina, con mayor predominio de italianos. Genes
probablemente.). En todos ellos se han creado organismos de independientes o se
han establecido normas estrictas para como mecanismos de vigilancia de las
finanzas públicas. Así como existe un BCE que vigila la inflación, señala el
tan liberal semanario, en cada país o a nivel europeo debería haber un
organismo integrado por tecnócratas que velase por la adecuación entre impuestos
y gastos y determinase incluso el perfil impositivo más idóneo. De ese modo se
evitaría que algo tan importante como la salud financiera del país dependiera
del Gobierno de turno, de los calendarios electorales y de la inepcia de
personas “preparadas” sólo para ser políticos, no para entender los entresijos
de la economía.
Ésa
es otra de las cosas que podrían hacer los del G-20 y no hacen: proponer a los
países que apliquen las soluciones de demostrada eficacia ensayadas ya en
algunos lugares. (FI)
(I-14/02/09) Ésa es otra gran paradoja que nadie resalta: en momentos de crisis tenemos que ser solidarios con los centenares de miles de inmigrantes que atrajimos con el efecto llamada para que construyeran casas que nadie compra, pero el dinero empleado para ello se lo estamos quitando a las futuras generaciones, a muchos hijos y nietos a los que, aunque lleguen a tener algo de dinero, no tendrán ya ni tiempo ni ganas de formar una familia. Dolorosa manera de tener que reconocer que lo que era bueno para España no era necesariamente bueno para ti y para tu descendencia... salvo que fueras empresario/chorizo del ramo de la construcción. (FI)
(I-01/11/09) A estas alturas de la película, ha
aflorado otra de las razones espurias que tiene el Gobierno para combatir el
paro. No se trata sólo de evitar un estallido social. Se trata en buena parte,
según se dice abiertamente, de que la actividad económica genere, a través del
IVA y otros impuestos, el dinero que tanto necesita el Gobierno para pagar su
deuda creciente. Se transmite así la idea de que los recursos necesarios para
superar de verdad esta crisis se han de crear aún, cuando todos sabemos que
buena parte de esos recursos se pueden encontrar ya, si hay voluntad política
para ello, en los bolsillos de las grandes fortunas. Nos encontramos así con
otra versión de la teoría del “trickle-
down” (filtración): no importa que los ricos multipliquen su riqueza por
tres, porque gracias a eso tu salario de mierda subirá un 3%. En este caso, no
importa que los ricos sigan viendo aumentar su patrimonio, si al fin y al cabo
un pequeño esfuerzo de los empresarios para crear empleo y la disposición de
los trabajadores a aceptar condiciones deplorables de trabajo permiten obtener
como propina un ridículo aumento de la capacidad para pagar pensiones y
prestaciones por desempleo. En cualquier caso, sale reforzado el mito de la
pura actividad económica como única máquina generadora de recursos. No hay
tiempo para reflexionar y plantearse que, quizá, una mejor redistribución de lo
que ya hay podría sacarnos del apuro, o mitigarlo considerablemente. Se nos dice que el crecimiento “en sí mismo”
generará los recursos necesarios para salir de la crisis. Pero ocurre como en el debate sobre las
lenguas. Las lenguas no tienen derechos, sólo los tienen los hablantes. En el
caso que nos ocupa: el “crecimiento” no va a pagar los platos rotos, serán
algunos empresarios y la mayoría de los trabajadores quienes aportarán directa
o indirectamente el dinero que necesita el Gobierno.
A
propósito, respecto a la teoría de la filtración, en su último libro “The return of the economic naturalist”,
Robert H. Frank advierte que esa idea no está ni justificada teóricamente ni,
sobre todo, avalada por la evidencia: si fuera cierta, se observaría una
correlación significativa entre el crecimiento económico y las desigualdades,
pero lo que se observa es justamente lo contrario.
Cabe
señalar aquí otra modalidad importante de obtención pasiva de recursos públicos,
sobre todo en España. Se trata, claro está, de las transacciones inmobiliarias.
La caída drástica de las operaciones de compraventa de pisos se ha llevado por
delante buena parte de los ingresos que se embolsaban muchos ayuntamientos y el
Estado, poniendo de relieve la fragilidad del mecanismo de obtención de
recursos. (I)
..........Véase aquí la continuación de este texto
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Dinero a cambio de nada:
1 – Respecto
a la inyección de 60 000 millones de francos del Banco Nacional Suizo en UBS,
nos dice El País (17 de octubre) que, pese a ello, “El Gobierno no ejercerá los
derechos políticos ni intervendrá en la gestión de UBS”. Según leemos en el
diario suizo “Le Temps” de esa misma fecha, en esos 60 000 millones se incluyen
6000 millones que son fondos de la UBS, pero leyendo atentamente la noticia
vemos que esa “pequeña” cantidad se la acaba de prestar el Estado al efecto a
cambio de un interés del 12% anual. O sea, incluso lo que se presenta como
fondos de la UBS es en realidad únicamente dinero recién prestado a la manera
convencional: con la obligación de devolverlo. Y eso marca la diferencia
respecto a los 54 000 millones restantes, suma invertida para cubrir los
activos tóxicos y que la UBS no tiene por qué devolver si finalmente hay
pérdidas, o sea, si finalmente la bolsa con una cantidad indeterminada de
mierda contiene efectivamente mierda y sólo mierda. Pero, atención, es que
además, se nos dice, “si esos fondos reportaran eventualmente algún beneficio
(cosa improbable), el Banco Nacional Suizo recuperaría 1000 millones de francos
a cuenta de esos beneficios, y el 50% del
capital restante”. Es decir, si no entiendo mal, que en el mejor de los
casos el Estado recuperará sólo la mitad de esos 54 000 millones. O sea, en el
mejor de los casos, cada suizo tendrá que pagar de su bolsillo 5000 francos
(3000 euros). Nadie parece escandalizarse, mientras que todo el mundo se llevó
las manos a la cabeza cuando se supo que el plan Paulson suponía el pago del
40% de esa cantidad por cada estadounidense.
2 - En El País del 16 de octubre:
“La UE exime a la banca de ajustar el valor de sus activos al mercado” [para
que las entidades europeas estén] en las mismas condiciones que sus
competidores del otro lado del Atlántico, donde ya se había rebajado esa exigencia.”
De ese modo los bancos podrán “reclasificar sus activos, de la categoría de
‘negociables’ –que deben ser contabilizados en función de su cotización- a la
reservada a las inversiones a más largo plazo”.... “La Comisión Europea subrayó
en un comunicado que la crisis actual justifica el recurso a la reclasificación
por parte de las entidades”. Hablando en plata: rebauticemos los activos con un
término que nos permita aplazar la consideración de este espinoso problema. Que
lo aborden otros dentro de unos años (que parte de esta burbuja, en definitiva,
se añada a la próxima, para mayor regocijo de quienes deban manejarla). Los
Gobiernos no tienen ningún inconveniente en practicar el riesgo moral, sobre
todo cuando lo transfieren al futuro, así se nota menos.
3
- En El País del 16 de octubre, también: “Los ejecutivos podrán saltarse los
límites de sueldo en Wall Street – El Tesoro de EE UU impone topes, pero
permite pagos en especie”.
4
– En El País del 19 de octubre: “El plan del Gobierno [español] no contempla
límites salariales para los ejecutivos”.
..........Véase aquí la continuación de este texto
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